Esta mañana se me ocurrió pensar lo siguiente: ¿y qué pasa si se aprueba la adopción por parejas de un mimo sexo? 

 

Por César A. Correa

Y divagué un poco -realmente la conclusión a la que llegué fue más lógica que filosófica -sobre el tema a propósito del show mediático de algunos funcionarios de la vida pública y otros que no debieran meter su nariz en temas que no les corresponden (con resentimiento ajeno me refiero al el presidente de la no menos prestigiosa conferencia episcopal de Colombia) y políticos de aquellos sobre los que se sabe cinco minutos antes de abrir la boca lo que van a decir. Finalmente la conclusión fue que disfrazan el pensamiento medieval del que son absortos, el egoísmo católico con el que meditan en su almohada, el cerrado sentimiento de piedad con una filosofía barata que pulula unas palabras bonitas para rechazar por pura creencia propia un hecho que tarde o temprano será una realidad: la adopción de niños por parejas del mismo sexo. Entiendo también que lo hagan de esa forma adornada debido al hecho de no causar con descalificativos hacia esta minoría sexual una polémica en el país en que una lechuza paraliza a 44 millones de personas y dos canales de televisión. Son estas mismas personas las que viven en suntuarias casas y apartamentos pagados con los impuestos (y los que lo eran, como el diezmo), los que van por las calles en carros blindados, los que maldicen los trancones y madrean el tránsito por la 7, los que comen en los restaurantes de las zonas T, G y 93,y a veces inclusive se les ve por Usaquén, los que duermen en una cama cuyo perímetro es mayor que el de toda una familia promedio o, mejor aún, mucho más amplio que las camas del ICBF y casas de acogida de menores sin padres.
Pero es lo que hay, lo que vemos, lo que oímos y leemos los que habitamos en la falsa Colombia próspera, en la que se vota por el bienestar y la seguridad pero se olvidan la prosperidad y los valores, en la que las armas valen más que la honestidad, en la que se va a las calles a protestar por la subida de la gasolina en consideración a que los derechos nos hicieron una población libre pero no mencionan que subió la leche. Yo afortunadamente estoy más cerca de ésta Colombia que de la otra: a la que les cerraron las puertas de la prosperidad. Refiérase el señor lector a las estadísticas de pobreza del Dane, y si no le cree al Dane a las de la ONU que son más catastróficas pero por ello más creíbles.
Por eso, y porque el cerramiento que existe entre estratos, familias, zonas, departamentos y barrios es que creo que desde una óptica más bien pragmática digo que la adopción por parejas del mismo sexo podría darse con igualdad de condiciones para quien quiera hacerlo y disponga de medios económicos y psicológicos (y no me vengan con la teoría barata que psicológicamente un gay o una lesbiana no pueden criar porque así me evito el pensar que duré una tarde escribiendo una columna que cualquier falto de razón la lea).
No es de mi interés hablar del matrimonio gay, no me importa hablar de los derechos de las minorías ni de las prestaciones sociales que les han reconocido por ser gay, gordo, flaco, negro, indígena, mujer, etc. Me quiero centrar en aquellos a los cuales no les han preguntado si quieren o no ser adoptados, a los que verdaderamente afectan las medidas que se tomen o no en este sentido. Y es lógico que ellos no sepan decidir por cuestiones legales (un menor de 18 años no puede pensar y cuando cumple los 18 ya no es adoptable, así que ¡ve a la calle y búscate tu propio futuro!) o por cuestiones políticas (Yo, dicen
algunos, en nombre del Estado te constriño a que sigas esperando a que alguien se apiade y te adopte, ojalá eso no sea después de que cumplas 12 años porque estas jodido).
Si el ICBF tuviera la suficiente solvencia económica para darle a cada uno de los niños huérfanos en Colombia (que ascienden a más de 800 mil entre medio y totalmente huérfanos) unas vacaciones en Cartagena, en San Andrés, viajes de semana santa a Popayán, fines de semana en Melgar, paseos de río por Santander me ahorraría esta carreta; si el ICBF tuviera a amabilidad de contratar a una madre sustituta por cada 3 hijos con el fin de arrullarlos en las noches cantándoles canciones de la Virgen María como lo hizo la mía a mis hermanos y a mí (o hasta un reguetón si lo quieren los progresistas), que los abracen en las mañanas antes de ir al colegio, que les ayuden a hacer las tareas y les suplantes las planas del colegio en un acto de pura y maléfica cobardía no tendría que sentir rabia al seguir escribiendo; si el ICBF tuviera el suficiente sustento y las agallas para exigirle al Estado que como padre de los Colombianos y en cumplimiento de esos artículos de la Constitución de Colombia que hablan de la especial protección y para los que dentro de la especial protección tienen un desnivel superior, para que les fuera pagada una carrera universitaria pública ó privada con el fin de forjar verdaderos seres con proyección al futuro, personas capaces y capacitadas que tengan deseos de triunfar y dejar de ser unos niños olvidados en centros de acogida de los que todos hablamos, pero que nadie visita.
Por estas razones, yo apoyo la adopción entre personas del mismo sexo y no me vengan con cuentos absurdos sobre teorías facilistas.
César A. Correa Martínez
Columnista invitado LA LUPA
cesarcorrea.m@gmail.com