Reivindicación del vapuleado batracio y su beneficioso papel en la sociedad.

Hoy vamos a hablar del sapo. En la naturaleza el sapo es un animalito más bien feo, pero en su ambiente natural cumple un papel importante pues se encarga de mantener a raya insectos perjudiciales y alimañas. Es mera casualidad, pero veremos que esta función guarda semejanza con la de su homólogo humano.

Ya en pasadas entregas he mencionado las diferencias presentes entre las sociedades de los países altamente desarrollados y las de los países del tercer mundo, poniendo mayor énfasis en Colombia, que es el caso de estudio que nos interesa y tenemos al alcance de la mano.

Para no repetir, diremos resumiendo, que en el primer mundo las instituciones fueron creadas bajo los mismo principios que dieron forma a la sociedad en general, y se sobreentiende por parte de todos los ciudadanos que su función es la de conservar y proteger los valores sociales. Vemos que existe una estrecha relación de colaboración mutua entre los ciudadanos e instituciones tales como las fuerzas del orden, la justicia, etc. Además la sociedad y sus instituciones evolucionaron a la par y en sincronía desde sus comienzos. Estos factores en conjunto dan algunos indicios importantes para explicar el grado de coherencia que existe entre ellas.

En nuestro país, las élites gobernantes, ilustradas y educadas en el extranjero, conocieron las instituciones existentes en las sociedades desarrolladas. Después de la independencia, bajo las diferentes formas de gobierno republicano que hemos padecido, se fueron implantando y adaptando a la fuerza esas instituciones traídas de otras latitudes, hasta alcanzar la forma conocida por nosotros hoy en día, más parecida a una colcha de retazos.

Para entender los fenómenos de nuestra sociedad, es importante recalcar que nuestras instituciones, a diferencia del primer mundo, nos fueron impuestas desde arriba, un poco artificialmente, sin que mediara un proceso de crecimiento sincronizado entre los actores sociales. En el primer mundo las instituciones están íntimamente incorporadas en el entramado social. En nuestro caso, son entes alienígenas para el grueso de la población.

Por favor, no me malinterpreten. Yo no estoy hablando mal de las instituciones. Las instituciones democráticas para mí, son un logro capital del mundo moderno civilizado. Solamente estoy exponiendo realidades que ayudarán a entender muchos de los dolores de cabeza padecidos por nosotros los colombianos.

Ahora hagamos un contraste entre el sapo del primer mundo y el sapo colombiano. El primero es un animal grande, bonito, vigoroso y llega a ser tan apreciado que casi todos los ciudadanos quisieran serlo. El nuestro, no podía ser de otra manera en un país subdesarrollado, es un sapo escuálido, vituperado y digno de desprecio. Es un sapo satanizado por una sociedad con alma de traqueto.

Alguna vez vi en un programa de televisión donde presentaban videos de persecuciones policiales en EEUU, un caso de un delincuente que huía de los oficiales de policía y parecía conseguir su objetivo, pues era escaso el número de efectivos uniformados que iban tras él. De pronto, apareció de la nada un ciudadano espontáneo que se sumó a la persecución. Finalmente atraparon al maleante. Les propongo otro ejemplo menos espectacular. Vaya a EEUU o a Europa y pásese en rojo un semáforo peatonal, así no haya automóviles alrededor. Experimentará en carne propia el escarnio público por parte de las personas que estén cerca, quienes lo mirarán con desaprobación y posiblemente le dirán algunas palabras de censura. Es decir, en esas sociedades el sapo se da silvestre y está presente en cada esquina.

Aquí pasa al contrario. En nuestro ser colombiano anida una actitud de estolidez parecida a la complicidad en relación con la transgresión de la ley. Les voy a narrar brevemente una experiencia que tuve, esa sí de primera mano. En el centro de Bogotá presencié la captura de un raponero. Había sido capturado en flagrancia por parte de las fuerzas del orden. La gente curiosa se arremolinó incluyéndome a mí, como siempre pasa en estos casos. La persona que estaba a mi lado hizo un comentario de este tenor (perdón la expresión): «Que man tan güevón, pa’ qué dió papaya». Increíble, ¿no? Uno esperaría una actitud de respaldo hacia los policías, pero no, el aspecto para destacar era que «el man dio papaya». Esos somos los colombianos. Otro ejemplo sencillo, que creo todos hemos experimentado: Reclámele a una persona cuando comete una infracción menor, por decir, arroja basura al andén. Usted se expone pendejamente a recibir un recordatorio materno, muy en contra de sus deseos. Baste traer a colación el asesinato absurdo de un muchacho que se atrevió a reclamarles a dos desadaptados que orinaban en una estación de Transmilenio.

Es realmente triste pero tiene su explicación. Con el grado de disociación existente entre las instituciones y la sociedad, no podía ser de otra manera. Cuando el transgresor comete su desafuero, por ejemplo contra otra persona, siente que la agresión es contra un solo individuo, no contra la sociedad. Si se trata de una transgresión en contra de las normas de civismo, por ejemplo botar basura a la calle, es peor porque la ofensa es contra nadie. Si alguien reclama, el desadaptado, el colombiano, reaccionará violentamente, porque no se le pasa por la cabeza que es la sociedad la que está reaccionando, sino una persona, ¡UN SAPO! De la misma manera, los que somos testigos de la acción de los transgresores, no reaccionamos porque no sentimos que nos estén ofendiendo en lo personal. Bueno, también hay que reconocer que no queremos exponernos a recibir un insulto o una puñalada.

En las sociedades civilizadas la transgresión atenta contra todos y cada uno de los ciudadanos, y así lo entienden ellos, porque saben que está en juego todo su universo de valores que le da consistencia a la vida en comunidad.

Para resumir, propongo un homenaje de reivindicación al sapo. Elevemos el sapo al lugar que le corresponde. ¡SEAMOS TODOS UNOS SAPOS!

CROAC

Primer PD: ya imagino a más de uno diciendo: «y éste imbécil por qué no se va a los EEUU ya que no le gusta lo de acá y en cambio le parece tan maravilloso lo de allá». Pues no me voy. Me quedo, y además rajando a porrillo, porque estoy convencido de que podemos mejorar esto pero con actitud crítica, no con nacionalismos de medio pelo.

Otro PD: Ya ha habido intentos tímidos por validar al sapo. No podían venir de persona diferente a nuestro querido profesor Mockus. Afortunadamente existe ya, aunque muy incipiente, cierta consciencia pública por los temas de colaboración y denuncia.

 

PIETRO ROCA

LA PIEDRA AFUERA

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