El bambuco “campesino embejucao”, escrito por Óscar Humberto Gómez Gómez, es el reflejo de la situación actual y la situación desde hace décadas en el país. O por lo menos a mí me lo parece.

A diario, titulares de diferentes medios de comunicación nos inundan con contiendas políticas entre unos y otros, entre los que apoyan el proceso de paz y los que no; entre los que apoyan a un político y a otro no. Ha llegado a tanto que, como si se tratara del bachillerato en el que se armaban discusiones por el papelito que rueda por el salón de clase, twitter es motivo de noticia. Nos traen como historia ─a tres o cuatro párrafos basura─ la pelea en arrobas de dos personajes con diferencias ideológicas.

Exponen los puntos de vista de cada una de esas peleas: que porque uno se fue a Estados Unidos a quejarse con los gringos (como si en realidad Estados Unidos le importara un comino Colombia) y porque a otra, cuando fue a Europa a lo mismo, le quitaron sin ningún pesar la posibilidad de hacer política. Unas veces se quejan de injusticias verdaderas y, otras veces, francamente, se dedican a mostrar que los políticos, como la política en este país, no sirven para nada. Para rellenar nuestros muros y nuestros celulares de farándula política, que bien patética sí es.

Pues yo ya me emputé (perdón por la expresión). Yo y otros con lo que hablo por ahí estamos embejucados, como el campesino (que también es ciudadano). Aquí nadie le pregunta a la gente qué opina y los políticos, en cambio de traer soluciones, no hacen más que enredar el panorama. La política, creo, debe trabajar por el bien de un Estado, intentando reunir diferencias de opinión, trabajando entre todos para que el que tenga los mejores argumentos se le de la oportunidad de intentar cosas nuevas. Aquí no. Aquí entre más bufón, mejor político. Y ojalá tenga hartos seguidores en twitter. Estos personajes pasean en los automóviles pagados con nuestros impuestos y protegidos por escoltas pagados con nuestros impuestos, mientras nosotros, que los pagamos, tenemos que hacer todo tipo de marañas para que no nos robe un ladronzuelo en una bicicleta y con un cuchillo. ¡En una bicicleta y con cuchillo! Gracias a ellos la tienen tan fácil que ni siquiera tienen que esforzarse.

Nos tienen enredados con ese cuento de tomar una posición, un bando. Allá o acá, proceso de paz o no proceso de paz; TLC o no TLC, metro o no metro. Y en realidad lo que todos queremos es vivir bien, sin tanta discusión al respecto.

Da la impresión que no trabajan, o más bien sabemos que muchos de ellos no trabajan. Unos sí, otros no. A la final eso es lo mismo que estar medio vivo.

Las cosas que de verdad importan, las olvidamos constantemente debido a tanta ridiculez que sale en los medios. La salud no es una opción, ni transportarse libremente por ahí es una opción, ni mucho menos confiar en la policía es una opción: yo creo que todo eso es un fenómeno social patrocinado por ese juego en el que nos metieron desde que este país se fundó; ese juego de estar metiéndonos en peleas que no son de nosotros, los ciudadanos. Aquí hagan lo que hagan los gobernantes le toca a uno salir a trabajar a ganarse la vida, porque, contrario a ellos, nosotros no tenemos otra opción.

Hace poco estuve hablando con un soldado de “contraguerrilla”, al que le pregunté qué opinaba del proceso de paz. Lo único que hizo fue reírse de mí, y recordarme en mi propia idiotez que aquí estamos en Colombia. Me dijo, “no se preocupe, mijo, que aquí hay guerra porque hay guerra”. Cualquiera con un poquito de inteligencia sabe que de la guerra los únicos beneficiados son los políticos, los militares de altos rangos y algunos ricos. El resto, los que somos atracados tanto por gente en bicicleta como por policías, somos los que tenemos que pagar el precio de un montón de disputas que no nos importan, que no tienen que ver con nosotros, cuando lo único que necesitamos ─al menos por ahora─ es aumentar la calidad de la educación, la calidad de los servicios de salud y de transporte, asegurarnos trabajos y comida, que con eso la gente sale a trabajar tranquila y vuelve a casa con comida y plata para los servicios. Con eso bastaría.

Pero el circo continúa, y el pan es la risa que nos provocan con sus peleas on line. Y mientras no nos dejen estudiar, trabajar en buen estado de salud y mantenernos sin el miedo a las “FAR” (y a los paras ─o bandas criminales, que son lo mismo─, que parecen sacados de una película de Saw), aquí no hay nada que hacer.

Yo soy un ciudadano embejucao, uno de a pie, que no está interesado es sus peleas, sino en que mis impuestos sirvan a mí y a los míos, no a los políticos que poco hacen por este país.

 

**Anexo: el análisis es blando o, en otras palabras, poco serio. Pero solo así no se entra en la jugada de los medios, que me quieren hacer tomar una posición sobre temas que no me importan.