Hace algunas semanas una amiga fue víctima de un atraco en Sydney.¿Cómo, en Australia? Se preguntarán muchos. Sí, en Australia. Aquí también matan, roban, estafan, entre otros problemas, aunque la tasa es bastante inferior frente a países donde estos acontecimientos son considerados deporte nacional.
Patico, apodo que le pongo para que no sepan que se llama Patricia, que le decimos Paty y que aparece en la foto, caminaba tranquila por una calle más de las miles que hay en Sydney, por el suburbio de Dulwich Hill. Ella regresaba luego de su jornada de trabajo en un colegio. Eran aproximadamente las nueve y diecisiete minutos de la noche y algún amago de lluvia asomaba. Estaba contenta pues se acababa de comprar una blusa y no veía la hora de llegar a casa para medírsela nuevamente. A pocas cuadras del colegio, Paty seguía la misma ruta de todas las noches para llegar pronto a su apartamento.
De repente, en frente de ella, a unos pocos metros, apareció un hombre que caminaba en su dirección. Patico realmente nunca imaginó lo que sucedería, pues estando en tierras australianas la sensación de inseguridad que traemos de nuestros países se va perdiendo poco a poco. Patico pensó que era un habitante más, otro inmigrante, mejor dicho, otro gato.
La situación parecía el cuento de Caperucita Roja. Ella caminaba con su canasta de pasteles – en este caso su bolso, con la blusa nueva y otras pertenencias-, por el camino en medio del bosque para llegar a casa de la abuela. De pronto apareció el lobo. -Hola caperucita, ¿a dónde te diriges- etc…
Lo diferente del cuento con la situación real es que aquí no apareció un lobo, lo que apareció fue severa rata, es más rata es poquito comparado con este malandro maldito. Sin mediar palabra, el hampón comenzó a golpear a Patico. Uno de sus primeros golpes fue a dar en su rostro. Quedó medio privada. Estoy seguro de que este hampón no sabía hablar inglés, pues hubiera sido más sencillo pedirle la plata, el bolso, o el celular. Aunque claro, en las escuelas de inglés no enseñan eso, sólo aprendemos en situaciones legales. Can I have a beer?, sorry, could you help me please?. Si este atracador hubiera pasado por una escuela de inglés, con un simple excuse me, can I have your bag, your money and your mobile, please?  se hubiera ahorrado la golpiza, el susto y las demás angustias vividas. Pero no, este idiota siguió golpeando a Patico, con una sevicia de boxeador de peso pesado. Patico, instintivamente comenzó a gritar, y a pedir por ayuda.
El animal se ensanchó en tratar de quitarle el bolso, que para infortunio de Patico se lo había puesto cruzado por el cuello, entonces los golpes se intensificaron para tratar de arrebatárselo. Al final, de tanta fuerza, el ladrón logró quitárselo y huir. Algunos  vecinos, alertados por los gritos, socorrieron a Patico. Fue subida a un taxi con rumbo al hospital más cercano.
El resultado de este atraco: Quijada dislocada, moretones por la cara, el susto del atraco, un bolso perdido, una blusita sin estrenar y aproximadamente 500 dólares de botín para el ladrón.
Yo me enteré de la situación al otro día. Un amigo en común me llamó a contarme lo sucedido. Salí hacía el hospital al cual habían llevado a Patico. Allí la encontré, su rostro reflejaba la tragedia. Estaba casi irreconocible, aunque consciente. Incluso su acento era diferente pues al tener la quijada dislocada su forma de hablar era extraña, casi como un acento 100% australiano. Me recordó la imagen de una mujer de la costa colombiana, de la alta sociedad, quien hace unos años fue salvajemente golpeada por el animal que tenía  -¿o tiene?- por marido.
La impresión era casi la misma. En el hospital ubicaron a Patico en una camilla, junto a otros pacientes. En este sitio la atendieron bien y le brindaron los cuidados necesarios mientras la evaluaban los especialistas. Debo anotar que un par de enfermeras estaban bien lindas.
Durante su estancia en este hospital, comenzó un desfile de visitantes, dentro de los cuales se encontraban médicos especialistas, enfermeras, policías, amigos, el arrunche,  incluso un par de periodistas de algún periódico medio amarillista con tal de tener la chiva para sus ediciones. Todos abrumados por lo que le había pasado a Patico, incluso le asignaron un psicólogo para evaluar un posible trauma emocional. Esto sí me pareció curioso, pues aunque para Australia esto puede ser un suceso extraño, nosotros estamos casi acostumbrados a estas situaciones, con una sensación de inseguridad y prevención para todo.
