… Y no paran las “bromas” en la Fiscalía General.
“Vamos a quebrarle el espinazo a la corrupción”, palabras del nuevo Fiscal Néstor Humberto Martínez, el día de su posesión.
Las obligaciones y los deberes legales que tienen que cumplir los funcionarios en el desempeño de sus cargos no son concesiones ni “regalos” gratuitos en favor de ninguna persona, ni obedece a impulsos de filantropía o a muestras de buen samaritano. No. Esta es una creencia errónea que se tiene de que los encumbrados agentes del Estado encargados de la redistribución del ingreso a través del gasto público, como de aquellos que tienen la sagrada misión de administrar justicia, son los paladines o dispensadores de la caridad pública, situación que los hace sentir “amos y señores” del establecimiento estatal. Así de simple.
Desde su creación hasta la fecha la Fiscalía General de la Nación ha sido blanco de graves y ciertos señalamientos hechos por personas de todos los pelambres por el desacierto en su conducción, por la inoperancia en su funcionalidad, por la ineficacia en sus resultados y por un alto grado de impunidad y corrupción que se anida y carcome de manera inmisericorde en sus entrañas; para unos y otros, la desidia, la impunidad, la connivencia con los malevos, la manipulación de las pruebas, las violaciones al Debido Proceso, las filtraciones e infiltraciones, las veleidades y desafueros etcétera, etcétera, son lo más común y corriente dentro de su seno.
Este país ha sido desafortunado con la postulación (terna presidencial) y con la escogencia (designación de la corte) de algunos de los Fiscales Generales que se han desempeñado sin pena ni gloria. Algunos han creído que ni siquiera son empleados públicos sino Seres Superiores que les permite cometer toda clase de abusos y arbitrariedades, sólo por el prurito de ampararse en un extravagante y odioso “fuero” frente a la acción penal y administrativa disciplinaria que, por su engorroso trámite y los intereses políticos y clientelistas que los rodean, les garantiza una plena impunidad. Sólo basta echar un vistazo a la administración de los Fiscales Luis Camilo Osorio o Eduardo Montealegre para corroborar lo aquí afirmado.
Dudo mucho que se vuelva a repetir una era o etapa tan aciaga y negra como la que se padeció con el fiscal Osorio, manizaleño de nacimiento y dipsómano por adopción, quien sobresalió dejando huella indeleble por su inocultable simpatía, protección y ayuda desvergonzada a la cúpula paramilitar y, especialmente, a sus benefactores camuflados en las Fuerzas Armadas, como ciertos Generales que se encuentran condenados. Fiscales como éste y otros sólo recibirán castigo cuando se despoje a la Cámara de Representantes de esta función jurisdiccional.
Tampoco se debe pasar por alto ciertas épocas que no fueron tan aciagas, pero sí desastrosas como la de Mario Iguarán Arana, hasta el punto de llegar a recurrir a asesorías de expertos en esoterismo; fue notorio su falta de entereza, honradez y dignidad en el manejo de ciertos procesos que se vieron limitados por temores reverenciales. O aquella de Alfonso Valdivieso en su manipulación descarada de las pruebas en el famoso proceso 8.000, obnubilado por una utópica candidatura presidencial.
Y qué tal la fiscalía ejercida por Eduardo Montealegre, el megalómano empedernido, prepotente jurista, el enfermizo mediático, el “paquete chileno” más grande que postuló para ese cargo el presidente Santos y que la Corte Suprema, sin sonrojarse, escogió, a sabiendas de que había sido el Apoderado de la empresa más “ladrona” de la Salud de los colombianos, la persona que volvió añicos los recursos financieros de la Fiscalía para pagar favores íntimos a la señora Springer, una iluminada de la Divina Providencia según lo sostiene la mayoría de colombianos; los anteriores fiscales mencionados quedan en pañales al lado de éste.
Todas las debacles que han ocurrido en la Fiscalía, secundadas por su timonel, son de responsabilidad exclusiva del presidente de turno, quien postula, de la corte suprema de justicia que designa o elige, y todo por cuenta del circulo vicioso e ignominioso de la corrupción burocrática, convirtiendo así este organismo en una Fiscalía manida, estropeada y utilizada sin ninguna vergüenza.
Pueda ser que el nuevo Fiscal cumpla esa promesa tan trajinada que hizo el día de su posesión y no siga el ejemplo de sus antecesores, y, además, que no empiece en un mañana cercano a recurrir a impedimentos vergonzosos y perturbadores para investigaciones de cierto calado, debido a sus relaciones personales, laborales y económicas que haya tenido en su pasado.
Marco Aurelio Uribe García.
Manizales, agosto 11 de 2016.