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Una grotesca polarización y “guerra verbal”, por cuenta de la corrupción

Según cuenta una fábula del griego Esopo en cierta ocasión hubo una guerra entre los mamíferos y las aves. El murciélago que era muy hipócrita y cobarde ideó un truco de camuflaje que le permitió estar a salvo en los dos bandos. Cuando se encontraba con los mamíferos plegaba sus alas y se hacía pasar por ratón, y cuando se encontraba con las aves desplegaba o extendía las alas y se hacía pasar por ave. Pronto las aves descubrieron que no era un pájaro y los mamíferos descubrieron que tampoco era uno de ellos. Quedando los murciélagos en peligro de muerte, y condenados a vivir en la soledad y a revolotear en la penumbra.

La mencionada fábula tiene asombrosa similitud con las vivencias que se están dando en el “Circo Colombia”, cuyos histriónicos bufones sacados del elenco de “comediantes” que conforman el gobierno, el partido Centro Democrático y los partidos políticos “mermelados”, y que dan la función patética cuya obra chocarrera descansa en actos ridículos y mendaces en procura de demostrar exculpaciones inanes sobre hechos reales e irrefutables de corrupción, y cuya responsabilidad tratan de desviar o acallar por medio de cínicas, descabelladas y paradójicas convocatorias.

El maniqueísmo es la práctica más ignominiosa que pueda existir entre los mortales para censurar y/o reprimir o condenar la conducta de otro congénere, admitiendo qué la única admisible y merecedora de paradigma es la propia o la de los suyos de cofradía. Esta es la conducta que está haciendo carrera meteórica en nuestro acontecer político, y que va desde el presidente de la República hasta el más humilde concejal de pueblo, en torno a la negación de hechos contundentes de corrupción o de simple sospecha en aquellos ejecutados por mano propia o por sus dependientes, lo que conlleva a rasgaduras de vestiduras y a lanzar voces estridentes de inocencia, acompañadas de propuestas hipócritas de “antídotos” contra la corrupción.

Es denigrante y oprobioso el ver y escuchar a diario por los medios, tanto televisivos como radiales, a los altos dignatarios del Estado o a miembros de la oposición o a congresistas, como cualquier verdulera insolente de plaza de mercado, tratando de defenderse o de ocultar o de desviar sindicaciones por corrupción recurriendo a la negación o haciendo otros señalamientos o acusaciones sin fundamento, a través de montajes burdos y calumniosos; y qué tal, lo que viene ocurriendo de tiempo atrás con el fiscal general, que por su afán mediático y de figuración, y por sus declaraciones deshilvanadas o erróneas, vienen entorpeciendo algunas investigaciones de gran calado, y en las cuales tienen algún recóndito impedimento o inhabilidad.

La tragicomedia que está presenciando el inerme e “inepto vulgo” colombiano a cargo de los “personajes” que han ocupado, ocupan y aspiran a ocupar las altas dignidades del Estado, son de características inefables que sólo producen escozor, zozobra, indignación, desconfianza e incredulidad hacia esas personas y hacia los órganos que conforman la estructura estatal. La cascada de hechos de corrupción que se dan en mayor número en la administración pública, incluidos aquí la mayoría de los parlamentarios, que en la empresa privada, tiene al país al borde del colapso; y tanto en el bando de los corruptos como en el de los anti-corruptos, se dan los de la doble moral, teniendo estos “saltimbanquis” el don de la ubicuidad lo que les facilita poder camuflarse en los dos bandos, así como los murciélagos de la fábula.

No soy muy creyente de los “escribidores” de opinión remunerados. Discrepo de León Valencia cuando trata de sostener que la degradación de la contienda electoral, visto como daño a la democracia, se le debe al Centro Democrático. Pues, no. El mapa electoral y, por ende, el político, se empezó a desdibujar, en menor grado, con la elección de Samper a la presidencia en el año 1994, por la infiltración de dineros del narcotráfico; con la elección a la presidencia de Uribe en el año 2002, y su reelección en el año 2006, por la infiltración del paramilitarismo; y, en sumo grado, a partir del año 2010 y la del 2014, con la infiltración de dineros de multinacionales, de espionaje cibernético, de campañas sucias y, por sobre todo, por el poder corruptor y demoledor de los “cupos indicativos”.

Esta repugnante polarización acompasada por una grotesca “guerra verbal” desatada entre los diversos “murciélagos” de la contienda, tiene al país en ascuas y a sus instituciones en un estado contradictorio y colmado de escepticismos que sólo conduce a su debilitamiento, lo cual alimenta, vigoriza y acelera el crecimiento de la corrupción, dejando el camino expedito para que la clase política corrupta, jefes de la bigornia, sigan delinquiendo a su antojo y amparados en una galopante impunidad. Y, por supuesto, el tema de la anticorrupción como están las cosas debería de ser política de Estado, y se tiene que politizar, pues está claro que los políticos son los corruptos de primer orden.

Es inconcebible e inadmisible que la Colombia de la provincia (ejemplo: Caldas) conozca por su notoriedad y vox populi (sin ser la voz de Dios) todos los pormenores de las conductas “presuntamente” delictivas cometidas de manera reiterada y en diferentes tipos penales por muchos de los llamados “padres de la patria”, y los señores de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado, estando a menos de cien (100) metros del Capitolio nacional, desconozcan o traten de desconocer, sea por ceguera o sordera, o por algún otro interés las mencionadas conductas, salvo que dichas entidades no tengan el apoyo logística de los investigadores del C.T.I. de la fiscalía, para que se dé su desplazamiento por las diferentes regiones del país, en procura de recolección de pruebas.

Pueda ser que todos estos escándalos de corrupción que sacuden a Colombia, no queden en bla, bla, bla y en el ambiente de la impunidad, y que no se aplique la sentencia de Lampedusa: “Que todo cambie para que todo siga igual”

Marco Aurelio Uribe García.
Manizales, marzo 30 de 2017.

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