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La salida de Buenos Aires fue tranquila. Aunque estaba bien cansado por el día tan movido, en el avión me tomó el sueño por sorpresa y caí redondito. La silla del avión estaba muy cómoda y con la almohadita que me regalaron para el cuello descansé muy bien. Eso sí, antes de dormir pasaron repartiendo una cena y a comer se dijo, porque en algo hay que recuperar lo invertido en el tiquete, ja!; así sea con la comida. No acababa uno de comer cuando entraba la mañana y lo despertaban con el desayuno del avión.
En este momento aprovechaban el tiempo las personas para estirarse, salir a caminar y desperezarse. El plan era ir de lado a lado al avión, hasta antes de la primera clase. Allá no dejaban entrar ni pagando. Aunque tras las cortinitas se veía que es lo mismo, salvo que las sillas son más grandecitas, y el precio también es un poco más «grandecito».
Continuando la mañana, comenzaron a exhibir unas películas en las pantallas de avión; este dispone de dos pantallas grandes y dos pequeñas. Eso sí, las cintas algo viejitas me recordaron los viajes en Libertadores directo Bogotá, cuando nos presentaban los enlatados de Vicente Fernández como «El mero macho en la ley del monte» y demás.
Desde este punto se podía observar por la ventanilla del avión hacía abajo solo hielo y hielo, al parecer atravesábamos el polo sur, pues el avión viaja por debajo, y con el cielo despejado se alcanza a notar este paisaje. Luego mar y mar; y varias horas después, mar. Como dijo el piloto, luego de 13:45 minutos de vuelo nos aproximábamos a aterrizar en Auckland, una de las ciudades más pobladas de Nueva Zelanda. Antes de aterrizar y cuando el avión ingresa sobre la superficie terrestre todo se ve igual; es decir se ve como si uno sobrevolara la sabana de Bogotá o la ciudad de Quito. Aquí es cuando me cuestiono: en realidad desde arriba todos somos iguales. Se alcanza a divisar una finquita con su campesino arreando las vacas, como sucede en Chía, Lima o en Buenos Aires. Qué bacano que todo fuera así, todos iguales sin estar matándonos por diferencias políticas, sociales, económicas, de religión y demás.
El piloto anuncia en los dos idiomas la llegada a Auckland. Aterriza el avión y el piloto solicita que ningún pasajero se levante hasta que el avión no se detenga completamente y esté sobre la plataforma. Obviando estas recomendaciones varios pasajeros se levantan y comienzan a descargar su equipaje de mano, cuando se escucha nuevamente la voz del piloto, algo rabón: «Se les recuerda a los pasajeros que NO deben levantarse de sus asientos, no solo por seguridad, sino por RESPETO a los demás pasajeros.» Todos se sentaron, juiciositos y calladitos. Estaba medio molesto el hombre, como para decirle «Ey, si le da rabia, pa qué se emput..%&$(«
Qué aeropuerto el de Nueva Zelanda. En realidad uno queda atónito, no sé si porque solo vemos el Dorado o uno que otro cerquita – hablo en mi caso personal – pero es que parecía un centro comercial, con alfombra incluida. Varios pasajeros debían tomar conexiones y por la demora en Argentina estaban apurados. A ellos los esperaban con carritos de golf para llevarlos a su conexión a toda máquina. Y cual ambulancia del seguro social salen pitando por todo el ingreso al aeropuerto para hacer las conexiones respectivas.
En Auckland hicimos escala de una hora. Para matar el tiempo prendí la laptop para conectarme a internet. Había gran cantidad de redes inalámbricas. Todas con conexión segura. Busqué la del aeropuerto y logré conectarme; pero oh sorpresa!: aquí todo es pagando. Ingrese su número de tarjeta de crédito y a navegar. Entonces… mmmm.. qué hacer. Ni modo, a morderme el codo. Porque de navegar gratis en el Dorado a venir aquí a pagar, nanay nanay!!!! Bueno, pero comenzaría a acostumbrarme.
Una vez ubicados en la sala de espera, observa uno personas de todo el mundo. La que más me llamo la atención fue una señora de unos 50 años, creo que era musulmana, de alguno de esos países donde la cultura permite la represión contra las mujeres. Esta señora, vestida toda de negro, tan solo dejaba entre ver sus ojos. Aquí entiendo el dicho de «cría fama y échate a dormir». Al verla, no pude evitar pensar «Uy Dios, ahora en pleno vuelo sale esta señora, se quita la ropa, está en vuelta en dinamita y comienza a gritar: JALA MAJALA HALA MAJALA MEKE JILA BUM…. VIVA ALA» y PUM!!!! Detona esos tacos de dinamita y adiós vuelo de Aerolíneas Argentinas. Gracias por volar con nosotros. Qué susto. En realidad me compadecí de ella porque está tapada hasta el alma y con este calor que hace aquí.
Salimos de Auckland con destino a Sydney. Aproximadamente fueron cuatro horas de vuelo. El tiempo que se le hace uno eterno es el final. La última horita es desesperante, pues uno ve en una pantalla como va el avión acercándose, pero parece como si estuviera quieto, sin avanzar.
Antes de llegar a Sydney, muestran un video -parece hecho por Óscar Rivera- donde nos dan la bienvenida a Australia. También advierten sobre las cosas que traen los pasajeros. Incluso si uno se puso unas botas y piso tierra en otro país, debe avisar a las autoridades. Lo mismo que drogas, comida, etc. Aquí lo mejor es declarar todo, hasta poemas. Yo anoté que traía drogas – no, de esas no – , unas medicinas personales y otras para una amiga, entonces pasé sin problemas. En inmigración sólo me pidieron el certificado de la vacuna de la fiebre amarilla. Aquí me propuse comenzar a soltar la lengua con el inglés: » This one?», «Yes» respondió el agente de inmigración. Estampó el sello, me miró y dijo: «Next please». Señoressssssssssssssssssss estaba adentro!!!!!!!!!
Ahora a recoger las maletas. Allí pasan varias guardias, con labradores oliendo todo. Luego, una señora me dice en inglés que si la droga que reporté era medicina personal; le dije que sí y me dejó pasar. El último escáner para las maletas y listo; oficialmente estaba en Sydney, Australia.
En la puerta de llegada de vuelos internacionales me encontré con Juan Camilo. Abrazo del oso y bienvenida. Luego, a buscar la dirección en donde me alojaría los primeros días. Le dije: «Cojamos un taxi y vámonos, estoy rendido». Cuando me dijo el promedio del costo de un taxi dije: «mmmm ok, vámonos en metro»…
A la conquista!!!

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