Tomada de internet |
El trabajo documental del colombiano Nicolás Rincón Gille logra mezclar satisfactoriamente la dimensión mítica y real de la violencia en Colombia. Desde tiempos inmemorables, en el río Magdalena y sentado en una roca eterna, habita un sujeto también eterno que los pescadores de la zona describen como de pelo largo, barba poblada y espalda ancha: es el Mohán; una suerte de demonio del caudal. Un demonio que devora tabacos y botellas de ron al compás de la inmensidad del paisaje. Un sujeto mítico que fuma y se emborracha con el canto de los grillos, en su soledad, pero muy cerca al hogar de los habitantes de la región.
Por Andrés Braun.
El Mohán existe, señores. Los pescadores, y en general todos los habitantes de los alrededores, le deben un gran respeto. Es tan real como los ocasos que diariamente se esconden tras los árboles encendiendo el paisaje, o las gallinas destinadas a ser degolladas para alimentar a los incansables labriegos. Es un colombiano más. Y si no hay pescado, más vale ir a consentirlo con un amarrado de tabacos y una botella de ron, aunque se corra el riesgo de que quizás no le guste y un buen día le dé por levantar las aguas y acabar de una vez por todas con el pescado y con todos los que estén cerca de la orilla o atravesando el rio en balsa.
Pero todo cambia, y hasta el Mohán ha sido víctima de la violencia. Y los dos documentales de Gille –Los abrazos del rio y En lo escondido– se ocupan justamente de observar los cambios que sufrió la geografía del alma de la gente desde el momento en que cuerpos descabezados comenzaron a resbalarse rio abajo. ¿Qué han hecho esos campesinos para merecer tanto horror? ¿a quién achacarle tanto muerto? ¿uno de esos torsos pertenecía también al Mohán? En fin, ahí les dejo. Un encuentro vívido y conmovedor con las víctimas, con el campo, con nuestras raíces y nuestros muertos, en estos tiempos de reparación para quienes de verdad creemos en eso.
Ya pasó la «semana de la memoria» en la Cinemateca Distrital. Los documentales se rodaron un día antes o un día después de que el expresidente Uribe pasara con su marcha fúnebre de una escolta belicosa, negra como los gallos que en el campo son una indeseable apología a la muerte, por enfrente del Jorge Eliecer. Y entonces pensé en la magia del cine, en su capacidad para proyectar lo imposible. Para algunos, como para el expresidente, simplemente no existe el conflicto, no existe lo que muchos vimos dentro de esa sala. No existe doña Carmen, Luis, Arturo, Magola, don Jesús, toda esa gente que se desvanece en la selvas de Colombia, toda esa gente que también es nuestra gente y a la que le debemos mucha más presencia en nuestras frágiles memorias de barro.
Andrés Braun
Columnista invitado LA LUPA
lalupaopinion@gmail.com