La penumbra de un Gobernante

“Sólo los imbéciles no cambian de parecer” (Juan Manuel Santos)

La expectativa y la tensión que reina en el pueblo colombiano sobre un posible racionamiento o apagón en el servicio de energía eléctrica es grande y desconcertante, sin que hasta el momento se pueda tener la certeza de que tal decisión, si es que se llega a tomar, obedece al rigor del fenómeno climático o si solo se trata de una cortina de humo más para desviar la atención de un pueblo invadido por el letargo, la apatía y la connivencia ante los desafueros y abusos de poder a través de políticas con alta dosis de “mermelada”, unas desacertadas y dañinas, otras corruptas, y unas más de poca valía que permean a diario a una comunidad carente de coraje, de dignidad, y que pareciera sufrir de criptorquidia.

De lo que no queda la más mínima duda en los colombianos que tienen dos dedos de frente, es la penumbra en la que se mantiene el cerebro del presidente Santos con una intermitencia enfermiza, y cuya falla se refleja en la toma de decisiones que, por regla generalizada, son desacertadas y sujetas a bruscos cambios o “reversazos” que generan en el pueblo desconfianza, incertidumbre y escepticismo en su gobierno y que dan la sensación de una falta de mayor madurez y más conocimiento en el manejo de la cosa pública, lo que le ha valido para ser el presidente en toda nuestra historia republicana con el índice más bajo de aceptación ciudadana, según la última encuesta publicada. Así de simple.

Desde el origen de los tiempos, en Colombia no se había tenido un presidente que incumpliera tan alegremente las innumerables promesas de campaña y de gobierno como lo hace Juan Manuel Santos, la de menos fue el engaño que le hizo al gremio de pensionados (un millón) al prometer la rebaja de sus aportes a la salud para granjearse el apoyo a la reelección presidencial, pero lo más inquietante y patético es que haya logrado, a través de la mermelada corruptora y corrompida, el arrodillamiento de muchos medios y periodistas de pacotilla que de manera vergonzosa lo secundan, callan o esconden las reiteradas equivocaciones con las que procura incumplir o dilatar, en perjuicio de un pueblo inerme, las promesas utilizadas como carnada para pescar votos incautos y asegurar su reelección.

En un principio creí firmemente en la buena fe de las partes para adelantar los diálogos y procurar alcanzar una paz duradera y estable en beneficio de una armónica y tranquila convivencia social, primando el interés general sobre el individual, y sin ninguna expectativa retributiva, bajo los postulados infranqueables de justicia, reparación, compromiso de no repetición y, por sobre todo, de la entrega real y material de las armas, situaciones que a medida que avanzan los diálogos en La Habana va quedando al desnudo este burdo sainete que sólo busca alcanzar reconocimientos personales del orden internacional, y que ha ocupado toda la atención presidencial alejándolo de las obligaciones constitucionales y legales para gobernar este país.

Las posiciones ambivalentes del presidente Santos frente al tema de la paz (diálogos y acuerdos, propuestas de refrendación e implementación, etcétera.), son desconcertantes y preocupan a las personas de bien que no participan en la degustación de la mermelada anestésica que unta el gobierno a manos llenas para alcanzar sus logros; el presidente Santos se muestra ante la opinión como una persona férrea y vertical, como un “Súper Uribe”, en las posibles etapas de exploración, diálogos y acuerdos con la subversión, y otra cosa muy distinta, es lo que acuerda con ellos en voz baja y bajo la mesa con impronta de arcanos, y para muestra tenemos el caso del secuestro del ingeniero Cabrales por parte de los “elenos”, siete meses secuestrado y la posición del gobierno fue pusilánime sin exigencia perentoria, y la familia terminó pagando un abono por su liberación, y un miembro del sanedrín gubernamental como cualquier bufón salió a declarar que la liberación era un gesto de paz de ese grupo subversivo. ¡Habrase visto semejante despropósito!

De qué se ufanará y qué sentirá el presidente Santos, cuando sale con frecuencia por la televisión, con risita burlona y socarrona, y haciendo el papel ridículo de presentador a dar parte por las grandes expoliaciones al erario y que van a dar al cajón de la impunidad o que dieron de baja a cualquier insignificante delincuente o a contarnos qué cantidad de bombillos se prendieron o apagaron para el ahorro de energía o hablarnos de la falacia de la paz, y reiterando que esta se encuentra a la vuelta de la esquina, no obstante haberse incumplido el plazo para la firma, y que este país es un dechado de felicidad con excelente calidad de vida, tratando de desconocer que por los diferentes puntos cardinales del suelo patrio la población infantil padecen de sed y de hambre, lo que los lleva a un estado de desnutrición, y que de manera indefectible son abrazados por la yerta y terrorífica muerte, como suele suceder en cualquier país paupérrimo del continente africano.

Señor Presidente, todas estas situaciones generan violencia, y mientras haya violencia, por supuesto, no habrá paz, y si esta se firma a la brava o a las volandas, pronto florecerá una nueva carnicería fraternal, y la anhelada paz será una quimera o falacia, recuerde que este país tiene mucho desocupado, gente sin empleo, lo que facilita un reclutamiento pagado. No debe olvidarse que no todo lo que dice Uribe es mentira, y él es muy ducho en reclutamientos y otras yerbas.

Hay otras situaciones que no deben pasarse por alto y que terminan generando violencia y que son una amenaza para un eventual posconflicto, y es la urgencia en adelantar reformas en la justicia, pero no en los juzgados sino en las altas cortes que es donde está la corrupción, junto con la rama legislativa que es peor, proscribir los inicuos y corruptos cupos indicativos. Si esto se logra hay esperanza de que se tenga una paz duradera y estable que queremos todos los colombianos desde hace más de sesenta años. De lo contrario es hacernos “la paja del alma”.

Marco Aurelio Uribe García.
Manizales, marzo 31 de 2016.