Aunque en este momento una leve sonrisa invade mi rostro, he de contar que he pasado momentos oscuros durante estos días.
Hace algunos días tuve momentos de crisis en varios factores, emocionales, económicos, de estudio, con amigos, en fin. Todo esto sumado le hace llegar a uno la famosa malparidez cósmica con tintes de agonía interplanetaria cíclica. Esto se resume en que algunos días me levanto con ganas de mandar todo al carajo, correr mi vuelo y retornar a mi país. Punto. Aquí no fue.
Mi compañero de aventuras australianas, Juanito, no resistió la crisis, pues sus deudas cada día se incrementaban y esto influía en su estado de ánimo; sumando el hecho de querer estar al lado de su hija. Con todos estos inconvenientes decidió regresar y bueno, aquí me he quedado buscando una luz o un pequeño indicio de que el camino indicado es por aquí.
Hay muchas clases de inmigrantes deambulando por el mundo en busca de mejores cosas en sus vidas; los motivos para emigrar sobran y las ganas abundan, pero estando aquí la situación es diferente. Aquí debo resaltar las clases de inmigrantes que existen, debido a que no es lo mismo un estudiante recién salido del colegio que viene a hacer un intercambio, a conocer el mundo, a probar a qué sabe esto y a desinhibirse un poco – pues aquí ellos lo hacen bastante -; a la historia de un inmigrante que deja todo en su país, incluso lazos fuertes de familia, por buscar un futuro mejor, y aquí llega y trabaja en lo que salga para mantenerse, luego poco a poco lo logra y en un par de años puede estabilizarse y mandar por los suyos, si no muere en el intento.
De hecho, hace poco una amiga me recomendó para un trabajo algo lejos de la «city»; creo que era limpiando buses o algo por el estilo. Al hablar con la persona encargada, le pregunté por qué dejaba el trabajo, y me respondió que se regresaba con su esposa, luego de seis meses intentando estabilizarse por aquí y la situación estaba bastante complicada.
Obviamente el factor económico juega un papel muy importante en esta esquina del mundo y aunque Australia queda bien lejitos, los coletazos de la crisis mundial se acentuaron también. En las noticias se dice que el Gobierno hace inminentes esfuerzos para superarla, pero muchos han perdido su trabajo y si por ende ellos lo pierden, toda la tropa de cleaners, meseros, bartenders, plomeros y demás también caen al abismo.
¿Y cómo termina esto? Pues no hay trabajo o los «capos» de la limpieza y de demás trabajos varios comienzan a reducir horas o el precio por hora; y claro, uno no puede darse el lujo de protestar, pues atrás vienen miles de latinos, indios, o chinos por el mismo trabajo, e incluso hasta por menos salario.
Y el factor de la falta de dinero afecta el ánimo y las ganas hasta de caminar. Es decir, afortunadamente no me ha faltado el dinero para la renta semanal y para el mercado. Sin embargo, haciendo ya planes pues la visa expira pronto hay que reunir algunos doláretes – entre AUD 2000 y 3000 – para solventar los gastos de la visa para 6 meses más de estadía. Entonces la incertidumbre acecha, comienzan a atacarme los demonios internos, y una serie de preguntas gira en torno a mi cabeza. ¿Yo qué hago aquí, a qué me vine? Teniendo mi vida en Colombia ya medio posicionada me vengo aquí a comenzar prácticamente de cero.
Y, ¿cómo le explica esto uno a un amigo chino o alemán y que ellos logren saber qué pasa por mi cabeza cuando la situación está dura? Incluso cuando uno toma un cepillo y limpia un baño muchas veces se cuestiona. ¿Cinco años de universidad para esto? Para limpiar, para venir a «mopear, hacer la vacuum o el dusta». No. Mejor me regreso y sigo con mi vida y punto. Recuerdo cuando uno de mis jefes en La Sabana me decía: Muchacho, ¿tú qué quieres ser? ¿Cola de león o cabeza de ratón? y claro, desde hace algunos años tengo unas inquietudes intelectuales bastante altas, entonces los trabajos mecánicos y repetitivos donde no se exija el cerebro me cuesta entenderlos. De hecho, por más mecánicos que sean trato de buscarles algo de estrategia o de lo que uno aprende en la vida. ¡Gracias Dr. Super 0!
