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¿Por quién se debe votar para Presidente o para Congresista?

En el foro “Corrupción en Colombia: la peor forma de violencia”, que promueve la revista Semana, siete precandidatos presidenciales, con miras a las elecciones del próxima año, presentaron fórmulas para enfrentar este meollo cancerígeno. Las diferentes propuestas dejan una inconfundible percepción de que las formulas presentadas son pañitos de aguas tibias frente a la magnitud que encierra esta pandemia; primero que todo, se debe adelantar una campaña didáctica y cívica que convenza al electorado de que el verdadero “antídoto” contra la corrupción es el “voto a través de las urnas, renovando la totalidad de la clase política”, que maneja hoy los hilos del poder corrupto, el resto de propuestas son secundarias y posteriores.

Sólo en las urnas se puede empezar a “exterminar” las bacterias que expanden la epidemia de la corrupción; las reformas necesarias y los blindajes “anticorrupción” vendrán con posterioridad y serán fáciles de implantar e implementar, si los bacilos resistentes son diezmados por un pueblo cansado de cohonestar con tanta pestilencia, y que decidido a hacer uso del derecho al voto, como un deber ciudadano, y en aras de no permitir más que se siga mancillando su dignidad y sentido de pertenencia, resuelve manifestarse con su voto en favor de la mencionada renovación. Esta decisión, más que un deber, es una deuda que se tiene con la patria, con la familia y con uno mismo.

A los colombianos pareciera que se les hubiese olvidado que en una democracia participativa, como la nuestra, es el pueblo soberano quien escoge a todos los que nos gobiernan (léase presidente y congresistas), y que son los únicos responsables de su escogencia; esto, a fin de que una mayoría deje de lamentaciones inocuas y de llorar sobre la leche derramada por tener un mal presidente o por que se tenga una mayoría de congresistas zánganos y podridos, porque fueron ellos, y solamente ellos, los que los eligieron, a sabiendas de su pasado y/o presente, de la ausencia total de capacidades y de valores éticos y morales; y en caso de que alguna plañidera no hubiere participado en la contienda electoral, permitió su elección por desidia o por un “abstencionismo” irresponsable.

“El ladrón vulgar te roba: Tú dinero, tu reloj, tu cadena, tu celular, incluso tu auto.
El político te roba: Tú educación, tu trabajo, tu pensión, tu salud, tu futuro, incluso tu bienestar y felicidad.
El primer ladrón, te elige a Ti.
El segundo ladrón, lo eliges Tú”.
Es bueno y necesario hacer un somero análisis con altura, con responsabilidad, con decoro y, ante todo, con gran sentido de pertenencia sobre esta verdad de a puño, tomando decisiones acertadas sin hipotecar la conciencia, rechazando y denunciando constreñimientos o coacciones, y, en las elecciones de 2018, legislativas y presidenciales, dar el voto por la renovación total en cabeza de aquel que no busque reelección, que no tenga la más mínima mácula, que no pertenezca a los “nuevos ricos” que amasaron su fortuna expoliando entidades en las que “prestaron”, dizque, sus buenos servicios, siendo esta la única manera de evitar que sigan los mismos corruptos con las mismas prácticas abominables.

Se puede cambiar todo el estatuto penal y aumentarse la punibilidad de los diferentes tipos penales que se trasgreden por corrupción y que tocan directamente o son conexos con delitos contra la administración pública, contra la administración de justicia o contra la fe pública, pero jamás se le torcerá el cuello a esta ominosa corrupción por estos medios, ya que la podredumbre está por dentro del establecimiento, y unos y otros manejan un contubernio sórdido que garantiza jugosos dividendos y una plena impunidad. Los cacareados y mentirosos anuncios de estrategias para afrontar la corrupción, y que hacen a diario los órganos de fiscalización y control a través de los medios, no pasan de ser un burdo contentillo que sólo sirve de mampara para apaciguar ánimos y tender cortinas de humo en defensa de la identidad y responsabilidad de los “ladrones de cuello blanco”.

Quien aspire a ocupar la Casa de Nariño debe de tomar la lucha contra la corrupción como un programa prioritario de gobierno, enarbolando esta bandera con firmeza y decisión, sin tapujos y con plena autoridad moral y ética, sin que se le pueda “enrostrar” ni una mínima pilatuna, comprometiéndose, sobretodo y por el mecanismo que sea, a sacar avante una reforma política de fondo que garantice el éxito de la mencionada lucha, la cual sólo se logra reformando el poder legislativo en su número y funcionamiento interno y permitiendo una sola reelección, proscribiendo de tajo cualquier desembolso de la nación a las regiones a través de cualquier parlamentario, como está ocurriendo con los “cupos indicativos”. Claro que no todos los precandidatos pueden izar dicha bandera, porque se les queman las manos.

El poder embriaga y corrompe, y corrompe más si se ejerce con reelección. Toda reelección es dañina hasta para quien ejerza el poder. Si los parlamentarios no fuesen reelegidos indefinidamente, no tendríamos, sin la menor duda, tantos corruptos ni tanto corruptor. Nunca antes habíamos presenciado una simbiosis tan compatible y sincronizada, como la que existe en los tres poderes públicos, siendo esta la única razón o explicación para que los “Padres de la Patria” tengan el poder tan desaforado que tienen, no solo por el manejo de la burocracia, sino porque manejan el 80% de los recursos para infraestructura consignados en el Plan Nacional de Desarrollo. Y, por supuesto, los parlamentarios andan como Pedro por su casa, porque tienen a su favor el gran teflón de la impunidad.

No se requiere mayor esfuerzo mental para escoger el candidato a la presidencia que ofrezca mayor credibilidad y que tenga el compromiso férreo de lucha contra los corruptos, siendo ésta, hoy por hoy, la mejor alternativa de poder y de gobierno que se pueda pedir, lo demás es añadidura y demagogia barata; además, el candidato debe de ser una persona que conozca bien las “marrullas parlamentarias”; que haya tenido la entereza y franqueza para denunciar públicamente las “debilidades” en el ejercicio de la canonjía parlamentaria; que haya demostrado que no tiene compromisos o ataduras con la “corruptela del Congreso».

La escogencia de los candidatos al congreso es muy simple: un NO rotundo al candidato aspirante. Con la renovación del congreso se le tuerce el cuello a un 70% de la corrupción existente.

Las elecciones del año entrante, presidenciales y parlamentarias, encierran para el pueblo colombiano la gran oportunidad de oro para empezar la lucha a brazo partido contra la ignominiosa corrupción.

Marco Aurelio Uribe García.
Manizales, mayo 4 de 2017.

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