Culturalmente somos una nación con poco amor por nuestra idiosincrasia. Nos ofende que nos llamen «indios», preferimos la comida extranjera, evitamos las vestimentas tradicionales de nuestras regiones y las costumbres locales nos apenan, hasta el punto de convertirlas en álbumes de «Colombianadas» en Facebook. Como si nos diera vergüenza ser nosotros mismos.
Desde pequeños nos han enseñado que la mejor proeza de un colombiano es triunfar en el exterior. Desde el colegio los profesores nos alientan a buscar carreras en otros países y vivir la vida de otros. Los integrantes más admirados por la familia son aquellos que consiguen una nacionalidad en Estados Unidos o algún país de Europa.
Los que nos quedamos en Colombia en contra de nuestros errados ideales sociales de éxito, siempre estamos criticando la realidad en la que vivimos y, con frases como «estamos jodidos» o «esto no lo arregla nadie», nos cruzamos de brazos esperando que el país cambie por sí solo.
El territorio nacional se convirtió en un campo donde todos luchamos por nuestra propia supervivencia e intereses particulares. Nadie piensa ni -mucho menos- actúa con consciencia colectiva, acabando con cualquier oportunidad de surgir como país desarrollado.
Pero lo cierto es que Colombia necesita gente que quiera luchar por ella. Personas que se sientan orgullosas de sus ancestros. Colombianos que le apuesten a dedicar sus vidas por el desarrollo de todos como nación, y no solo de ellos mismos como personas. Mujeres y hombres comprometidos por el futuro de un país que lo tiene todo para ser muy grande.
Colombia necesita colombianos que amen vivir y trabajar por Colombia.