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Algunos lectores, en especial del genero masculino, me han preguntado cómo me ha ido con las mujeres; qué tal son las australianas en temas del amor y otros demonios. Aunque esta es una tela que tiene mucho de donde cortar, pues no solo encuentra uno australianas, sino también europeas, asiáticas y latinas, les contaré una historia que, creo, me dejó marcado.
La tarde caía en Sidney en un día de mediados de noviembre. Terminaba una llovizna cansona de aproximadamente tres minutos y me aprestaba a tomar el tren de la línea de Lidcombe que me dejaría en la estación de Museum, cerca de mi casa en la calle Flinders. Había estado caminando todo el día y mi único deseo era regresar a casa a ver una película que recientemente había comprado: Crepúsculo, la del vampiro pálido y enamorado. En realidad no soy fanático de la película, pero en la tienda en donde generalmente las compro, el DVD estaba en promoción: 12 dólares.
Abordé el tren en la estación de Wynyard y busqué una de las sillas para ubicarme. Iba medio distraído escuchando música desde mi Iphone cuando de repente sentí el que mundo se detenía, todo a mí alrededor se congelaba e incluso el tren no quería arrancar. Ahí estaba ella. Su nombre: Kate.
Por lo general, cuando se viaja en el sistema de transporte australiano, que incluye buses y trenes, se corre el peligro de enamorarse más de una vez. En cada parada del autobús, en cada estación de tren, abordan mujeres extremadamente hermosas, con rasgos físicos de muchas regiones del mundo, que resultan ser aún más atractivos para nosotros. Una de ellas se llamaba Kate. 
Estaba sentada en la silla de la mitad, del segundo piso del tren. No pude evitar mirarla pues su rostro era tan perfecto que me impedía mover mis ojos hacia otras direcciones. Me tenía hipnotizado. Para fortuna mía la silla de al lado estaba vacía y decidí sentarme ahí. 
Uno de los trucos para mejorar el inglés en Sídney es hablar con las personas en la calle. Preguntar cosas simples: ¿Me puede decir la hora?; perdón, ¿sabe dónde queda esta calle? – así uno sepa dónde queda-; ¿qué bus debo tomar para llegar al Ópera House?, ¿estudias o trabajas?, entre otras. Yo lo había intentado en un par de oportunidades, en muchos casos las personas responden con una amabilidad interesante.  
Esta mujer era espectacular, con todas las palabras buenas que la palabra espectacular pueda significar. Debo aclarar que no era el prototipo de modelo de Victoria Secret, revista Soho o portada de los catorce cañonazos bailables. No. Era una mujer sencilla, pero con una belleza tan impactante que desde el momento en que la vi centró toda mi atención. Tenía cabello castaño largo y liso, piel blanca, y ojos color miel. Tenía unas gafas – al parecer recetadas – pero con un modelo que la hacía ver más interesante aún: intelectual, lectora, investigadora, ejecutiva, ufff.
Llevaba un sastre negro de dos piezas; falda un poco más debajo de las rodillas, ceñida al cuerpo, y tacones altos. Su camisa blanca contrastaba maravillosamente con su chaqueta. Como muchas personas que a diario transitan en los trenes de la ciudad, ella llevaba puestos sus audífonos para escuchar su música predilecta, mientras el tren anunciaba la llegada a su destino. Asimismo, no dejaba de mirar su Blackberry, en el cual, supongo, estaría al tanto de su correo electrónico o actualizando su perfil en Facebook.
¿Quién era esta mujer tan perfecta? ¿De dónde había salido? ¿Sería una señal? Había algo que me tenía inquieto. 
Me decidí a hablarle. ¿Qué podría perder? Cualquier cruce de palabras o de mirada sería una ganancia para mí, y saldría con una sonrisa. Tenía un enemigo implacable: el tiempo. Además no sabía en qué estación se bajaría ella. Haciendo un cálculo rápido contaba con aproximadamente siete minutos para entablar un conversación; éste era el tiempo que el tren se demoraba en arribar a Museum, mi estación de llegada. ¡Dios, qué nervios.! Me sudaban las manos y los dedos de los pies. 
