La caótica y amarga situación de un pueblo
“Ni los muertos pueden descansar en paz en un país oprimido”
Algunos sostienen que lo último que se pierde es la esperanza. Pero no. Lo último que se puede perder es la dignidad. Un pueblo sin dignidad, es un pueblo sin futuro que termina en el caos, en el anarquismo, y acelera el camino hacia la implantación de regímenes dictatoriales y totalitarios. Este es el caso patético que vive hoy la mayoría del pueblo venezolano, y cuyo presidente Nicolás Maduro es sostenido y amparado por una minoría pírrica de ineptos y corruptos oportunistas apoltronados en un Poder Judicial “marrullero e incondicional”, y en una fuerza castrense arbitraria sin formación académica y militar, con similitud operacional a la de cualquier “banda delincuencial”.
Digno y plausible paradigma el que nos está brindando el pueblo opositor venezolano a todos los colombianos. Qué gran muestra de valor y de sentido de pertenencia por su terruño. Ni la aplastante “bota militar”, ni las absurdas sentencias judiciales del Tribunal Supremo, ni las demenciales determinaciones de su “onagro” presidente, ni la carestía de alimentos, han logrado acallar sus voces de justificada protesta. Se rebelaron y amotinaron contra el poder ejecutivo en cabeza de un presidente ignaro y analfabeto y de un poder judicial “arrodillado y complaciente”. Hoy, tienen a su favor el poder legislativo ganado en franca lid, y el cual ha sido “torpedeado” en su funcionalidad por el veleidoso y arbitrario Tribunal Supremo.
Las democracias del planeta, con las potencias a la cabeza, han sido indolentes, egoístas y pusilánimes por su posición silente frente a la sistemática violación de los Derechos Humanos que se están cometiendo con la mayoría del pueblo venezolano por parte del oprobioso régimen “Maduro-Cabello y sus milicias bolivarianas”. Bien lo decía Montesquieu: “No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia”.
En Colombia hemos padecido situaciones más graves, dañinas y vergonzosas en las tres ramas del poder público, y seguimos cínicamente apostándole a un enfermizo masoquismo, y todo por cuenta de un silencio cobarde, mientras el país se sumerge en un apestoso albañal.
Nicolás Maduro, en todo este desbarajuste institucional, es sólo un accidente dentro del régimen imperante en el vecino país, hay otros, y son pocos, los que tienen el poder tras el trono, ya que son los que manejan los hilos donde pende la marioneta presidencial. Maduro fue el “aborto” del régimen utópico “Socialismo siglo XXI” que legó el coronel Hugo Chaves (q.e.p.d.), lo cual trajo consigo la continuación acelerada del “gran descalabro” de Venezuela en lo político y en lo económico, tanto en lo interno como en lo externo, todo debido a su ignorancia crasa, a su infundada megalomanía y a representar el papel de “payaso mitómano”; sus conocimientos intelectuales y académicos son un desastre por no decir que nulos; sus febriles ostentaciones de poder y sus poses de chisgarabís no generan risa, pero sí un pesar infinito y una vergüenza ajena por el oprimido pueblo venezolano.
Es inadmisible, y difícil de entender, que la enorme crisis por la que atraviesa Venezuela sea objeto de una indiferencia y de un mutismo ininteligible por parte de unos organismos que tienen como misión, y esta es la razón de su existencia, de servir como veedores y garantes, en lo interno y externo, del respeto por los Derechos Humanos y el de una convivencia en paz y de armonía entre y en las diferentes naciones del planeta, tales como la Organización de Naciones Unidas, Mercosur, Alba, etcétera, etcétera, con excepción de la Organización de Estados Americanos – OEA – quienes desde un principio han procurado, sin mayor eco, brindar apoyo a la oposición venezolana flagelada por un régimen ignominioso, veleidoso y antidemocrático, siendo esto paradójico para que dicho régimen pertenezca y tenga representación en dichos organismos internacionales.
Por más boyante que sea la economía de un país, por más que su balanza comercial sea alta y favorable, por más que su ingreso per cápita sea bueno, y por más blindajes que se tenga contra la inflación, el desempleo o una recesión, si su conducción gubernamental cae en manos de una persona delirante y lego hasta en los más mínimos conocimientos primarios, no debe de caber la menor duda de que ese país tocara fondo y sus consecuencias económicas serán catastróficas, las cuales se reflejaran en un Producto Interno Bruto irrisorio, la producción se vendrá a pique, las importaciones y las exportaciones caerán, el desempleo crecerá e irá de la mano con la inflación, la carencia de materia prima y de alimentos se disparará, siendo la clase más pobre y vulnerable la gran afectada, éste el caso patético de Venezuela.
Sólo causa tristeza y desconcierto el comportamiento indigno e irracional de las Fuerzas Armadas venezolanas, al mando de un vergonzoso ministro de la Defensa, el general Vladimir Padrino, por permitir que sus subalternos atropellen a un pueblo inerme e indefenso acorralado por el hambre y otras necesidades básicas que atenta contra sus vidas, por los reclamos justos que hace a través de manifestaciones pacíficas y cuya respuesta se da con disparos de gases lacrimógenos y balas asesinas , haciendo uso de un poder dominante que descansa en sus armas cegadoras de la vida de sus congéneres fraternales, violando así los mínimos derechos fundamentales.
Igual congoja se siente, por el comportamiento indigno de los “barbaros juristas” que conforman el Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo Nacional Electoral, por sus exabruptos jurídicos y decisiones descabelladas plasmados en sentencias antijurídicas y arbitrarias; respaldos ambos que han servido de “apoyo incondicional” para la permanencia de Maduro en la presidencia, lo que lo envalentona para sus vociferantes, groseras e infamantes amenazas. Cómo añorara el pueblo venezolano a un Raúl Leoni, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez, demócratas y estadistas íntegros, y creo, sin lugar a equivocarme, que preferirían a un Juan Vicente Gómez, porque quedarían mejor representados y gobernados.
La decisión siniestra y perversa que ha tomado Nicolás Maduro de armar a todos y cada uno de los que conforman la “chusma bolivariana” como medio “sicarial” para contrarrestar las protestas de la oposición, no dejan de ser determinaciones homicidas que sólo se le puede ocurrir a una persona que sufra de insania extrema como la que padecía Adolfo Hitler, y cuando un país, en pleno siglo XXI, cae en manos de un demencial de estos quilates, debe de ser aniquilado sin ninguna consideración y bajo la figura de “estado de necesidad”, como causal de justificación.
¿Qué diferencia existe entre venezolanos y panameños o entre estos y otros países, en donde las potencias han incursionado aduciendo que la intromisión obedecía sólo a cuestiones humanitarias en procura de evitar muertes, atropellos y violaciones a los derechos humanos, siendo los móviles otros completamente diferentes?
Este interrogante me hace recordar la suerte que corrió el hombre fuerte de Panamá, el general Manuel Antonio Noriega Moreno, y no estaba subyugando al pueblo panameño. Es difícil entender la doble moral que acompaña a los gringos.
Marco Aurelio Uribe García.
Manizales, abril 20 de 2017