Los médicos han salvado a la humanidad de extinguirse.  No me voy a ir muy lejos en la historia para ejemplificarlo, si bien la pandemia por COVID-19 no iba a acabar con la humanidad según saben los expertos, sin lugar a dudas, sin los médicos, muchas victorias no se habrían cantado.  A muchas profesiones y oficios que fueron cruciales en la contingencia, los rotulamos de “héroes” porque sentimos que nos “salvaron” de las precariedades a la que nos vimos expuestos, curiosamente por las decisiones de los “gobiernos”, pero siendo sensatos, los médicos, fueron los que estuvieron en la primera línea de batalla y los que padecieron las más duras dificultades, como lo es normalmente en su día a día, para los que se mueven en UCI, y en las urgencias, e inclusive en sus consultorios, tratando enfermedades complejas, y especialmente, las angustias de los pacientes.

Siempre he pensado que se requiere de una gran vocación para desarrollar la capacidad de servicio y de sacrificio que exige la profesión. El otro día, escuchaba a una estudiante de medicina hablando de que ellos eran los masoquistas más grandes de la historia, que por qué no se habrían decidido mejor por ser “artistas”, pero que, además, extendían su masoquismo al continuar con estudios de posgrados y mantenerse en un constante sacrificio para dar atención a una humanidad cada vez más indolente, e indiferente con la situación de ellos.  Con sorna, una compañera decía, que, en un futuro bastante cercano, en el quirófano iba a ver un “payaso con cámara” en lugar de un médico.  Y preocupa la situación, tanto por la tendencia de muchos jóvenes de no querer estudiar absolutamente nada, y por la precarización de las condiciones laborales de los médicos.

Otro dato importante para este análisis, es que la tasa de suicidio de los médicos dobla al resto de la población. Se da, un suicidio de médicos por día en el mundo, de los cuales un 6% de ellos, son médicos en entrenamiento. La problemática de fondo, es que se desatiende la salud mental.  Algunas razones exploradas son: estrés, depresión, estigmatización, entre otras.

Un tiktoker que realmente no vale la pena ni mencionar, fue noticia esta semana porque dijo que él no pidió nacer y por tal, no está obligado a trabajar ni estudiar, que sus padres, quienes lo trajeron al mundo “obligado” deberían mantenerlo de por vida. A esta declaración aislada, la unimos con las cifras de la población cada vez más grande de los “nini” jóvenes que ni estudian ni trabajan, si bien un porcentaje de esta población se refiere a las dificultades para la inserción al mercado laboral de los jóvenes o a las barreras para acceder a estudiar, otro porcentaje se refiere a los jóvenes que, teniendo la opción, deciden no hacerlo porque no se hallan en el mundo.

Lo traigo a colación porque van los dos extremos, entre quienes se siguen sacrificando, en palabras de la estudiante “siendo masoquistas” por la vocación de servicio, de estudio, de investigar, de resolver complejos enigmas de la naturaleza humana, y quienes están en un enorme limbo existencial, y no hallan, en la vastedad del universo, en qué ocuparse, o cómo encontrarle el sentido a la vida.

Es claro que la situación descrita de los médicos y de los ninis, debe tener un abordaje integral y complejo, sin embargo, me parece coincidente que: trabajar en el sentido de la vida, da herramientas para que situaciones de estrés, no necesariamente terminen en suicidio como ocurrió con la residente de la Javeriana la semana pasada,  y para que un tiktoker, no intente influenciar a alguien, con un discurso tan barato.

La vida es un regalo, y su sentido, el más hermoso de los trabajos personales.