La historia que narro a continuación es como para no creer, pero efectivamente pasó . No contentos con tratar de superar el impase del robo de las bicicletas, salimos el sábado en la noche para tratar de olvidar aquel funesto episodio. Estuvimos en un bar cerca al Opera House tomando cervecita, pues aquí los demás licores son bastante costosos y una borrachera vale sus buenos dólares.
En plena fiesta, de múltiples nacionalidades, conocimos a un grupo de asiáticas, quienes también estaban en el plan de ir a tomar y departir un rato entre ellas. Como decimos en nuestro país: Ellas solas, nosotros solos, pues…
Con Juanito decidimos entablar una conversación con ellas. Nos hicimos pasar por recién llegados a la ciudad y que estábamos conociendo los monumentos más representativos de la gran ciudad de Sydney. Ellas, muy amables, nos contaron que llevaban ya su tiempo por estas tierras, y se ofrecieron a mostrarnos la ciudad. Continuamos departiendo con ellas por espacio de unas dos horas, en las cuales intercambiamos historias chinas y colombianas.
Ellas estaban emocionadas con la forma en que nosotros les hablábamos, pues en ocasiones nos salían algunas frases en español, y el acento parecía gustarles. Luego nos dijeron que los latinos teníamos fama de buenos bailarines y para comprobarlo les dijimos que si querían ir a la Cita – un bar latino aquí en Sydney-; ellas accedieron y tomamos un taxi para ir al destino mencionado. El reloj apuntaba sus palitos a las 2:30 a.m.
En este lugar estuvimos cerca de dos horas. Efectivamente es un lugar para sentirse en casa, pues la música proviene de cantantes y grupos famosos de Colombia, en algunos casos Carlos Vives, Fonseca, algunos de salsa, otros tropipoperos y demás. Allí, nos divertimos bastante enseñando a estas chinas a bailar pues no son muy hábiles con el paso apretujado de una salsita suave, o el pasito izquierda derecha de un vallenato, y ni hablar de una canción estilo «Me vale» de Maná, la cual se baila en grupo. Sin embargo, ellas emocionadas, y con cámara en mano, guardaban registros de todo lo que pasaba en sus entornos. Les ensenamos algunos pasos, a bailar ‘apretadido’; a decir al oído: Estudias o trabajas? y otras cosillas típicas de las rumbas colombianas.
Pues hasta ahí fue lo bueno de la noche…
En la televisión australiana muestran unos comerciales bajo el lema «Dont turn a night out into a nightmare», que significa algo como «No conviertas una noche de rumba en una pesadilla». Es una campaña de prevención para que las personas que salen en la noche y toman trago, lo hagan con mesura y responsabilidad, pero parece que en algunos casos no ocurre así.
Ya tocando las 5 a.m. y de regreso a la casa, abordamos un tren que nos llevara a la ciudad. El tren estaba muy solitario pues son pocos los que a esa hora lo abordan, la gran mayoría quienes salen de las rumbas y uno que otro borrachito que se quedó dormido.
Nosotros íbamos en uno de los vagones de la parte de atrás. Apenas íbamos Juanito, tres de las amigas de China y yo. Todo transcurría normal; ellas sentadas en frente de nosotros. De pronto, en la estación siguiente se subieron un grupo de personas, cuyas edades oscilaban entre 15 y 19 años. La gran mayoría bastante borrachos, y uno que otro bajo los efectos de alucinógenos.
Ellos se ubicaron en la parte delantera del vagón y hacían un escándalo que retumbaba por todo el tren. Nosotros algo atemorizados, aunque relajados y tratando de ignorar el asunto, dejamos que siguieran su show. Pasados unos minutos uno de aquellos borrachitos se acercó a donde estaban nuestras amigas, se sentó al lado y comenzó a hablarles. Nosotros estábamos muy atentos a alguna reacción inesperada pues estos personajillos son bastante desagradables cuando toman y le buscan problema al que sea. Al comienzo, la conversación con una de las niñas se concentraba en saber de dónde era y cómo se llamaba, etc.
