Por muchos años, la obra maestra de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, fue considerada inadaptable. La riqueza de su prosa, la complejidad de su narrativa y el universo simbólico de Macondo parecían desafíos insuperables para cualquier lenguaje audiovisual. Era como intentar encerrar un río en un vaso: un ejercicio destinado al fracaso.
Sin embargo, en 2024, vivimos en una era donde el formato audiovisual es arrasador. Las historias se experimentan a través de plataformas que redefinen nuestra relación con la narrativa. Y frente a esta realidad, Macondo no podía relegarse. La decisión de adaptar la novela a un formato seriado era inevitable, especialmente en términos económicos, como lo fue también la decisión de publicar su último libro En agosto nos vemos. Gabo es un nombre que asegura ventas y eso, ustedes saben, pesa, o a veces, es lo único que importa. Para los románticos como yo, tiene otras cosas buenas.
Según Gerardo Ferro, “la palabra en García Márquez es desmesurada, poética y torrencial; la imagen de la serie tiene su propia poética, pero carece del poder oral y simbólico de la novela”. La serie, dice Ferro, busca un equilibrio, pero palidece frente al texto original.
La transición de la palabra a la imagen
La versión de Netflix ha despertado pasiones encontradas. Por un lado, hay a quienes les ha gustado. Por otro, están aquellos que critican su superficialidad visual, actuaciones inconsistentes y una narración desafortunada. Sergio del Molino, en un artículo reciente, la calificó de “horrorosa”, destacando que “lo mejor de la serie son las frases de la novela, pero también son lo peor, porque subrayan la insuficiencia del lenguaje audiovisual para recrear Macondo”. “Todo lo que las generaciones posteriores al boom reprocharon a la novela está subrayado, aumentado, caricaturizado e involuntariamente parodiado en esta horrorosa serie”, puntualiza.
Más allá de sus aciertos o fallos, hay algo innegable: necesitábamos este experimento. En un mundo saturado de imágenes, ¿cómo seguir presentando una obra que marcó generaciones si no es adaptándola al medio dominante de nuestra época? La pregunta no es si la serie está a la altura del libro –porque es obvio que no lo está–, sino si logró poner nuevamente a Macondo en la conversación global. Y la respuesta es sí.
La serie: entre la nostalgia y la insuficiencia
Me remonto a la vieja discusión de que la apreciación de una creación es tan subjetiva y además está filtrada por lo que acostumbramos, que lo distinto puede parecernos “raro”. En ese orden, el esfuerzo de todos estos directores, productores, actores, y tanta gente detrás, tiene un mérito, aunque no nos complazca el gusto, han hecho un trabajo descomunal, han creado algo inmensamente retador y hoy, tienen un producto que puede ser un buen comienzo. A mí, por ejemplo, me ha resultado una experiencia didáctica, y ello también tiene un valor. Haberse atrevido, estudiar la obra y entregar esta puesta en escena en la que creen, es de aplaudir, pero el público estará en todo su derecho de aclamarla o despreciarla, a eso se expone toda creación.
Macondo no puede quedar en el olvido
García Márquez creó un universo que es tan nuestro como universal. No se podía permitir que quedara atrapado en las estanterías, olvidado por nuevas generaciones que prefieren la pantalla al papel. La adaptación de Netflix, la ha puesto en boca de muchos, y eso es importante. La serie abre una puerta para descubrir (o redescubrir) la fuerza de las palabras de la obra. El verdadero fracaso sería dejar que Macondo desapareciera de nuestra memoria colectiva. Cien años de soledad tuvo que dar ese salto. Adaptarse es buscar nuevas formas de resonar, lo importante es que ojalá, miles de personas vayan al libro y saquen sus propias conclusiones. Y si al final, la crítica sigue siendo mala, yo apostaría por un nuevo intento.