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De las vergüenzas que nos toca cargar

Hay vergüenza propia y vergüenza ajena. La primera, en casi todos los casos, no afecta o inmuta o altera en lo más mínimo a su causante respecto a su personalidad, porque, por lo regular, recae en personas que hacen gala de un cinismo y desfachatez extremo y, su mayoría, tienen como profesión ser unos aventajados timadores y/o privilegiados “politicastros corruptos”; la segunda, la ajena, es la que sienten las personas de bien, los buenos ciudadanos, y es la que propician o corre por cuenta de aquellos, y los cuales son unos “depredadores” que asaltan la buena fe y expolian las arcas y bienes del Estado, expertos en tráfico de influencias, en alianzas macabras para delinquir, y en toda clase de “torcidos” de ilícita utilidad.

Y por supuesto que no es sólo la clase política corrupta la que genera la vergüenza ajena. No. Tenemos otras “incubadoras” de grandes proporciones: el poder judicial que se dejó “permear”, es venal, polarizado y politizado, y, lo más grave y peligroso, su impartición de justicia es “selectiva”, o sino mírese lo que ha ocurrido con la investigación de muchos congresistas por diferentes delitos, entre ellos, con la truncada investigación sobre el paramilitarismo, sus condenas y absoluciones siendo algunas ininteligibles, sus procesos con increíbles Autos Inhibitorios y durmiendo el “sueños de los justos”, y toda la comunidad conociendo lo que pasó y está pasando, y las altas cortes y fiscalía ciegos y sordos.

Y como una fruta podrida daña todas las del costal, la podredumbre se extendió a otras instituciones: ejército y policía se dejó corromper, y cayó en la trampa con sus macabros “falsos positivos”. Cuando uno no lucha contra la corrupción y es connivente con ella, termina, también, haciendo parte de ella. Y es el caso de la Casa de Nariño, donde funciona el Despacho presidencial, de allí se ordena la entrega desaforada de los corruptores “cupos indicativos” a los congresistas amigos incondicionales del régimen, garantizando así la gobernabilidad y distorsionando con ellos el sistema democrático corrompiendo al elector con la compra-venta de votos.

Todo lo anterior, no es una simple “mermelada”, como jocosamente se le llama, es una gran dosis de ácida y vinagre corrupción que corroe, enloda, descompone, causa asco, exacerba y produce vergüenza o pena ajena. Lo malo no es el lodazal descompuesto, lo malo es el silencio de las autoridades y la pasividad de un pueblo inerme y pusilánime, al cual emasculan cerebralmente a diario para lograr su silencio a cambio de migajas, pero todo esto y mucho más traspasa los hitos fronterizos, y seguimos con la impronta de un país subdesarrollado con alto grado de corrupción y cuna de mafiosos, dignos de la compasión internacional, y nosotros aquí creyéndonos los reyes, los “colosos” del norte en América del sur. ¡Qué ingenuos!

En Colombia la corrupción hizo metástasis y su propagación se acentuó en un variopinto de focos o carteles malignos, es por ello que tenemos: cartel de los capos del narcotráfico, cartel del micro narcotráfico, cartel de oficinas de sicarios, cartel de los reducidores, cartel de captadores ilegales de dinero, cartel de trata de personas (sin importar su sexo o edad), cartel del tráfico de órganos, cartel de la alimentación escolar, cartel de la contratación, cartel del carrusel de las pensiones y el cartel de las bolsas de empleo, éste en manos de los directorios políticos, etcétera, etcétera,.

¡Qué vergüenza y rabia!, la que sentimos una mayoría abrumadora de colombianos por la impotencia que sentimos o tenemos para cambiar las cosas que nos impone una minoría irrisoria de personas incapaces, indolentes, codiciosas y corruptas, y las cuales con sus grandes desafueros empañan y afectan nuestra imagen como personas de bien y, por sobretodo, como colombianos. Y somos impotentes para forzar el cambio sólo por nuestra culpa porque nos equivocamos al dar el voto o somos abstencionistas o por desidia no votamos, permitiendo así que unos pocos votantes frente a los otros, lleven a las altas dignidades del Estado a los ineptos, a los menos capaces y a los corruptos, y, en algunos casos, hasta delincuentes notorios o confesos.