En uno de mis trabajos tenía la responsabilidad de sacar todas las basuras de un piso de oficinas. Cada uno de los cestos tenía una bolsa negra plástica. Durante el recorrido, en el que me gastaba en promedio 30 minutos, esas bolsas demoraban el proceso de recolección de las basuras y por ende el tiempo de limpieza. Entonces decidí eliminar esas bolsas, así les ahorraba platica a los jefes, y colaboraba con el medio ambiente, pues tengo entendido que esas bolsas son un grave problema para el planeta. Sí, aquí se aprende de eso.
Pues en conclusión, tomé mis acciones sin consultar a mis jefes y tratando de ser más eficaz. El resultado: Me gané un «complain» o queja, y me botaron. Debo reconocer, que días anteriores a esta queja me había ganado otro «complain» por haber dejado una basura donde no era. Aquí, alego en mi defensa que esa basura no era mía, pero evidentemente aquí las explicaciones no valen mucho: Adiós, sin preaviso, cesantías, indemnización o despedida en un barcito con cervecita.
Cuando eso pasa aquí y no tienes como el hogar cálido para llegar y contarle a alguien, pues esto pega duro. De hecho, cuando uno tiene sus bajones emocionales cualquier golpecito al ego es tomado como la peor de las tragedias. Aquí aprovechan los malditos demonios internos que muchos poseemos para atacar sin piedad, entonces uno se siente solo, vacío, con ganas de correr – pero ¿a adónde?, con ganas de llorar y llega a nuestro lado una de nuestras ollas que a veces nos acompaña: la olla DE-PRESIÓN; que como no llega sola la maldita, se acompaña de unas gotas de recuerdos, y es donde extrañas a tus mejores amigos, cuando reíamos en el BBC de la 82, tomando cervecita y rajando de los profesores de la universidad, de otra gente y hasta de los gobernantes de turno. Extrañas esos abrazos de tu novia, los regaños de tus padres, o tener la comidita en la casa cuando se llega en las noches, así sea un pan de 200 pesos y un café caliente. Debo añadir que hasta hace falta Jota Mario en las mañanas, o Laurita Acuña incluso, los chismes de los sábados en el lavadero. Es más, siempre me he preguntado ¿qué será la vida de Daniela Franco, o en qué va Padres e Hijos?
Ante estas situaciones acuden los amigos que uno hace por aquí, quienes buscan darme la mano y que no decaiga más, no faltan los mensajes por facebook, msn o en el celular. Hace poco un amigo me decía, fresco lucho, que esto el primer año es muy difícil, pero el resto de años se vuelve imposible… Ja! Adelante!
Retomando un poco la labor a la que me dediqué por varios años – a estudiar para ser periodista- decidí averiguar por algunas historias de inmigrantes tanto aquí como en otros países. Las estadísticas me han mostrado que siempre se añora la tierrita, que la soledad golpea y que el proceso de adaptación a otra cultura es muy largo. Muchos inmigrantes tienen ventajas: Llegan con el idioma, con un patrocinador económico e incluso vienen acompañados por esposas e hijos, lo que «alegra» la vida y ayuda a superar, por momentos, los días difíciles; pero quienes llegan solos, con algunos dólares y apenas soltando la lengua, el panorama es diferente. En Estados Unidos, España, Alemania, Argentina, México, Inglaterra y otros, la situación económica ha puesto a muchos inmigrantes a la deriva, algunos regresan pues al menos en casa está el calor de hogar, otros deciden jugársela hasta que la crisis pase. La pregunta es, ¿hasta cuándo durará?
En otras historias, escuché la de un ingeniero colombiano, quien duró como dos años acomodando huevos en un supermercado aquí en Sydney. Al comienzo resistiendo el trabajo, ponga y ponga huevos, pero al final ya no quería ver ni unos huevitos con cebolla y tomate en el desayuno. En varias oportunidades tuvo la opción de ser contratado para trabajar en su carrera, pero algo pasaba y el trabajo no salía. Vivía inmerso en algunas profundas depresiones. Tenía una ventaja, su esposa lo acompañaba en las malas y en las inmundas; hasta que un día, por obra y gracia del destino, pudo ser contratado en su carrera, ser residente y comenzar a hacer una vida en Australia. Ahora luego de varios años ya tiene sus cosas aquí, gana muy bien – más de AUD 10.000 al mes- y tiene futuro. Después de dos años de acomodar huevos, por lo menos le quedaron huevos para aguantar.
Así hay miles de historias.
Una de las herencias que me dejó Juanito, fue su trabajo en las mañanas. Ahora, gracias a él trabajo por fin en algo relacionado con mi carrera. Trabajo para el Sydney Morning Herald, un periódico de circulación masiva, algo así como El Tiempo, de Colombia. Mi labor se concentra en repartir los periódicos en las madrugadas por algunas cuadras alrededor de mi casa. Bueno, como dijo la hermana de Juanito, por lo menos es relacionada con su carrera de periodismo.
