Del nuevo cine comercial se desprenden nuevas revelaciones. Las tramas han cambiado, han dado sutiles giros, tanto en su estética y puesta en escena, como en sus contenidos. Las viejas y anquilosadas pautas de violencia, narcotráfico y guerrillas, están a punto de ser desplazadas por unos filmes que se apropian más y mejor de temáticas universales. La violencia persiste y el sexo se acentúa, pero las producciones se han vuelto compartidas, binacionales, y poseedores de toda una gama de lenguajes. 

Por Andrés Pardo Quintero.

El fracaso de mostrar una realidad verde, de montes y fusiles, a un público disperso y francamente urbano, fue inminente. Todos se hastiaron de las mismas guacas y el mismo polvo blanco tan realista y lo que quieran, pero por lo mismo tan mortalmente aburrido. Para mal o para bien, los nuevos espectadores del cine comercial ven su realidad desde el cristal de lejos, como se ve a un tiburón en una pecera gigante. Como respuesta a esa situación, desde producciones anteriores como perro come perro – un filme más bien seudo comercial, pero aún así un hito en la pantalla grande- se le vino dando un giro a esta forma de ver cine ya que se imprimió un toque más perverso y descarnado, y por lo mismo menos predecible y monótono. Sin embargo, parecía que deshacerse del lastre de tantas cataratas en el cine no era fácil, ya que la alternativa tampoco fue la ridícula utopía colombiana de El Paseo, que no es ni caliente ni frio, y que solo es comprensible desde la visión provinciana de siempre.
Quisiera pensar entonces que algunos advirtieron que debían ponerse al tanto de los verdaderos temas, y que sobre el cine recaía la responsabilidad de brindar un nuevo mensaje a un público también diferente, es decir, más frívolo, irresponsable y tragicómico, que se define a sí mismo como mucho más consumista y «actual». En ese marco, y bajo ciertas aspiraciones, surgió El Jefe, una historia controvertida por su humor escatológico y sus retratos sociales. Un filme que sonsaca carcajadas distintas e incentiva otra clase de reflexiones, pues ¿qué es realmente eso de hacerse cargo de un departamento de Recursos Humanos en cualquier empresa? ¿Verdaderamente se puede concebir el mínimo de buen trato, altruismo y comprensión, dentro de la lógica de la más abyecta competencia, la producción y el mercado? ¿Quiénes son los Jefes, los líderes de hoy en día?
Pues el público no paró de reírse durante toda la función por encontrar las situaciones lo bastante familiares como para reconocer en ellas el morbo de la infidelidad, la tortura matrimonial, y los mensajes de texto desenfrenados que ocupan el nuevo terreno efímero y cada vez menos real de la sociedad de cables y fibras ópticas. La figura decadente del Jefe tampoco fue problema: en el fondo todos nos identificamos con el tedio que nos produce el trabajo y la agobiante rutina de nuestro mundo. No soportamos la idea de convivir con los otros en el encierro de las responsabilidades; nos pasamos sembrando pesquisas y buscándole el quiebre a todo. Tampoco estamos conformes con nada, ni con nuestras mujeres, ni con nuestros hogares. De hecho, los moteles parecen ser el único refugio sincero, el único interregno y la única válvula de escape posible de nuestro entramado social, tal como se ve en la película. Dentro de cada persona habita un Jefe sinvergüenza, hedonista, único rey en el reino de la depravación, del sinsentido que nos circunda en peligrosos saltos junto al ansía de superación y libertad que, siendo fiel a la clasificación de la película, no es más que una comedia apta para mayores de doce años.
Andrés Pardo Quintero
Columnista LA LUPA
andresfelipepq@hotmail.com