Las “mariconadas” de la Corte Constitucional

Me tiene sin cuidado, y no me interesa en lo más mínimo, lo que cada una de las personas, mayores y con plena facultad mental haga con su propio cuerpo, no siendo esto óbice para considerar, de manera muy personal, la homosexualidad como una anormalidad biológica respecto a su desarrollo fisiológico o una desviación de sensaciones sexuales cuando se entra a la pubertad, en donde influyen los cambios por procesos biológicos, cerebrales y hormonales, las glándulas o gónadas masculinas y femeninas aumentan su secreción de hormonas, y es aquí en donde aparece el deseo sexual, sin definirse la tendencia homosexual o heterosexual.

Según estudios científicos, las personas no nacen homosexuales, sino que se hacen, todo debido a los factores enunciados, y otros más, como el medio o entorno en el que se levanta el infante hasta su llegada a la adolescencia, afirmaciones científicas que, sin duda alguna, dan lugar a pensar que se pueden corregir a través de terapias o tratamientos medicinales. Cuando veamos dos animales del mismo género, por ejemplo dos caballos, “apareados”, o a un hombre pariendo o una mujer embarazada por la secreción hormonal de otra, podríamos empezar a sostener y a entender que la homosexualidad es normal y que es acorde con la naturaleza, lo contrario, es ir en contra natura y contra la procreación de la raza humana.

Y, por supuesto, estos estados emocionales en ciertas personas hay que respetarlos y el Estado debe garantizar todos sus derechos, pero es inadmisible que en la legislación colombiana (?), vía jurisprudencial, se ordene o introduzcan ciertos cambios forzados y traumáticos que afectan a la inmensa mayoría de la sociedad en su principal núcleo, como lo es la institución del matrimonio, el cual se tipifica con la unión de dos personas, pero con una finalidad específica y puntual: la procreación y, por ende, la preservación de la humanidad, finalidad que solo se logra cuando la unión se da entre hombre y mujer, salvo que la decisión de la corte constitucional demuestre científicamente que es posible la procreación entre dos personas del mismo sexo.

Los homosexuales, en este país, pueden hacer todo lo que les provoque y que no sea prohibido por la ley, son libres de compartir su vida con cualquiera, de vestirse de travestis, de acicalarse, de tener las garantías para acceder a los mismos derechos que le asisten a las uniones del hombre y la mujer, respecto a seguridad social y derechos de herencia, sin necesidad de que se hable de matrimonio sino de “unión libre”; la palabra matrimonio es incongruente y no cabe para parejas del mismo sexo, también, su definición y/o acepción gramatical no cabe para esta clase de uniones. Además, si la Corte en su jurisprudencia (ver definición y raíz de esta palabra) hubiese asumida esta posición sensata, se habría evitado tantas fricciones con la sociedad, con la gramática, con la iglesia, y con Raimundo y todo el mundo.

Sin ninguna duda, con esta decisión que tomó la corte constitucional se corrobora una vez más que estamos frente a una “dictadura judicial”. Resulta inconcebible e inadmisible que unos magistrados muy orondos pasen por encima o se abroguen funciones exclusivas del poder legislativo para beneficiar a una irrisoria minoría dando paso al “matrimonio entre homosexuales”, decisión descabellada que pisotea olímpicamente al constituyente primario en su voluntad popular. Como dijera alguien, solo queda faltando que en un mañana cercano, unos magistrados nefelibatas legalicen toda clase de uniones hasta con los animales, y así, desnaturalizar por completo la razón misma del matrimonio.

El constituyente del año 91 en hora buena creo la Corte Constitucional, con el fin de encomendarle la guarda de la norma superior y velar por su integridad, a través de sentencias que declaren la exequibilidad o no del resto de normas con ajuste a la constitución. En ningún momento ni en parte alguna de la Carta le señala funciones legislativas. Esta actitud en la toma de esta decisión por parte de los magistrados de la Corte no son otra cosa que una simple “usurpación de funciones”, pero como son parte de esa ignominiosa dictadura, todos callan. Al alcalde no hay quien lo ronde.

Es infructuoso arar en el mar.

Marco Aurelio Uribe García.
Manizales, abril 14 de 2016.