Ya puedo decir que me lee mucha gente, pues además de ese diario, reparto otros ejemplares de otras casas editoriales.
Mi trabajo consiste en levantarme algo tempranito, tipo cuatro de la madrugada e ir a la agencia por los periódicos. Debo entregar alrededor de 60 periódicos. Allí tomo un carrito para cargar cajas y salgo a repartir las noticias del día. Entre semana es breve el asunto pues el movimiento nocturno es casi nulo y todo se hace más rápido. Pero los fines de semana el asunto se complica, pues aquí debo pasar por una de las calles gay de Sydney, la Oxford Street, donde a esas horas la rumba está hasta en las calles, y hay que lidiar con gente bien loquita, no falta el que lo saluda, la que le quiere robar un beso, los que quieren que les regale los periódicos, los que lo felicitan a uno, los que le invitan un trago, y los que piensan que uno es un loco más que les sigue el juego. Los sábados la edición del periódico es casi tres veces más grande y el viaje demora más tiempo pues hay que sacar más fuercita para empujar.
No faltan las incidencias climáticas que se tiran todo; de hecho cuando estaba en pleno entrenamiento con Juanito, nos tocó lidiar dos madrugadas lloviendo; entonces imaginen el asunto: Nosotros empapados – aunque yo llevaba mi ropa de montaña-, andando por las calles, con vientos fuertes que mandaban la lluvia de lado, buscando que los periódicos no se mojaran, y tratando de refugiarnos en cuanto arbolito nos daba la mano. En uno de esos aguaceros imprevistos, fue cuando me senté a esperar que escampara y allí me pregunté como por 324 vez, ¿qué estoy haciendo? Obviamente, a pesar del esfuerzo, ese día tocó entregar noticias pasadas por agua. Qué irónico, mis ávidos suscriptores leyendo noticias sobre incendios en Australia, en periódicos empapados.
Y así es todos los días, de domingo a domingo, de madrugada en madrugada. Como el trabajo es mecánico, mi cerebro comienza a botar ideas para optimizar el tiempo de entrega. Ya cambié mi medio de transporte por un carrito de supermercado. Aquí las personas los dejan en las calles tirados y uno los usa sin problema.
Allí pongo todos los periódicos y es más fácil cargarlos; sin embargo, como las cuatro rueditas son giratorias a veces es un karma maniobrar el «camioncito repartidor». Aun así con esa mejora gastaba casi el mismo tiempo que antes, entonces decidí armarme de mi morral de montaña, un par de bolsas para hacer mercado y mi bicicleta. Aunque el desplazamiento es más rápido, imaginen la cargada de todos esos periódicos en mi espalda, parezco un silletero de Medellín. En fin, a esas horas de la madrugada, el fiel compañero es el Ipod para mitigar el aburrimiento tarareando canciones en inglés, – por aquello de seguir aprendiendo el idioma- , y una que otra en español… ayayayyyy qué bonita es esta vida!!!!
También encuentro por el camino algunos gatos – claro, de cuatro patas, aunque a veces me encuentro gatas de dos patas – Me miran, los miro; se quedan ahí pasmados mirando cómo dejo los periódicos debajo de las puertas. Son testigos en silencio de mi trabajo, parecen supervisores, aunque no joden como ellos. Aún no les hablo, pues si es complicado entenderles a los australianos, cómo será a los gatos australianos. Miellou!!! How miau are you?
También en ocasiones me encuentro con el lechero. Hacemos negocios serios: Le cambio un periódico por un yogurt. ¡Its a deal! Mi jefe es un viejito bonachón con un inglés bien australiano. Es decir que entenderle cuesta, pero ahí vamos reconociéndole los sonidos. Él se encarga de repartir los paquetes grandes y yo las unidades sueltas. La ventaja es que el hombre va en carro; bueno, es el dueño del aviso.
Todos los días me pregunta que si estoy bien, que si ya tengo otro trabajo. Él tiene sustico de que le deje botado el negocio, pero con esta crisis es imposible, de mi salario saco para la casita, la comidita, y algunos heladitos en McDonalds.
¡ Shit! Acabo de ver por la ventana de mi cuarto y está cayendo tremendo aguacero; ya casi es la hora de entrar al trabajo. Ni modo, a lavarme nuevamente entregando periódicos. Aunque mi ropa me proteja, el ánimo está empapado…
A la conquista!!!
luiseduardo@lavidaenaustralia.com