No sólo se necesita “seriedad”, sino Justicia, dignidad y carácter
“La destrucción de la moral pública, causa bien pronto la disolución del Estado” Simón Bolívar.
Leí el artículo “Si fuéramos un país serio…” escrito por José Manuel Acevedo y publicado en la revista Semana el pasado domingo; y, por supuesto, su análisis es cierto pero su enfoque timorato y con tinte eufemístico, por cuanto fue superficial en los temas tocados y no puso de manera contundente el dedo en la llaga llamando las cosas como son: “a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”. Así de sencillo. La seriedad y la justicia corren por cuenta del establecimiento, o sea, de los encumbrados burócratas que manejan los poderes del Estado, y la dignidad y el carácter compartidos entre éstos y el resto de habitantes del país. Este sería el primer paso, el de la justicia, como requisito sine qua non para que se dé un verdadero Estado de Derecho democrático.
Colombia con su sistema anacrónico imperante de justicia selectiva, maneja, junto a unos pocos países del mundo, la más grande y abominable impunidad jamás vista, lo que ha permitido mantener florido el árbol frondoso de la corrupción en todas las ramas del poder público, gracias al corrupto, selectivo, acomodado e impune sistema de investigación y juzgamiento para los altos dignatarios del establecimiento, y que es ejercido, para unos, por la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representante, para otros, por la Corte Suprema de Justicia, y en algunos casos, por el Consejo de Estado, entidad más conocida como la “Celestina” del poder político, y todo en aras o debido a la odiosa figura del “fuero”, lo que les permite dar rienda suelta a sus extravagantes veleidades, así, como a sus inconmensurables desafueros, en especial, a lo que concierne a la expoliación del erario a través de los “cupos indicativos”, y al tráfico de influencias derivado de su investidura.
Sí tuviéramos una verdadera, no “nugatoria”, administración de justicia diáfana, pronta y cumplida, sin jueces venales (léase todos los operadores judiciales), despolitizados y con principios éticos y morales, otro gallo cantaría en esta “gallera” conocida como Colombia, y ningún alto funcionario del Estado, incluido el presidente, violaría la constitución y la ley (léase prevaricato), como ocurrió con la tardía presentación de la terna por parte del presidente Santos para la elección de fiscal general, omisión que, parece, sólo obedeció a recónditas retaliaciones con la expectativa de que el encargado procurara terminar o adelantar al máximo su preciso instructivo; y lo más patético, las organizaciones y centros de pensamiento o fueron engañados o se prestaron para la grotesca comedia de la tal convocatoria pública para la escogencia de los ternados. Esta convocatoria es falta de seriedad, y la no presentación oportuna de la terna es irresponsabilidad y delito (prevaricato).
Por enésima vez, repito y sostengo que en este país se han dado todos los presupuestos o mejor las situaciones más ignominiosas y de más peso que las que se dieron en Francia en el siglo XVIII, y que originó la revolución con la toma de La Bastilla. Las principales causas que motivaron la revuelta fueron: incapacidad de las clases gobernantes (nobleza, clero, burguesía) para enfrentar los problemas del Estado, la indecisión del monarca, excesivos impuestos y empobrecimiento del lumpen. No cabe duda de que aquí sucede lo mismo y han ocurrido hechos más graves y vergonzosos, y seguimos muy orondos cargando la vergüenza con una cobardía cínica y hundiéndonos cada día más en el nauseabundo pozo séptico de la asfixiante corrupción.
Si este “inepto vulgo” de colombianos tuviese siquiera una brizna de dignidad y carácter y, también, de coraje, muchos de nuestros presidentes hubiesen sido depuestos recurriendo a cualquier medio por malos gobernantes, deshonestos, traidores e indecisos, y, por supuesto, juzgados y condenados, o no habrían alcanzado a ocupar el Solio de Bolívar, por falta de respaldo popular; no se tendría “el mejor Congreso nacional que el dinero pueda comprar”, no habría reelección parlamentaria por más de dos periodos; no permitiríamos, así tuviéramos que hacer plantones como el que hizo Uribe en días pasados, fiscales comprometidos e incondicionales con la clase empresarial y burguesa, ni que dispongan (peculado y celebración indebida de contratos) de millonarias sumas de dinero para pagar favores muy íntimos y debajo de las sábanas, ni politizados, ni los que se creen reyezuelos; ni procuradores camanduleros, fanáticos, sectarios e hipócritas.
Ahora, que está tan de moda el tema de la paz, y que es la obsesión enfermiza de Santos en procura por alcanzar el Nobel, no cabe la menor duda, que esta “paz” será una flor de pocos días para los ciudadanos de bien, y de muchos, pero son muchos, días de apoltronamiento y poder para los farianos en las zonas que acantonaran y en el Capitolio con su número enigmático de curules, unas obsequiadas y otras con el voto forzado o constreñido en muchas regiones de la geografía nacional en donde tienen el control, situación que persistirá mientras no se haga la reforma política de fondo, especialmente en el poder legislativo, se proscriban los cupos indicativos que solo sirvieron para reelegir presidentes, y sirven ahora para la reelección de parlamentarios con la compra-venta del voto.
Así mismo, se debe reformar la justicia, pero no con aumentos de penas que solo son placebos, sino enfocada a reformar a fondo las altas cortes, de tal manera que se garantice su conformación y se conviertan en los garantes como fieles de la balanza en los pesos y contrapesos, evitando los desafueros y los actos corruptos en su propio seno y en los poderes ejecutivo y legislativo, cuya investigación y juzgamiento sea imparcial, ágil y efectivo, sin solidaridad de cuerpo, ni compadrazgos, ni reciprocidades de ninguna índole. Y esto si garantiza una paz duradera y estable.
Marco Aurelio Uribe García
Manizales, abril 28 de 2016.
Apostilla: Señor Presidente Santos, se necesita mucho cinismo y piel de paquidermo para no sentir escozor ante sus declaraciones en días pasados: “En mi gobierno ningún funcionario es corrupto ni está siendo investigado”. Claro, presidente Santos, su afirmación es cierta, porque la corrupción la tiene Usted concentrada en sus manos y obedeciendo a sus veleidades la irriga, como ha ocurrido y ocurre con sus cupos indicativos que aseguraron su reelección y que han enriquecido a la mayoría de parlamentarios de su Unidad Nacional. Recuerda cuando aseguró y amenazó en días pasados en Villavicencio diciendo: “La chequera la manejo Yo”. Usted, pasará a la historia como uno de los presidentes más corruptos, porque quien patrocina la corrupción, es un corrupto. Ahora, si Usted cree estar libre de máculas, permita o solicite a los complacientes órganos de investigación y control que investiguen exhaustivamente el destino final de esos engendros que Usted creo cuando era ministro de Hacienda de Pastrana.