Sin embargo, la situación comenzó a ponerse tensa. El personaje comenzó a hablar mal de los chinos – en lo poco que se le entendía, pues con ese acento y además borracho- que habían invadido su país y que ellos no lo iban a permitir. De la voz fuerte pasó a los gritos y estas pobres mujeres comenzaron a sentirse atemorizadas. Nosotros, en medio de una incertidumbre porque como extranjeros no sabíamos qué reacción tendrían si interveníamos. Sin embargo, pudo más nuestro instinto de protección y reaccionamos. Me acerqué al hombre y le dije que ellas venían con nosotros, que por favor se apartara y no las molestara.
El hombre, pareció calmarse y se retiró a donde estaban sus amigos. Pensábamos que la situación se había calmado, y les dijimos a nuestras amigas que se sentaran al lado de nosotros, para que las vieran acompañadas y no volvieran a acercarse a molestarlas.
Pero, para desgracia nuestra no ocurrió eso. Esta vez se acercaron otros tres, incluido el primer borracho, y nos dijeron que el problema de ellos no era con nosotros, si no con las chinas; que no fuéramos metidos. Uno de ellos empujó a una de las mujeres y le volvió a gritar que se fueran del país de ellos, que no las querían aquí.
Nosotros le insistimos al hombre, de buena manera pues no queríamos ganarnos un problema peor, que respetara las diferencias, que nosotros no los estábamos molestando. Ya la situación estaba tensa y ansiábamos llegar pronto a la estación para buscar ayuda del equipo de seguridad del tren, pues nos habían advertido que era mejor no buscarles problema, pues los extranjeros siempre llevaríamos las de perder.
Los minutos pasaban y nosotros buscábamos la forma de evitar un conflicto mayor, siempre evitando una agresión física ante las mujeres o nosotros. Pero estos personajillos, al ver que no les respondíamos comenzaron a insultarnos a nosotros; que nos largáramos con ellas que Australia era solo para los australianos y estaban mamados de la invasión asiática.
De los insultos pasaron a los empujones hacia nosotros y ahí si fue troya. Juanito que estaba prendido empujó a uno de ellos y como estaba bien borracho fue a dar al piso entre los asientos del tren. Cuando ocurrió esto, los demás amigos, incluidas las mujeres, se abalanzaron sobre nosotros. Y claro, estábamos en tremenda desventaja de 13 contra 2.
Así que, aunque no somos personas violentas, aquí ya se trataba de supervivencia, pues este grupo con la mayoría de sus integrantes bien borrachos, solo buscaba golpear y golpear, sin medir las consecuencias.
En medio de la pelea, le dije a Juanito que por lo menos le diéramos duro a uno para ver si los demás se calmaban, y le apuntamos al líder del grupo. El que había comenzando todo el problema. Entonces el cuadro pintaba así: nosotros pegándole solo a uno, y buscando defendernos de los demás 12. La pelea duró aproximadamente dos minutos, pero fueron los minutos más largos que hayamos vivido durante nuestra existencia; pues los daños físicos y materiales fueron bastantes.
Una de las niñas que defendimos presionó el botón de ayuda del tren y se comunicó con el maquinista para avisar lo que estaba pasando. El inmediatamente hizo sonar la alarma y sentimos como aceleró el tren para llegar la estación más cercana. Por el megáfono anunció que había una situación de orden público en uno de los vagones y que la policía estaba advertida. Ni con ese anuncio la pelea se detuvo. Unos minutos después, el tren arribo a la Central Station, y, gracias a Dios estaba allí la policía.
Aquí afortunadamente la reacción de la policía en estos casos es casi que inmediata. De la nada aparecieron más de 50 agentes, tanto de la policía estatal, algunos de la federal y varios agentes del departamento de inmigración.
Sin embargo, como nos encontraron en tremendo tropel, nos redujeron a todos; es decir, por cada uno de nosotros había tres agentes, quienes se encargaron de tirarnos al piso, y esposarnos. En lo que les entendí, nos arrestaban por causar disturbios y daños a propiedades del estado; en este caso se referían a los vagones. Nosotros les explicamos que no teníamos nada que ver con el asunto, que nos habían provocado y que teníamos testigos.