Había detallado que portaba unos documentos, en los cuales se veía el logo del banco Commonwealth de Australia. ¿Trabajaría allí?, me pregunté. Y si me dice que no, ¿qué preguntó después?
El tiempo corría, los nervios aumentaban y yo no hacía nada. El tren había arribado a la estación de Circular Quay. Yo seguía mudo, atónito, impávido, congelado, en resumen, un idiota. -Apúrate Luchito, se te puede estar escapando la mujer de tu vida. –
-Disculpa, podrías indicarme cuál es la estación de Museum. Allí debo bajarme y aún no me ubico. – Ella, muy amablemente y con una leve sonrisa me explicó que debía esperar dos estaciones para llegar. Le di las gracias y volteé nuevamente la mirada. Había roto el hielo y había recibido una respuesta, que aunque ya la conocía, era satisfactoria para mí. Pero algo me preocupó: En los tres segundos que cruzamos las miradas, noté a través de sus lentes, que tenía un par de lágrimas frescas. ¿Qué tendría esta mujer? ¿Tristeza, soledad, trabajo, estrés, desamor? 
Más causas cruzaron por mi cabeza, pero me detuve, pues debería centrarme en mi estrategia para lanzar la segunda pregunta.  
-¿Trabajas en el Commonwealth? –
-Sí-, me respondió a secas.
-Es un buen banco para estudiantes, yo tengo mi cuenta ahí.-
-Qué bien.-
O no le interesaba, estaba aburrida o no quería hablar con nadie, pues sus respuestas me indicaban eso. Mis ánimos se agotaban y empezaba a hacerme la idea de que ella no era. Así de sencillo. Aunque no podía dejar de pensar en el motivo de su tristeza; sin embargo, si apenas contestaba a secas mis respuestas no me atrevería a preguntar sobre asuntos personales so pena de ser tildado de sapo metiche. 
Habían pasado más de cinco minutos y, en unos segundos más, el tren arribaría a mi estación. Lancé mi última pregunta. 
-Siempre he querido tener una tarjeta de crédito de ese banco. ¿Es muy difícil obtener una?. –
-No. Llenas una solicitud y te presentas en cualquier oficina.-
-Tienes una tarjeta, por si tengo alguna inquietud-
-Mmmm.. déjame ver…. . …  Es tu día de suerte. Es la última que me queda-
-Gracias por todo, aquí me bajo.-
Salí de la estación de Museum, y me dirigí a mi casa, ubicada a unas 12 cuadras de ahí. Mientras caminaba, miraba la tarjeta de esta mujer. Ejecutiva de cuenta del Commonwealth Bank. Mi impresión me decía que tendría unos 26 años. ¿La llamo o le mando un mensaje de texto?. ¿Pero qué le digo?. Sus actos durante nuestra pequeña reunión en el tren mostraron que no existían los más mínimos indicadores de interés hacía mí. Entonces la solución era olvidar el asunto. Pero mi lado idealista del amor salió a flote y decidí mandarle un mensaje de texto.
-Kate, no sé el motivo de tus lágrimas, pero lo que pueda ser, lo superarás. Ánimo. Luis, el que estaba en la silla del lado del tren ;). –
«Send» Presioné el botóncito de mi celular y el mensaje salió sin demora. Ya había caminado unas dos cuadras y no dejaba de mirar la pantalla del celular. Ansioso, esperando. Al no tener respuesta, lo guardé en mi bolsillo derecho del pantalón. Pasaron unos 23 segundos cuando sentí la vibración que significaba un mensaje entrante. La ansiedad superó los niveles permitidos. Poco a poco saqué mi teléfono y con el mayor sigilo dirigí mi mirada hacia la pantalla. -¿Dónde estás?. – Era un mensaje diferente. De mi amiga Pilar. 
