Reflexiones de un experimentado fanático del fútbol
Hoy en día Alejandro es un aficionado de la televisión; como cualquier niño, joven, adulto, hombre o mujer en el mundo. Se le puede olvidar pagar su cuota de la administración o algún servicio público, pero nunca su televisión por cable. A su edad, el fútbol se convierte en su actividad principal de la mañana, del medio día y de la noche; muy frecuentemente su única actividad durante semanas en su apartamento de 80mts al norte de Bogotá. La Champions League es una institución, la Copa Libertadores una devoción y la Copa del Mundo una ilusión. Un campeonato que lo motiva a seguir viviendo el buen fútbol desde su televisor.
No obstante, él siente que el fútbol ha cambiado. Aún recuerda con emoción aquel fútbol que jugaba en las inferiores del Stormers de Sucre a sus 17 años; muy parecido al que años después apoyaba en la Universidad Católica, en Santiago de Chile, cuando era estudiante en la década de los 30 del siglo pasado. Casi el mismo fútbol del que se enamoró perdidamente en Buenos Aires al ver a los “pibes” jugar en el barrio Colegiales y al convertirse en uno de los primeros asistentes a la majestuosa “Bombonera” en los primeros años de su inauguración. En Colombia, ese mismo fútbol tenía su mejor exponente en el Millonarios de los años 50, plagado de estrellas internacionales como Alfredo di Stefano en el marco del boicot del fútbol colombiano a la FIFA. Incluso hoy, parados en el siglo XXI, todavía recuerda esos gratos momentos del fútbol de sus clubes predilectos, Boca Juniors y Millonarios; y de sus selecciones adoptivas, la Argentina y la Alemana. Un fútbol de clase y compromiso, pues cuando lo veía, se sentía dentro de la cancha, al lado de los jugadores y lejos del televisor.
Sin embargo, Alejandro siente que algo en el fútbol de hoy ha cambiado radicalmente. Él lo cataloga como el “fútbol de las nenas”, de las propagandas y los fanáticos de mentiras. Un espectáculo que ha inundado nuestros televisores y nos ha hecho creer que este deporte debe ser un entretenimiento de lujo lleno de celebridades; una industria mafiosa sin prejuicios. Para él, equipos de fútbol en los que jugaban talentosos como Di Stefano, Maradona, Cruyff y Beckenbauer ya no existen.
Alejandro, mi abuelo, no está seguro sí su condición física, que le impide acercarse a entrenamientos o estadios, lo ha separado de ese “buen fútbol”. O si realmente ya no existe aquel fútbol, el del pueblo para el pueblo; ese que anima a saltar de la tribuna al campo, donde todos tenemos una voz y ésta es respetada. Palabras más, palabras menos, ese fútbol que él vivió, el de la pasión y gestión transparente.
Mi abuelo fue quién me enseñó lo que es el fútbol. No olvido la llamada de todos los jueves en la noche para encender el televisor y ver la liga alemana en señal diferida por el canal institucional, llamada que se repetía al siguiente día para que no olvidara la liga argentina, y que continuaba semana tras semana a mis apenas 7 años de edad. Por ello, para mí, el fútbol de ahora no es una evolución; no es “buen fútbol”, aquel que mi abuelo me inculcó. Hoy me resisto a verlo detrás de un televisor, a verlo convertido cada vez más en un negocio y a permitir que nuestros niños se interesen más por una celebridad que por el balón.
Para muchos, el fútbol convertido en espectáculo es su condición natural. El nuevo modelo de negocio de los clubes nos ha puesto la etiqueta de clientes y sus patrocinadores se aprovechan de nuestra pasión para inundarnos de sus campañas de mercadeo. Este fútbol globalizado donde la televisión se ha convertido en el principal ingreso de muchos clubes, es dañino para el fanático.
Afortunadamente, no soy el único que considera que al fútbol lo estamos perdiendo. Hoy en día se ha empezado a gestar un movimiento de fanáticos a nivel global. Ya vimos algunas iniciativas en Colombia con el #NoMasLigaPostobon, #AsambleaYa y el reciente #AméricaparaelPueblo. En Inglaterra, la cuna del fútbol, el alto precio de las entradas a los estadios y del kit oficial de los equipos, sumado a la riqueza sin compartir de los clubes que se va a manos privadas, entre otros aspectos; ha incentivado la consolidación de este movimiento.
En Europa, grupos organizados de fanáticos han decidido promover campañas, movilizarse y pedir a dirigentes y políticos algo muy elemental: el fútbol no es un negocio como cualquier otro, los fanáticos merecen respeto. Gracias a la tecnología y las redes sociales, se conocen casos donde se quebranta la identidad de fanáticos que generación tras generación han seguido una bandera y un nombre. Una tradición que los actuales dueños han fracturado vía los malos manejos administrativos y financieros que en repetidas ocasiones han llevado los equipos a la quiebra. Asimismo, casos en los que los clubes de fútbol se transforman en multinacionales que olvidan rápidamente aquellos valores e identidad intrínsecos a su fundación, colores y a la relación con sus hinchas. Todo lo anterior en función de los intereses privados de los accionistas, que de lejos, no son sus fanáticos.
En ese orden de ideas, podemos aseverar que el fútbol como industria está en la cúspide, pero culturalmente se encuentra en uno de sus peores momentos. Como deporte debe dejar de ser un bien transable, manejado como cualquier activo o corporación que se puede endeudar sin límites, cambiar de nombre, de casa matriz y/o propietarios a su antojo. El fútbol debe volver a sus raíces y los fanáticos deben recuperar su relevancia.
La tarea es dura, lo importante hoy es crear conciencia. Lo importante mañana será devolverles a nuestros hijos el deporte que desafortunadamente dejamos convertirlo en un espectáculo de lujo. Ojalá podamos rescatar aquel fútbol “del pueblo y para el pueblo” que vivió Alejandro y que sigue añorando aún al frente del televisor.
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