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El maximalismo en la política colombiana

“Se puede engañar a parte del pueblo parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo”. Abraham Lincoln.

Casi se podría asegurar que en ningún Estado del planeta ha existido una clase política tan pervertida como la nuestra – ni aún en la era antes de Cristo cuando en el Senado Romano se fraguó el asesinato de Julio César a manos de Bruto, Casio y Casca, entre otros – que con lujo de detalles y destreza maneje y aplique a la perfección un “maximalismo” tan inicuo y extremado para el logro de sus aspiraciones, muchas de estas marcadas con tinte macabro y abominable en procura de saciar una codicia política y económica desaforada y desordenada, sin que sea óbice los medios empleados para alcanzar su fin.

El resquebrajamiento de los partidos políticos tradicionales, y de los nuevos también sin duda alguna, obedece en gran parte a fallas y debilidades que agobian de manera protuberante a sus cuadros directivos, quienes han demostrado su falta de ética, autoridad, jerarquía y de “calzonarias” para tomar decisiones cruciales en favor de cada uno de los partidos, lo que ha permitido la infiltración de grupos al margen de la ley, el empotramiento de un clientelismo corrupto y el ingreso a sus filas de personas con prontuario delictivo escabroso, así no hayan sido condenados (aquí no se condena ni a los de ruana), con aspiraciones a cargos de elección popular y/o de apoyo para ocupar altas dignidades; todo esto ha creado caos y ha generado apatía en la participación de sus adeptos en los comicios, engrosando así el abstencionismo y el éxodo a otras toldas.

Los partidos o movimientos políticos se han ido convirtiendo en unos ‘entes parasitarios’ reducidos a su mínima expresión, sus cuadros directivos, en unos, son unos ineptos de una decrepitud enorme que dan ganas de ladrar, en otros, unos advenedizos “paracaidistas” o unos imberbes sin experiencia y fáciles de engolosinar y que todavía necesitan de esas cremas que sirven para las quemaduras glúteas; carecen de principios ideológicos; han perdido credibilidad y respeto en la colectividad, quedando como simples amanuenses o ‘palabreros’ encargados de la triste venta de avales o de conseguir a través de su bancada parlamentaria apoyo para ocupar alguna dignidad y que, por lo regular, recae en un aspirante que termina siendo un delincuente en ciernes o que ha tenido un pasado azul casi negro.

Es inaceptable y triste constatar que día a día los partidos o movimientos políticos, han menguado su identidad, han perdido su independencia frente al mandatario de turno, su criterio es poco lo que pesa en el acontecer nacional, han dejado de ser una alternativa de poder, porque sus conciencias han sido vendidas o hipotecadas a cambio de las mieles que depara el establecimiento o de las sinecuras burocráticas para que la disfrute su parentela; han sido “arrendados o amansados” como cualquier equino; en su metamorfosis cerebral se les borró la palabreja oposición. Hoy, no son otra cosa distinta a una ‘bolsa o agencia de empleos’ de mala muerte, en pocas palabras, son una recua de vergonzantes sin carácter que sólo causan daño al país.

El Congreso Nacional está conformado por una mayoría de parlamentarios con un perfil que deja mucho que desear, de extraordinaria sagacidad para obviar los conflictos de intereses y hacer uso del tráfico de influencias lo que les permite realizar los negociados o torcidos y que expelen hedor nauseabundo; clientelistas consumados sin impedimentos o inhibiciones para enajenar su conciencia; expertos en el Concierto para Delinquir, por eso la facilidad para conformar contubernios macabros con criminales redomados como los que engendraron y criaron la criatura diabólica del paramilitarismo; hábiles en ‘micos’ legislativos y falsedades ideológicas y materiales; ¡Y estos son los que hacen las leyes! ¡Y estos son los que viven en la impunidad, gracias a los “buenos oficios” de la venal Corte Suprema de Justicia y Consejo de Estado!

Tomé de un artículo sobre Impunidad publicado por el Portal Razón Pública, la frase pronunciada por Leoluca Orlando, diputado italiano y ex alcalde de Palermo (Italia) durante una visita a Bogotá en noviembre de 2009, y por caer como anillo al dedo para este escrito, me permito transcribirla: “No puede haber democracia sin lucha contra la corrupción, porque la corrupción no es solamente un delito, es un sistema de poder alternativo al sistema democrático de poder. Lo mismo pasa con los mafiosos, los mafiosos no son solamente criminales, la mafia es un sistema de poder económico, un sistema de poder político, un sistema de poder religioso, un sistema de poder financiero(…) La nueva corrupción del tercer milenio se llama conflicto de intereses. El conflicto de intereses destruye la democracia, el libre mercado, destruye el normal funcionamiento del sistema”.

Es de suma importancia, y cierta además, la relación que establece entre corrupción y democracia, el mencionado diputado italiano. Entre los colombianos en esta relación –democracia-corrupción – se da una simbiosis perfecta en los dineros que se reciben como “cupos indicativos” y su manejo corrupto con su práctica delictiva y clientelista, lo que impide realizar o concretar los principios y los objetivos de un Estado Social de Derecho, por cuanto los recursos se concentran o canalizan a través de unos privilegiados parlamentarios que saborean los manjares en la mesa opípara del gobernante de turno, y que son desviados para otros menesteres a favor de intereses particulares que no corresponden a ningún interés colectivo. Todo esto se da con la plena anuencia del presidente Santos, quien está comprometido hasta el tuétano con la corruptela de la Unidad Nacional.
También le asiste toda la razón al señor Orlando, cuando señala la vinculación que existe entre los actores y sus acciones o procedimientos mafiosos. Pareciera que hubiese vivido entre nosotros, puesto que la relación aludida corresponde a una vivencia real cuando grupos criminales –narcotráfico y paramilitarismo– permearon exitosamente los organismos estatales, o mejor dicho, las tres ramas del poder público en donde existe el círculo perverso de corrupción, violencia y narcotráfico.

El presidente Santos trata de imponer, como su único y exclusivo candidato, a través de los castos e impolutos senadores y con la aquiescencia de los desvergonzados directorios, al dócil e incondicional senador Mauricio Lizcano para la presidencia del Senado de la República en la próxima legislatura, decisión errónea con graves y perjudiciales resultados para el país, y un mal ejemplo para el proceso de Paz, por parte de quienes lo elijan, por cuanto esta elección es una afrenta al país, un irrespeto para con la misma corporación, una vergüenza para con los descendientes y afecta la dignidad e independencia de los sumisos “padres de la patria”.

El señor Lizcano está en todo su derecho de tener aspiraciones, aún hasta aspirar a la presidencia de la República, ya estamos acostumbrados a votar por presidentes peores y menos preparados que él, pero eso sí, menos perversos que el aspirante; y, por supuesto, le daría mi voto, siempre y cuando se absuelva o precluya por parte de las autoridades judiciales por el presunto delito de Concusión, cuando se desempeñó como Secretario de Tránsito de Manizales, por pedir “coimas” a los contratistas o por el presunto delito de Concierto para Delinquir y Constreñimiento al elector, y que actualmente está en las “buenas manos” de la maravillosa y diligente Corte Suprema de Justicia, bajo el radicado 30.891.
Marco Aurelio Uribe García
Manizales, julio 7 de 2016.

Apostilla: Ni se le ocurra enviar los ‘pistolocos’, porque a estos cuando los agarran recurren a la delación cantando hasta el himno de Francia, y digo esto porque me han amenazado en varias ocasiones, sobre todo cuando mis escritos se refieren al señor Lizcano.

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Marco Aurelio Uribe García, abogado. Manizales

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