Continuaba caminando, y a medida en que el minutero de mi reloj avanzaba, se desvanecían las esperanzas de obtener alguna respuesta de aquella mujer que había impactado mi universo.
Serían más o menos las 6 y 23 minutos de la tarde y aunque mi lado idealista me impulsaba a conservar una esperanza, mi lado realista me indicaba que no había nada que hacer. Me sentía como el hincha de su equipo de futbol que espera empatar un partido en una final, para prorrogar su esperanza de ganar el título. Que corre el minuto 91 ó 92 y su corazón palpita, se muerde las uñas, arruga su camiseta, llora, se desespera y, tristemente, el árbitro anuncia el final del juego. Su ilusión había terminado.  Yo sentía que mi partido había terminado desde que las puertas del tren se abrieron para bajarme en mi estación.
Para pasar el rato hice un pequeño mercado y llegué a mi casa. Esa noche miré la película «Crepúsculo». Precisamente para rematar mi noche, la película era bastante romántica y sufrida para sus protagonistas; incluyendo diálogos como «Nunca pensé mucho sobre cómo iba a morir, pero morir en lugar de alguien a quien amo parece ser una buena manera; No puedo perder el control mientras estoy a tu lado», entre otras. Y con ese par de frases, más otras igual de profundas, el vampiro se levantó a la protagonista. 
Aquí recordé mi frase de amor que le dije a la mujer del tren: – ¿Es muy difícil obtener una tarjeta de crédito? –  Qué romanticismo.
Se acercaba la media noche y al finalizar la película me acosté a dormir. Estaba muy cansado y fue relativamente fácil caer en un profundo sueño. Pasadas un par de horas, me levanté a mi rutina de siempre con los periódicos. Aún medio dormido revisé mi celular y la pantalla me indicaba un mensaje recibido.
Mi estado aún de somnolencia no me permitía recordar la situación vivida la tarde anterior, así que guardé mi celular y me dirigí al trabajo. Ya más despierto y en camino hacía mi «oficina»  lo revisé nuevamente y abrí el mensaje que había recibido.
-Hola Luis, gracias por tu mensaje. Me sacaste una sonrisa. Si aún estás interesado en la tarjeta de crédito, puedes venir a mi oficina. 647 George Street. Saludos. Kate –
 Había revivido mi esperanza. Tenía más tiempo de juego en el partido para demostrar que podía ganar. Pensé en responder el mensaje inmediatamente, pero mi lado realista me recordó: -Calma Luchito, si ella te respondió varias horas después, no muestres demasiado interés tampoco-. 
Terminé mi rutina laboral y me dirigí a mi casa nuevamente. Me preparé el desayuno y leí los periódicos del día. Aún haciendo estas labores diarias, una ansiedad pequeña se me iba metiendo por el cuerpo pensando en el mensaje que había recibido.
Mi siguiente estrategia se centraría en preparar la visita al banco. Obviamente tenía otro chance de conocerla mejor y ésa era la oportunidad. Dos días después llegué a la oficina del banco. Rápidamente una de las asistentes se acercó a preguntarme el motivo de mi visita.
-¿En qué puedo ayudarle?-
-Me gustaría saber cómo obtener una tarjeta de crédito.-
-Claro que sí, por favor aguarde aquí y en un momento una de nuestras asesoras lo atenderá.-
-Mmmm, en realidad estoy buscando a una de ellas, que me habló de una de las tarjetas, Kate.-
– Ohh, sí. Ella en este momento está con otro cliente, pero le avisaré que usted está aquí.-
Me senté durante varios minutos que me parecieron eternos. Nuevamente me sentía como esa primera vez que la veía en el tren. Imaginaba como sería el encuentro; Kate se lanzaría a mí y me abrazaría tan fuerte que me dejaría sin aire; me daría un gran beso y luego al oído me susurraría: me hace feliz que estés aquí. Ayyyyy el amor…
-¿Luis?.- Escuché mi nombre. Me volteé y la vi. Hermosa como siempre.
