Rechazo de plano cualquier gesto discriminatorio, como también, cualquier idea, hecho o acto populista que trate de ocultar una verdad de a puño y, con el fin de mejorar su deteriorada imagen, presente soluciones descabelladas a situaciones reales incontrovertibles que marcan y obligan a la aceptación de las diferencias sociales que se dan en todas las latitudes del planeta tierra, y cuya erradicación no está en las manos de un mortal. El Papa León XIII, en su encíclica “Rerum Novarum” de 1891, en la defensa de la propiedad y la justicia social, corrobora dicha diferencia con un enunciado simple: “No pueden ser iguales los altos y los bajos”.

Es por ello, que todos los Estados tienen la obligación ineludible de presupuestar recursos para la inversión social con prioridad en salud, vivienda, educación, recreación y demás necesidades básicas en procura de mejorar ostensiblemente la calidad de vida de la población más vulnerable, no siendo óbice para que a éstos servicios puedan acceder todos los estratos sociales.

Estas variables o diferencias dieron lugar a establecer la estratificación a fin de facilitar y proteger no sólo el libre mercado de la oferta y la demanda de la tierra, sino las tablas o escalas para los cobros de impuestos, gravámenes, tasas, tarifas, etcétera, etcétera., que afectan la propiedad, y cuya oscilación en los valores a cobrar permite subsidiar proporcionalmente al resto de la población menos pudiente, sobre todo en la prestación de los servicios públicos domiciliarios.

Tampoco se puede afirmar de manera tajante como lo hace el Alcalde, y con cierta sorna izquierdista, que “la estratificación social en Colombia es un sistema de castas, antidemocrático, antirepublicano y antihumano. Eso debe acabar”, así trató de explicar su ininteligible propuesta de procurar la mezcolanza de estratos, sin anunciar la fórmula mágica para su mezcla ni la solución a los equipamientos sociales necesarios para una aceptable calidad de vida y a cargo de quién.

La idea del Alcalde de Bogotá, aparte de ser improvisada y de imposición megalómana en los estertores de su equivocado mandato, de combatir la segregación y discriminación y de apostar por un proyecto de convivencia (¿no creen más acertado hablar de una coexistencia pacífica?), requiere de más concertación entre las partes y, ante todo, de un análisis serio del impacto sociológico y sicológico de los futuros y mártires convivientes, sobre todo los de la población infantil; propuesta qué, por demás, puede encerrar un peligro social inminente. ¿Quién puede garantizar qué no va a ser un caldo de cultivo de unos odios de clases?

La segregación y discriminación se combate y la convivencia se fomenta cuando se construyan Barrios para estratos bajos en los límites de barrios estrato 5 o 6, buscando aproximaciones sociales que traerían consigo cierta heterogeneidad lo que generaría oportunidades para la gente, y se daría aplicación a un principio lógico y elemental del Derecho romano sobre la libertad: “La libertad de una persona llega hasta donde empieza la libertad de la otra”. Soluciones como ésta no crearía situaciones de zozobra y sobre saltos innecesarios.

Es imposible desarrollar una convivencia impositiva dejando de lado la concertación de los convivientes u obligando a que se albergue a un forastero en el cuarto nupcial. La construcción de un Barrio estrato 1 o 2 enseguida de uno de estrato 6, forza a aquellos y al Estado (nación o municipio), a tener los equipamientos sociales necesarios para su calidad de vida y convivencia en familia.

Este experimento de alquimia que el Alcalde propone con este “tejido social” demuestra, en primer lugar, que quedó mal operado de la cabeza y, en segundo lugar, que esas puntadas de crochet o ganchillo se están haciendo de manera equivocada, lo que da al traste con la tarea porque cuando menos se piensa el tejido se desbarata, sobreviniendo un caos inevitable. ¿Será capaz el controversial Alcalde de Bogotá de volver miscible el aceite con el agua, sin atropellar derechos ni libertades o causar traumas en unos o en otros?

No sé cómo sería la niñez del Alcalde de Bogotá, se sabe la de sus años mozos y de sus andanzas que son respetables y que deben de haber tenido sus razones de peso. De pronto de su niñez quedaron algunas secuelas que se han traducido, como sostienen algunos, en una revancha social, o sea, en una especie de resentido social, lo cual sí es así, se convierte en un peligro latente para la ciudad capital por sus veleidades y descabelladas ideas.

Es paradójico que una persona se devane los sesos para inventar o crear situaciones negativas, siendo lo racional la invención o creación de situaciones positivas. Esta inversión de lo positivo por lo negativo no es nada normal y solo indica que algo anda mal en el intelecto. Es inadmisible que un gobernante se dedique a inventarse un problema donde no lo hay, para después verse en la encrucijada de no encontrar la solución. ¿O será una estrategia para mantener vigente su protagonismo progresista?

Con esta idea de la mescolanza de estratos del Alcalde, pregunto a los expertos: ¿Tiene algún funcionario público ese poder omnímodo y omnipotente para menoscabar de manera ostensible un patrimonio oficial, sólo en obediencia a una veleidad? ¿Con esta propuesta del Alcalde, se podría generar una especie de pánico económico en detrimento de la oferta y demanda de tierras en determinados sectores de la ciudad? ¿No creen que con esta medida se presentan dos afectaciones: en unos la económica y en los otros, los nuevos colonos, los traumas síquicos derivados de ese cambio de entorno tan brusco? ¿No creen que en los “nuevos vecinos”, sobre todo en los niños, se pueda empezar a alimentar un odio de clases?

Marco Aurelio Uribe García
Manizales, noviembre 13 de 2014.