Había varias personas en otros dos vagones que vieron todo. La policía los interrogó, buscando algunas evidencias, relatos y pistas de lo que había sucedido, pero solo dos de ellos, un italiano y un argentino, accedieron a declarar a favor de nosotros. Luego de media hora de recoger testimonios, tomar fotos y otras pruebas, nos metieron en varias patrullas rumbo a la estación de policía de Darlinghurst.
En una de las patrullas estábamos Juanito y yo, pues con base en los testimonios, los policías ya nos habían identificado como uno de los grupos de pelea. En al camino a la estación hablamos con una de las agentes y le contamos la versión.
Ella parecía que nos creía, pero no estaba autorizada para hacer algo a favor de nosotros. Simplemente nos dijo que el caso iba para un inspector de policía, quien evaluaría el informe con base en todos los relatos y pruebas obtenidas. El decidiría si nos dejaba libre o nos retenía por agresión a ciudadanos australianos, aunque siempre insistimos en nuestra inocencia, sumando el hecho de estar sobrios frente a las otras personas.
Los agentes nos dijeron que en caso de que el inspector decidiera que el caso iba a la corte debíamos conseguir un abogado, pues nos serían imputados cargos de disturbios y daño en propiedad del estado, cuyas penas son bastante altas en dinero y en el peor de los casos podría significar la expulsión del país. Pues aquí la vaina se puso más tensa pues nos parecía injusto que por defender a unas personas que eran atacadas, nos fueran a cancelar la visa y a deportar a Colombia.
Los agentes solo atinaron a respondernos que la última palabra la tenía el inspector o el juez de la corte; que lo mejor era que llamáramos al consulado para buscar asesoría o conseguir un abogado que nos representara.
En la estación de policía nos tomaron testimonio a cada uno de los implicados en el incidente. Éramos aproximadamente unas 20 personas, entre los de la pelea, testigos, policías y autoridades del tren. Mientras esto pasaba, nos quitaron las esposas y nos encerraron en una celda mientras el inspector definía nuestra situación.
Fuimos los últimos en pasar, luego de casi seis horas de haber llegado a la estación. Allí explicamos paso por paso, y muy detalladamente que habíamos aquella noche. Como no estábamos tomados, hablamos conscientemente de todo lo que pasó, y narramos en detalle la situación, el inspector decidió dejarnos libres, bajo el compromiso de presentarnos en la estación de policía el próximo lunes, pues al parecer, con quienes tuvimos la pelea nos iban a demandar por haberlos golpeado, y el caso se iría a la corte.
Nosotros le insistimos al inspector que no iniciamos la pelea, pero que estaríamos a disposición de las autoridades para colaborar en lo que necesitaran y que nos presentaríamos el día que nos dijo. Nos tomaron nuestros datos personales, de residencia y demás, y nos permitieron hacer unas llamadas. Yo afortunadamente tenía el teléfono de una señora que trabaja en el consulado de Colombia en Sydney, a quien conocí en la marcha contra el secuestro que hicimos aquí en noviembre pasado.
En realidad no tenía a quién llamar aquí y opté por ella. Le conté toda la historia y ella me tranquilizó al decirme que el consulado nos conseguiría un abogado para asesorarnos y sacarnos del problema, aunque para ser sinceros el fantasma de la deportación comenzaba a asustarme, pues estamos en un país donde protegen mucho a sus ciudadanos y una pelea con uno de ellos, es una pelea perdida en los tribunales. La señora del consulado me dijo que me marcaba al celular apenas tuviera alguna razón del abogado. Colgué y me mantuve en la estación mientras me llamaba.
Efectivamente, varios minutos después mi celular comenzó a sonar. Aunque extrañamente no era el sonido del ringtone de una llamada entrante, sino la alarma de mi celular que se había activado.
Ahí fue cuando me desperté: FELIZ DIA DE LOS INOCENTES.
Pdta: para quienes no conocen la tradición de las INOCENTADAS en Colombia, pues toda esta historia es inventada. Solo quise ver quién caía. No me odien. Esta historia fue publicada originalmente un 28 de diciembre.
Por cierto, Aquí en Australia nos tratan muy bien