Luego de las correspondientes evaluaciones, exámenes, toma de muestras, visitas, testimonios, repetir 345 veces la historia, palabras como: Tenaz, uishhh, ¿cómo?, pobrecita, qué vaina, lo siento, ¿cómo te sientes?, ¿necesitas algo? ¿Y quién te hizo esto? ¿Cogieron al tipo?, si necesitas algo sólo dímelo, entre otras, Patico fue remitida a otro hospital debido a que era necesario hacer un mejor examen de su quijada para saber si debía ser intervenida quirúrgicamente. Estábamos Patico, un amigo y yo hablando, cuando llegaron dos paramédicos con la orden de trasladarla. Ya comenzaba a sentirme en un paseo de la muerte pues durante todo el proceso Patico pasó por tres hospitales, más que todo porque en dos de ellos no estaba el especialista o el equipo necesario para evaluar su mandíbula.
Los dos paramédicos llevaron a Patico hasta la ambulancia. En el parqueadero noté que había por lo menos siete ambulancias disponibles para emergencias. En una de ellas la acomodaron  y nos permitieron a Juan Carlos y a mí acompañarla hasta el otro hospital. La ambulancia tenía todos los juguetes, equipos, instrumentos, mejor dicho, faltaba que tuviera piscina. Viajamos hacía el hospital de Liverpool; La conductora y yo adelante, Juan Carlos atrás con Patico y el paramédico a su lado pendiente de ella. Después de casi 40 minutos de camino llegamos a Liverpool.
Allí los paramédicos cargaron a Patico y siempre estuvieron pendientes de ella. Debo destacar que uno de ellos me dijo que la paciente era su responsabilidad y hasta que no la dejaran ubicada en una habitación o bajo el cuidado de un médico no la abandonarían.  Aquí se me salió un ¡guau! Al rato apareció una de las encargadas preguntando por el caso y por el estado de Patico.
Ya nos iba a cobrar un dinero por recibirla, pero le dijimos que Patico contaba con un seguro, por lo que nos recibió sin inconveniente, aunque aseguró que el hospital estaba lleno y no había cuartos suficientes. Al final, trató de buscarnos una habitación y como no había, nos mandaron a un consultorio ortopédico. Allí los paramédicos bajaron a Patico a la cama y en ese momento apareció la dueña del consultorio con un paciente, haciendo una cara de ¿ustedes qué hacen aquí?. Los paramédicos, ya incómodos, tuvieron que subirla nuevamente a la camilla e ir a buscar otra habitación. Terminamos en otro consultorio esperando la atención del médico respectivo.
Pasados unos minutos apareció. Era un indio, de la india por supuesto, no piensen mal. Llegó disculpándose por la situación que pasamos en el hospital, argumentando que este era el hospital de Liverpool, como queriendo decir que era más pobre, lleno de pacientes y algo desordenado, lo que realmente no nos pareció, pues creo que siempre estuvimos bien atendidos. Luego, el hombre saca las radiografías y las ubica en la pantalla y comienza a explicarnos lo que había que hacerle a Patico. No entendí mucho, pero decíamos yes, mmm ok,,, yes…mmm… ahhh of course yes…
Lo que confirmaba era que teníamos que esperar para evaluar a Patico con un equipo especial y decidir si era necesaria una cirugía. El doctor le dijo a Patico que se acomodara en una silla para darle un vistazo a su cara. El hombre la tomó por la cabeza e intentó suavemente acomodar su mandíbula; luego hizo la pregunta de rigor ¿duele?. Patico sintió como si un sobandero, de esos a los que mi mamá me llevaba cuando me dislocaba un hueso, estuviera intentando cuadrarle la mandíbula. Su grito fue inminente. Creo que no fue necesario afirmar que le dolía.
Las radiografías mostraban que efectivamente había una dislocación de un hueso. Afortunadamente luego del examen no fue necesario hacer cirugía, simplemente la anestesiaron, cuadraron el huesito y arreglado el asunto. Lástima que con eso Patico volvió a su acento natural, pues con el golpe tenía un acento inglés casi que perfecto, quien la viera pensaría que era australiana de raca mandaca.
Patico fue incapacitada por varios días lo que significó que debió ausentarse de su trabajo. Para sorpresa mía, su jefe accedió a pagarle la incapacidad – todavía no me la creo-. Pues aquí prospera la ley de: si te enfermas te jodes, en especial si tu jefe es latino o asiático. Aunque al final de la incapacidad su jefe la llamaba insistentemente para saber cuándo iba a regresar, pues aunque Patico ya podía trabajar, perfectamente pudo tomarse sus días de incapacidad para descansar. El seguro de su trabajo cubrió todo y Patico no pagó nada, bueno, pagó la novatada, pues en Colombia nunca le pasó algo similar.
De lo poco que se salvó fue el celular, pues Patico lo llevaba en su bolsillo. Claro que la golpiza hubiera sido más grande donde este man le diga: deme el celular, y Patico le responda: Claro, 0425 874 XXX
A la conquista!!!