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He llegado a Buenos Aires. Allí me alojé en un hostal cercano al centro de la ciudad. Es ideal para personas que hacen escalas o son todo terreno, pues es lleno de extranjeros, ambiente familiar y «atendido por su propietario».
Claro, no todo fue de película. Llegué como a las 10:00 a.m. y el check-in comenzaba a las tres de la tarde. Con ganas de una ducha me dejaron, y por lo menos, me guardaron las maletotas, mientras me fui a dar una vuelta por los alrededores. En Buenos Aires cada calle, avenida o trocha tiene un nombre, por lo que, con mapita en mano,es fácil ubicarse.
Entonces a visitar la casa rosada, el obelisco, la plaza 9 de mayo, y demás. Ésta es una impresión muy personal, pero aunque se ven cosas bonitas, en especial la arquitectura, vi lugares muy desordenados – vendedores, trancones, volantes,-. Hice las preguntas respectivas y me dicen algunos que doña Cristina está dejando caer Buenos Aires; lo lamento si así es.
De regreso al hotel me he encontrado con un colombiano. Saludo de mano, con abrazo de oso incluido. Aquí la gente se une con su gente; intuyo que así será en todos los países. Él, médico joven, estaba de vacas por tierras gauchas. Me presentó a dos brasileras, una de ellas muy «churrita ala». Ellas practicando el español y yo el portugués, del cual solo sé decir jogo bonito, por aquello del comercial de nike. 
Al segundodía nos fuimos en tren para un sitio denominado el Delta. Allí se unen varios ríos y dan paseos en ferry o lanchas rápidas. Es a una hora de camino desde la estación central de trenes. Y los trenecillos bonitos pero con una mano de pueblo que me hace pensar ¿por qué la gente critica tanto transmilenio?. Vengan y se dan una vueltica en este tren.
Luego del paseo en lancha, terminamos en un parque de diversiones. Había una montaña rusa bastante intimidante y allá nos metimos. Cómo sería esta montañita, que un par de turnos antes la cerraron por unos 15 minutos por una «emergencia estomacal» de uno de sus usuarios. El pobre no aguantó el ritmo y dejó su huella – guasqueada que llaman- en alguno de los asientos. Una vez montados, pues a volar!!!!! Y avemaría qué vértigo tan bravo! Apenas dura un minuto larguito, pero uno siente que son horas y horas de vueltas y empujones. Cuando nos bajamos, aquellas dos brasileras no nos querían ni ver. Una llorando y la otra en shock sólo atinaron a decir en un español entendible : NUNCA MÁS!!!!
A Alejandro, el otro colombiano compañero de aventuras, también lo golpeó la montaña y salió rebotado. En fin a todos nos pegó durito ese animalito.
De regreso al hotel, comenzaron las despedidas respectivas, y bueno según las brasileras los colombianos somos muy decentes, caballeros, amables y estaban felices con nosotros. Claro, también con los argentinos, según ellas pues el casting estaba la locura; Así que colombianas, por aquí hay mercado de sobra y con ese acento pues… por el lado de las argentinas, no sé si se escondieron, porque vi una que otra, aunque el acento sí es influyente.
El abrazo de oso llegó a media noche al hotel, no sin antes dejarles un par de chocolates como recuerdo. Ellas se quedaban y yo arrancaba rumbo a Ezeiza. Nos despedimos con un gran abrazo, beso y tarareando: No llores por mí Argentina. Adiós Buenos Aires y adiós América.
El taxista que me llevó a Ezeiza, todo un bacán. No como el de la llegada, hablamos un rato de lo bueno y lo malo de Argentina. Quién mejor que un taxista para hablar de su ciudad. Me explicó cómo era la Buenos Aires de antes, y cómo estaba ahora. Hasta de doña Cristina me habló.
Siendo la 1 a.m. llegamos a Ezeiza, me registré y todo normal. Esperando el vuelo para dejar América. El cansancio mostraba sus dientes y no veía la hora de estar sentado en ese avión. Para destacar, a un pasajero le quitaron varios productos de mano líquidos de su equipaje de mano y comenzó a tirarlos contra el piso; entró en cólera. Todos pensábamos: Leíste las instrucciones boludooooooooooo! Parece ser que no lo dejaron subir al avión porque no lo vi adentro, y qué peligro un man de estos. Mínimo se molesta porque no hay papel en el baño del avión y va a coger a patadas al piloto.
El avioncito, un Airbus A-340, estaba como nuevo, bañadito, oliendo a bonito y bien arregladito. Allí esperaba comenzar a practicar otro idioma con mi pasajero de al lado, pero ¡Oh sorpresa!, era colombiano, de Bucaramanga; bueno, aprendí a decir ole, toche y pingo.
En pleno carreteo y con ganas de dormir el avión fue devuelto por una «falla técnica». Ahí nos tuvieron como dos horas. Después de la larga espera: A volar!!!!!!!
A la conquista!!!

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