“El ejercicio de la política, arte noble, es practicado en Colombia por personajes que la convirtieron en la más poco noble de las artes, una verdadera chusma de delincuentes de cuello blanco, de personajes que van desde las más encopetadas élites del país, hasta los más bajos de todos los niveles culturales, para representar a diario la tragedia de nuestra realidad como Nación. Una Patria convertida en el pozo séptico de las acciones realizadas por esos personajes que la ejercen, con mucha deshonra, sin un solo atisbo de vergüenza” (Flavio Restrepo – La Patria, agosto 29 de 2014).
Esta afirmación que hace el médico Restrepo Gómez, no es una simple y llana coincidencia, no, es una realidad patética que se vive y se siente en toda la geografía nacional. Primero, cuando se hablaba de corrupción el país entero, en un acto de “maniqueísmo”, señalaba a toda la zona de la Costa Atlántica como únicos agentes portadores de esta peste, y otros, con hipocresía altiva, se persignaban y ufanándose de ser un dechado de virtudes éticas, morales e intelectuales y, con su interior putrefacto y su exterior blanqueado, se autoproclamaban como un paradigma en el ejercicio de la política y en el manejo de la cosa pública.
Situación real que se vive en Caldas, ya que de tiempo atrás y de manera paulatina se ha venido sumergiendo en el albañal de la corrupción tirando por la borda el calificativo que ostentaba de ser el departamento “modelo” de Colombia, lo que le ha acarreado un estancamiento en su progreso impresionante, por cuanto se han dejado de realizar obras prioritarias para una comunidad asediada por las necesidades básicas, por la desviación y expoliación de los recursos públicos recibidos por los políticos de turno como “cupos indicativos” y destinados de manera abierta y descarada al incremento patrimonial personal; todo esto se debe a un error craso en la elección de estos parlamentarios y a la desidia y/o connivencia de los órganos de control, lo que les garantiza una plena impunidad.
Por casi 40 años en Caldas se tuvo que soportar una enquistada coalición, con férula draconiana, creada e impuesta por Renán Barco, en principio, con asocio de Rodrigo Marín, ala Alvarista, después con Omar Yepes del Pastranismo. Este maridaje tuvo sus altibajos y durante su larga cohabitación fue blanco de duras críticas por prácticas clientelistas y corruptas y con muchos conatos de investigaciones penales y disciplinarias, sin llegar jamás a probarse nada en los estrados judiciales, pero su percepción y su olor nauseabundo dejaban mucho que desear. No obstante con este transcurrir traumático, no todo fue en beneficio personal de los gamonales o de sus compinches, ya que al menos procuraron la realización de muchas obras visibles y para bienestar de toda una comunidad.
Y como dice el refrán: “No hay mal que dure 100 años”. La mencionada coalición fue sintiendo el rigor del uso y del abuso, y como cualquier bien de capital se fue depreciando, y otros “vivos” de la política, que aprovecharon esta situación y la ayuda en los dos cuatrienios del ex presidente Uribe, en cabeza de Oscar Iván Zuluaga y de la bella “Marquesa del Alto del Perro”, y una vez muerto el senador Barco, dieron el puntillazo final, y como dijera un candidato a la gobernación de Caldas: “Perdió la coalición cuarentona y ganó la quinceañera, eso sí, ésta más entendida y perversa que la cuarentona”. Todos los caldenses sabemos a ciencia cierta que resultó más nocivo el remedio que la enfermedad. El remedio se empezó a suministrar con un señor Cruz Prada, lo colocaron en Corpocaldas, en el Aeropuerto del Café y lo tuvieron de candidato a la gobernación, no se robó la Catedral de Manizales, porque era muy pesada. Cuando esto sucedió no había saltado a la arena política el Partido Centro Democrático.
Estos nuevos jefecillos que se creyeron los portadores del estandarte de la sabiduría, de la moral y de la ética (léase Partido de La U.), auparon en Caldas, para el Congreso nacional, para la Alcaldía de Manizales y otras Alcaldías del departamento, y últimamente para la Gobernación, con excepción de éste, a una caterva de ineptos, de sanguijuelas sin escrúpulos, sin valores y sin principios, personillas que venidos a más solo causan vergüenza y que alcanzaron estas posiciones a través de la compra-venta del voto derivado del peculado o la expoliación o del contubernio con paramilitares o narcotraficantes o ayudados por los “enlaces urbanos” de éstos o esgrimiendo como señuelo el secuestro de sus seres queridos.
Estos “honorables” son los que acabaron de prostituir el ejercicio político con mayor ferocidad y para una mejor utilidad; convirtieron los recintos democráticos y las oficinas públicas en madrigueras de ladronzuelos que aprendieron a camuflarse colocándose una fina corbata y posando de estadistas y defensores a ultranza de las regiones; tratando de imponer su imagen y personalidad espuria por medio de efectos exteriores, cuando no pasan de ser unas piltrafas humanas indeseables en cualquier sociedad. Sí, señores, estos son los que el “inepto vulgo”, como dijera un gran político, eligió irresponsablemente para que los represente en el órgano legislativo y, de paso, causen enorme daño a todo un país.
Los caldenses todos los días vamos de mal para peor, el ejercicio del voto se hace de manera irracional y degradante, en donde prima su valor económico o la promesa burocrática o la expectativa de ingresar a los carruseles de la contratación; se venden las conciencias al mejor postor y se hipoteca el futuro sin ningún pudor, incluida la descendencia; poco interesa las condiciones éticas y morales de los aspirantes, ni su pasado, ni sus grandes fortunas y su derroche, ni su capacidad, ni su intelecto. No. Entre más truhán o belitre sea o tenga relaciones con otros de su misma o peor calaña, el político-aspirante asegura más fácil su elección.
Todo este desbarajuste oprobioso de la política, sobre todo en este departamento, produce indefectiblemente indignación en la gente de bien, que no es otra cosa que un sentimiento de rabia o rechazo, de ver o constatar la forma facilista como estas raposas politiqueras y corruptas obtienen esas posiciones inmerecidas, por culpa de muchos desentendidos electores y una mayoría irresponsable de abstencionistas que con su actitud permiten que estos mercenarios sociales salgan elegidos por una miserable minoría, premiando así a esta jauría perversa.
Esta clase política reinante son a todas luces unos farsantes con visos de inmaculados, unos inútiles sin escrúpulos, unas alimañas que posan de líderes sin sonrojarse, con aptitud desmesurada para expoliar el erario público, hábiles en triquiñuelas, en contubernios macabros y en tráfico de influencias, siendo estos los requisitos sine qua non para ejercer con lujo de detalles la política en Colombia.
El electorado caldense tiene un compromiso ineludible consigo mismo de volver por sus fueros, de volver a erguir la frente ante este país convulsionado y asfixiado por la corrupción, de elegir a los mejores en todo el sentido de la palabra para los cargos de elección popular, de volver a revivir las épocas doradas de pulcritud y de respeto, de la oratoria, de la retórica y de la sindéresis, de esas épocas inolvidables que deleitaron y vivieron muchos con Gilberto Alzate Avendaño, Silvio Villegas, Ramón Marín Vargas y tantos otros.
Marco Aurelio Uribe García.
Manizales, octubre 16 de 2014.
Apostilla: Quiera el Todopoderoso que me permitan seguir disfrutando de la vida, hasta que termine un análisis desprevenido y serio de esta clase política caldense. Hace días no me amenazan. La lista es corta, pero peligrosa, como lo son todos los pusilánimes.
Comentarios