-Mucho gusto, soy Kate. ¿Requieres información sobre una tarjeta de crédito?, vamos a mi oficina y te explico. – Claramente no me había reconocido. Mucho gusto, un gato más.
Ingresamos a la oficina y me explicó brevemente el procedimiento para adquirir una tarjeta de crédito para estudiantes. Me pidió unos datos sobre mi cuenta de ahorros y descubrió un secreto que le había escondido desde nuestro encuentro en el tren. Yo ya contaba con una tarjeta de crédito de ese banco.
-El sistema me dice que ya tienes una tarjeta. ¿Deseas otra, aumentar tu cupo tal vez?-
-No, mira, bueno, la verdad es que….. no sé si me recuerdes soy a quien conociste en el tren.-
-No, sinceramente no te recuerdo. Qué día fue.-
-Hace dos días, en la tarde, ibas en el tren, no sé a dónde e ibas triste. Parecía que lloraras.-
-Ahh sí, te recuerdo, eres el chico del mensaje de texto. Fue un lindo gesto de tu parte.-
Estaba atrapado, ya no podía inventar más excusas sobre tarjetas de crédito, bonos del tesoro, etc. Tenía que lanzarme. Como pude me armé de valor y solté la siguiente frase que cambiaría para siempre mi vida.
-¿Y qué más?-
Ella me miraba algo extrañada, aunque sonreía un poco, lo que consideraba algunos puntos ganados en mi estrategia.
-Kate, la verdad es que simplemente busqué una excusa para hablarte ese día en el tren. Así como para venir a saludarte hoy. Yo no necesito ni tarjetas de crédito, ni abrir otra cuenta para ganar más intereses. Simplemente vine a verte y a decirte que me pareciste una mujer muy hermosa, y que lamento que estuvieras triste ese día. Me gusta comer donas y quisiera invitarte una.-
Aclaro que todo esto se lo dije en inglés, que sumado a mis nervios, ansiedad y demás demonios que me golpeaban por dentro, salió muy enredado. Aunque por su gesto entendí que lo había captado.
Con una sonrisa aún en su rostro me mostró su mano. En uno de sus dedos brillaba un anillo. -Soy una mujer comprometida-, señaló.
Me quedé mudo.
-¿Sigues ahí? – , preguntó irónicamente. 
-No hay problema Kate, tu prometido no se enterará de lo nuestro. -, respondí jocosamente.
Kate soltó la risa. 
-Eres un hombre muy divertido. –
-Tenía que intentarlo. Igual fue chévere conocerte. –
Me levanté de la silla y me dirigí a la puerta.
-¿Y mi dona? -, preguntó Kate. -El hecho de que esté comprometida no me impide salir a comer donas. Pero yo te invito el café, ¿te parece? – 
-Sería un buen plan-, respondí.
-Yo salgo en dos horas, pasa por mí y vamos a Starbucks.-
En una hora y cincuenta minutos estaba sentado nuevamente esperando por ella en la recepción del banco.  Segundos después salió ella. Nos dirigimos a un Starbucks cerca al banco. Allí hablamos por espacio de 43 minutos. La química entre los dos era evidente, aunque yo ya la había etiquetado como amiga, pues estaba comprometida. Ya más en confianza le pregunté el motivo de su tristeza.
-No soy feliz con mi vida.– apuntó.
