Tengo visa hasta agosto de 2011. Es decir, dos años y puchito. Un tiempo corto para muchas cosas y largo en otras tantas. Obviamente, cuando en el pasaporte dice que tienes permiso de estancia hasta esa fecha, descanso un poquito. Por ahora no me preocuparé por visa por un buen tiempo, así como por el examen de inglés IELTS, pues ya tengo la nota que se pide (6.5) para ingresar a la Universidad. Una leve sonrisa sale de mi rostro.
Hace algunos días celebré mis 32 años. Era mi primer cumpleaños fuera de Colombia y quería hacer algo especial con la tropa de amigos que he conocido aquí. La actividad escogida fue realizar un BBQ, pues es algo que los australianos hacen para reunirse con sus amigos, departir un rato, tomar algunas cervezas y comer carne en cantidades alarmantes. Estos BBQ se hacen en la playa por lo general, en unos asadores que ya están instalados allí. El acceso a ellos es gratuito. Lo único que se debe hacer es recoger el «reguero» una vez se termina, y dejar todo limpio.
Pues bien, armé el evento por Facebook e invité a todas las personas que han tenido alguna cercanía conmigo; incluso invité simbólicamente a mis amigos en el país, para que hicieran presencia virtual al menos. Envié las invitaciones y listo. Sólo era cuestión de esperar. El día seleccionado había sido el domingo 14 de junio. Me aseguré de que mi cumpleaños cayera domingo para que las personas pudieran asistir, salvo aquellas que no tienen ni un domingo para descansar.
EL día había llegado. Con mi compañero de cuarto hicimos las compras respectivas: Aproximadamente 12.37 kilos de carne, entre canguro, cerdo, pollo y res. Papas en paquete, mantequilla, aceite, gaseosa; galletas para el postre y utensilios desechables de cocina: servilletas, cubiertos, etc.
El día había amanecido oscuro y se pronosticaba lluvia a la lata. Y todo esto sumando al frío pues parecía que iría a dañar la fiesta. Sin embargo, los ánimos estaban calientes entonces tomamos la ruta 377 rumbo a la playa de Maroubra.
Luego de 23 minutos de viaje llegamos. Lamentablemente el día había empeorado y las primeras gotas de lluvia se asomaban; y al mirar arriba, daba terror ver ese cielo tan oscuro. La playa estaba casi sola, apenas se distinguían dos familias haciendo BBQ y un par de atrevidos surfistas sumergidos entre las olas en medio de ese frío tan indescriptible.
Aún así conseguimos con Juan un BBQ disponible, ubicamos el mercado y nos sentamos a esperar. EL reloj marcaba aproximadamente las 12:58 p.m. El encuentro estaba programado para la una de la tarde, entonces era cuestión de segundos para que aparecieran los primeros invitados. Pasaron algunos minutos y no llegaban los invitados. Me dije – bueno, colombianos y latinos, siempre llegando retrasados. Esperemos otros minutos – Las gotas de lluvia comenzaron a caer más rápido. Mientras tanto hablaba con Juan para matar el tiempo. Luego de 32 minutos de esperar llegó la primera pregunta: – ¿Será que nadie va a venir?, esperemos otro ratico- El clima había empeorado, aunque aún se podía cocinar.
Entró la primera llamada. ¿Dónde está?, – al otro lado del teléfono me preguntaban- . – Estoy en Bogotá, echado en el parque de la 93 rascándome la barriga, so gran idiota!!. ¿Pues dónde voy a estar? En Maroubra, esperando como una güeva a que aparezcan-. Las siguientes llamadas fueron igual de productivas, porque desde que se inventaron las excusas hace algunos años -cuando Eva le dijo a Adán que había mordido la manzana porque estaba a dieta-, todo el mundo queda bien. Que está lloviendo, que el pico y placa, que me dejó el bus, que Maroubra queda en la porra, que no avisé, que me quedé dormida, que hoy tengo dos oficinas para limpiar, en fin… excusas, excusas y más excusas.
