“No nos pisemos las mangueras”
Refrán éste que se convirtió en regla de oro en los países que están inmersos en la corrupción, como lo está Colombia. Tú me investigas, yo te investigo; tú me absuelves, yo te absuelvo; tú procuras mi empleo, yo procuro el de tu parentela y el de tus incondicionales; hoy te hago este favor, mañana tú me lo retribuyes. Así se empieza a configurar y afianzar una estrecha reciprocidad que conlleva a entronizar una ignominiosa “complicidad necesaria” para guardar la “espalda” de cada uno de los connotados burócratas que conforman la alta estructura estatal, y que garantizan así el ejercicio pleno de todas sus corruptas fechorías, y las cuales continúan cabalgando muy orondas en los lomos de la impunidad. Y, por supuesto, aquí están muchos dignatarios de las tres ramas del poder público.
Mientras estas prácticas perversas no se proscriban, toda las “medidas” que se tomen para combatir la corrupción, y de las cuales habla y anuncia pomposamente el Presidente, el Fiscal y el Procurador, no pasarán de ser una inocua y utópica “basura demagógica” que sólo sirve para alimentar una vaga esperanza del “inepto vulgo”, y una excusa más para que los mencionados funcionarios se sigan dando “pantallazos” mediáticos falaces e inoportunos, y los cuales, sin duda alguna, lastiman mucho al sumiso y pusilánime pueblo colombiano.
Los colombianos han sobresalido en muchas actividades que sólo causan repudio y vergüenza frente a los demás países del mundo, y nunca se ha tenido el prurito por plagiar y acoplar una normatividad o enseñanzas acertadas en lo referente a todo lo relacionado con una diáfana y eficaz conducción de un Estado, y que estas normas encajen sin sobresaltos en nuestra idiosincrasia, todo en procura de combatir la corrupción y, por ende, mejorar la calidad de vida y asegurar la armonía social, preocupación que siempre ha girado alrededor de los esnobismos dañinos y perjudiciales.
No he podido encontrar explicación razonable del por qué tenemos una administración de justicia, investigación y juzgamiento, distinta a la que tiene la mayoría de países, y que se imparte entre nosotros a un número ínfimo de “privilegiados”, conocidos o denominados “aforados”, tal es el caso del Presidente, del Fiscal y de los Magistrados de las altas cortes; situación aberrante y discriminatoria que desvirtúa el principio universal del Derecho a la Igualdad, y que sólo ha servido como un verdadero foco o caldo de cultivo para generar por doquier corrupción e impunidad; así, se da plena cabida al refrán título de este escrito siendo un imposible empezar a torcerle el “pescuezo” a la corrupción, mientras esta execrable y vergonzosa práctica de justicia esté vigente.
¡Qué vergüenza y rabia!, la que sentimos una mayoría abrumadora de colombianos por la impotencia que cobardemente aceptamos para cambiar las cosas que nos impone una minoría irrisoria de personas incapaces, indolentes, codiciosas y corruptas, y las cuales con sus grandes desafueros empañan y afectan nuestra imagen como personas de bien y, por sobretodo, como colombianos. Y somos impotentes para forzar el cambio sólo por nuestra culpa porque nos falta coraje para decirles ¡no más! a los politicastros corruptos, ineptos y zánganos; situación que sólo se puede cambiar votando la renovación total de esta clase política que tenemos, y no creer que la panacea radica en el voto en blanco o en la abstención.
¿Cómo no sentir vergüenza por haber tenido algunos presidentes que alcanzaron el “Solio de Bolívar”, a través de artimañas y engaños o aprovechando la genuflexión y el servilismo que sienten algunos barones electoreros por “temor reverencial” o por “culto a la persona” y a sabiendas de la incapacidad del delfín que candidatean? Para corroborar lo anterior, sólo basta recordar las elecciones presidenciales de 1970 (Rojas-Pastrana), o el proceso 8000 (Samper), o el periodo presidencial 1998-2002 (Pastrana), o el proceso de la Yidispolítica (Uribe), y, ahora, con la ayudita de la generosa empresa Odebrecht, defecando en el ventilador que esparció y salpicó de materia fecal la campaña presidencial de 2010 y 2014.
¡Y ahí, en la Casa de Nariño, es donde vive la persona que simboliza la unidad nacional, y que se obliga a garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos, el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas!
El Congreso Nacional está conformado por una mayoría de personajes con un perfil que deja mucho que desear, de extraordinaria proclividad hacia el tráfico de influencias que les permite realizar los negociados o torcidos y que expelen un hedor pestilente, clientelistas consumados sin ética ni moral, sin impedimentos o inhibiciones para enajenar su conciencia, expertos en el Concierto para Delinquir, por eso la facilidad para conformar contubernios macabros con criminales redomados como los que engendraron y criaron la criatura diabólica del paramilitarismo, hábiles en ‘micos’ legislativos y en falsedades ideológicas y materiales.
¡Y estos son los que hacen las leyes!
Y ni qué decir de algunos togados de las altas cortes que mantienen relaciones non sanctas con personajes oscuros, que toman decisiones internas inexplicables y en contra de la normatividad, la asombrosa metamorfosis cerebral para cambios abruptos e inesperados en sus fallos y jurisprudencias selectivas, politizadas y polarizadas, sobre todo en lo relacionado con los procesos que se adelantan, perdón, que tienen congelados en los anaqueles contra una buena parte de congresistas, y cuyas andanzas y pilatunas han sido notorias y bien conocidas por la comunidad, menos por los togados que son sus jueces naturales.
¡Y estos son los que administran justicia!
Las últimas encuestas presentan estos indicadores: el 80% sostiene que el país va por mal camino y el 71% desaprueba la gestión del actual gobierno. La imagen desfavorable en la corte constitucional es del 56%, y el 51% en la corte suprema, y el congreso con una imagen desfavorable del 79%. Con su pasividad y desesperante mutismo el pueblo, como idiota útil y sin dignidad, sigue votando la reelección de los mismos incapaces, de los mismos zánganos y de los mismos corruptos. Este es y estos son los tres poderes públicos de la estructura estatal colombiana. ¡Qué maravilla! ¡Qué tristeza y qué nauseas! Este desalentador panorama, no lo resiste ni el país más paupérrimo y hambriento del continente africano.
Un país con una ejemplar, oportuna y eficaz administración de justicia, donde no tenga cabida la ominosa justicia sesgada, selectiva, politizada o polarizada, es un país seguro y con óptima calidad de vida, donde prevalezca el respeto por los derechos de los demás, donde se respeta y perdura la institucionalidad, donde se garantiza la separación de los poderes públicos y se da la armonía y colaboración entre estos, donde opera los pesos y contrapesos, siendo garantía y control para evitar los desafueros y abusos de poder y que, por ende, termina siendo el control más efectivo para combatir y reprimir la corrupción en todas sus modalidades y en todos los estamentos.
Marco Aurelio Uribe García.
Manizales, julio 27 de 2017.
Solo falta que salgan los políticos y los periodistas que toda esta corrupción es culpa de Maduro y su Castrochavismo.
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Don Marco Aurelio, excelente artículo. Felicitaciones.
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