¿Cómo no sentir vergüenza y acongojarse por haber tenido algunos presidentes que alcanzaron el “Solio de Bolívar”, a través de artimañas y engaños o aprovechando la genuflexión y el servilismo que sienten algunos barones electoreros por “temor reverencial” o “culto a la persona” y a sabiendas de la incapacidad del delfín que candidatean? Sólo basta recordar las elecciones presidenciales de 1970 (Rojas-Pastrana), o el proceso 8000 (Samper), o el periodo presidencial 1998-2002 (Pastrana), o el proceso de la Yidispolítica (Uribe), y, ahora, con la mano generosa de la empresa Odebrecht, que defecándose en el ventilador esparció y salpicó de materia fecal la campaña presidencial de 2014.

¿Y cómo no sentir el mismo estado anímico antes mencionado al constatar la forma como está conformado, cómo funciona y cómo son los desafueros y la corruptela del poder legislativo?
No cabe la menor duda de que “Colombia tiene el mejor Congreso que el dinero pueda comprar”. El senado y cámara tiene personajes de todos los pelambres lo que permitió constituir una “alianza macabra” con unos delincuentes sanguinarios redomados, conocidos como “paramilitares”, a fin de refundar una “nueva nación” sembrando el terror y muerte a lo largo y ancho del territorio nacional, provocando los desplazamientos forzados de los campesinos, y así adquirir o usurpar sus fundos y enriquecerse de manera desmesurada. Y todavía queda suelto mucho reducto de esa empresa criminal.

Tampoco es de poca monta las múltiples actividades delictivas que adelantan una mayoría considerable de parlamentarios. Su mente codiciosa y dañina está presente en todos los estamentos estatales y tienen gran injerencia en todos los giros ordinarios de sus actividades, sobretodo en su sistema de contratación y de su nómina o burocracia. Su capacidad de lagartería o de clientelismo se hace a través de su privilegiada posición y con el descarado tráfico de influencias se satisface los requerimientos de sus peones electoreros. Recuérdese el desfalco de la Dirección Nacional de Estupefacientes, de Cajanal, de Caprecom, y de tantas otras entidades públicas del orden nacional en donde metió la mano garosa la clase política.

Las últimas encuestas de Yanhaas y Gallup: el 80% sostiene que el país va por mal camino y el 71% desaprueba la gestión del actual gobierno. La imagen desfavorable en la corte constitucional es del 56%, y el 51% en la corte suprema, y el congreso con una imagen desfavorable del 79%. Con su pasividad y desesperante mutismo el pueblo, como idiota útil, sigue votando la reelección de los mismos incapaces, de los mismos zánganos y de los mismos corruptos. Este es y estos son los tres poderes públicos de la estructura estatal colombiana. ¡Qué maravilla!, pero, ¡qué tristeza y qué nauseas!

Toda esta vergüenza ajena la tiene que cargar injustamente la mayoría del pueblo, por cuenta de unos depredadores que andan sueltos amparados en la impunidad y saboreando las mieles, fruto de sus malabarismos delictivos.

Marco Aurelio Uribe García.
Manizales, marzo 9 de 2017.

Apostilla: Quiera El Señor, qué la premonición que lanzó en Valledupar el señor Contralor General de la República, en un foro de corrupción, y hablando de candidaturas presidenciales, se vuelva una realidad.
La Corte Suprema, el Fiscal, el Procurador y el Contralor, tienen la obligación y el deber moral y legal de investigar el destino de todos y cada uno de los cupos indicativos.

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