Con todo ese cargamento de carne, decidimos cocinar para los dos, pues 58 minutos después era demasiado evidente que nadie iba a aparecer. Pusimos en el asador unas salchichas, las cuales fueron adobadas con gotas de lluvia, debido a que la llovizna era bien cansona, leve, pero persistente.
Varios minutos después teníamos el almuerzo listo; destapamos papas en paquete, cola (homebrand) y sale. Al destapar el paquete de papas, aparecieron unas amigas inesperadas, dispuestas a cantarme el cumpleaños por algunas migajas. A ellas no les importó mucho que estuviera lloviendo, así que aparecieron en manada para celebrar. Eras mis nuevas e incondicionales amigas: Las gaviotas.
Estos dulces y desinteresados animalitos no lo pueden ver a uno mordiéndose la lengua en la playa o en lugares cercanos al mar, pues aparecen a «goterear» trozos de comida. En algunos restaurantes o locales de comida les piden a los clientes no alimentarlos, pues aunque apenas una esté haciendo carita de hambre, no es sino lanzarle una papita frita, y en segundos aparece la manada, incluidas sus primas las palomas; aunque tengo la impresión de que estas viven agarradas entre ellas.
Bueno pues con ellas celebré. Apagué mi celular y me dispuse a comer. Luego de tremenda comelona, regresé al apartamento a ver una película y ya. Eso fue todo. Nada parecido a lo planeado.
Resumiendo un poco me inquieta a veces que aquí uno se quiera reunir con los amigos para compartir un rato, pero por lo general las circunstancias climáticas, laborales, económicas, familiares o demás impiden que se lleven a cabo a feliz término.
En muchas ocasiones los horarios laborales no cuadran, pues en muchos casos ninguna de las personas cercanas tiene horario de oficina. Y me atrevería a decir que al principio de la estadía en Australia, eso no existe. Amigos que comienzan su jornada a las tres de la mañana, terminan a las ocho; van a la escuela de nueve de la mañana a tres de la tarde y a las cinco tienen otro trabajo y van hasta las diez, media noche o entrada la madrugada. Muchos también incluyen en sus jornadas los fines de semana.
Así ¿cuándo hay tiempo para estar reunidos?. Entiendo que uno debe velar por uno mismo, buscar la platica y sobrevivir mientras logra «engancharse» en el engranaje australiano, proceso que toma su tiempo… y largo; pero me preocupa pensar que aquí las personas se encierran en su vida misma, aprenden su rutina de cada día, de cada hora y de cada minuto. A las 6:08 minutos Juan ya sabe que pasa su tren para llegar a su siguiente trabajo; a las 7:28 a.m. Marcela sabe que el bus 373 llega al paradero de Museum en Elizabeth Street para llevarla a la escuela; a las 8:02 p.m. comienzan los Simpsons por TEN. Todo es medido, si te pasas un minuto puede ser la gran diferencia.
También tengo la leve sospecha de que el clima influye en el estado de ánimo de las personas. Estamos en pleno invierno y a veces no dan ganas de hacer pero nada. Ni escribir. Diossss!!, en esta crónica tan corta me he gastado tanto tiempo. En esta temporada un día es muy corto; los primeros rayos de luz asoman casi a las 6:53 a.m y a las 4:49 p.m. ya es casi de noche. Las temperaturas son muy bajas en las madrugadas, y aunque a medio día el sol puede calentarte, una brisita esquinera te congela hasta la sonrisa. Antes de venir sí me habían dicho que la mejor temporada para llegar a Australia era cualquier parte del año menos en el invierno; y en parte tienen razón.
Hay cosas que son interesantes siendo frías: La cerveza, los helados, la avena y las pastillas para la garganta. Pero hay otras que definitivamente aburren siendo frías: La economía, el mar, la brisa, el ánimo y las mujeres.
A la conquista!!!