Explícame eso. Eres una mujer bonita, tienes trabajo, familia y te vas a casar. ¿Quieres más? –
-No sé, mi vida es cuadriculada. De la casa al trabajo, del trabajo a donde mi novio, luego a mi casa, y al otro día lo mismo –
-Y por qué no cambias? Rompe las reglas, vive la vida. –
-Suena tan fácil-
-En realidad lo es-
-Mañana saldré a tomar fotos en la noche, cerca al Opera House, quieres venir. Es un plan sencillo, sin reglas ni condiciones. Simplemente caminamos y vamos tomando fotos. Podemos rematar en McDonalds, comiendo papitas y helado. –
-No sé, no sé si pueda.-
-Sí puedes, inténtalo. Mañana a las 5 y 18 de la tarde te esperaré aquí en este café.- 
Nos despedimos.
Al otro día, cinco minutos antes de la hora pactada ya estaba sentado esperándola. Pedí un café y luego miraba por la ventana en dirección del banco. No había rastro de ella. Siendo las 5:27, cuando ya daba la daba por perdida, llegó.
-Lo siento, mi jefe me demoró. Además quise cambiarme para caminar y tomar fotos. –
Efectivamente llegó vestida con jean y camiseta. Sin maquillaje. ¡Dios! Sí que se veía hermosa. Durante nuestra sesión de caminata y de fotos hablamos de nuestras vidas. Si no supiera que estaba comprometida, juraría que había una gran empatía entre nosotros, pues había miradas fijas de bastante duración, toques leves de mano, abrazo iba y venía. Aunque no me arriesgaba a hacer nada más, pues la palabra «comprometida» retumbaba en mi cabeza.
Yo le conté que iba para Colombia en algunas semanas, pero que me gustaría seguir en contacto con ella.  Que aunque comprometida podíamos tener una linda amistad – esto sonó muy cursi, jajaja-. 
-Yo también saldré de vacaciones. Voy para Europa la siguiente semana. Pero estaremos en contacto. Contigo se pasan momentos divertidos.-, apuntó.
¿Se va para Europa la siguiente semana? , ¿no es feliz con su vida?. ¿Regresará ya casada? Ay Dios.. ¿qué hago?. El tiempo de la cita se acababa y presentía que no la vería más hasta nuestros respectivos regresos de vacaciones.
¿Y si intento algo? Otra vez la ansiedad se apoderó de mí. Me sentía como un niño que debía decirle a su mamá que había perdido una materia en la escuela. Se acercaba la hora de la despedida.
-Luis, en realidad fue un placer conocerte. Te deseo un buen viaje y nos veremos el próximo año.-
 Se acercó, me dio un beso en la mejilla seguido de un abrazo de siete segundos. Yo estaba mudo. Con la cabeza asentí la despedida y levanté mi mano para decir adiós.
Poco a poco se fue alejando, dio tres pasos hacia atrás y giró su cuerpo para caminar hacia su destino. 
Comenzaba a alejarse…
-Kate, espera.-
Ella volteó.
-¿Sí?-
Me acerqué y le di un beso en la boca. No pasó de tres segundos, pero para mí fue un siglo.
Ella me miró. No estaba ni molesta, pero tampoco se veía feliz. No nos dijimos nada. Esperaba que ella pronunciara alguna palabra, o, en el peor de los casos, una cachetada australiana.
Nada, no decía nada.
Por los gestos de su boca, se disponía a expresar un par de palabras… Ya nada me importaba, la había besado y lo que me dijera, bueno o malo, no me importaría. Aunque esperaba que fuera algo bueno.
-Luis… -suspiró- quiero que sepas que…-
Mi celular sonó. Curiosamente no era el ringtone habitual, era la alarma que había programado la noche anterior para levantarme.
Ahí fue cuando me desperté….
FELIZ DÍA DE LOS INOCENTES… Jajaja!!
luiseduardo@lavidaenaustralia.com
http://www.facebook.com/luiseduardoquintero
Pdta: para quienes no conocen la tradición de las INOCENTADAS en Colombia, pues toda esta historia es inventada. Solo quise ver quién caía. No me odien.
Como compensación pronto publicaré una crónica real sobre las mujeres en Australia. Feliz año para todos.

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