Hace poco escribí esta entrada en mi blog del Huffington Post y muy gentilmente los amigos de #NomadaSV lo tradujeron al español. En esta ocasión lo quería compartir con ustedes para leer el fin de semana. ¡Saludos desde Vancouver!

“El mundo es un libro y aquellos que no viajan leen tan solo una página”, sabiamente apuntaba San Agustín y quería comenzar este artículo con esa frase porque viajar se ha convertido en una de las partes más esenciales de nuestras vidas. A veces uno viaja hacia lugares exóticos y otras lo hacemos de forma simple y local, pero el acto de salir de nuestras casas y experimientar lugares nuevos, nuevas rutas, nueva comida, nueva gente y hasta nuevas lenguas es algo intrínseco en nuestra naturaleza.

Los humanos nacieron siendo nómadas hasta que aprendieron a cultivar. El moverse de lugar en lugar y encontrar el que mejor satisface nuestras necesidades está en nuestros orígenes y solamente son las convenciones de la sociedad moderna lo que nos dice que pertenecemos a un lugar: ahí donde fuimos a nacer. Durante largos períodos de tiempo, aquellos que se tomaban el riesgo de viajar eran considerados foráneos, vagabundos sin tierra, pero muchos de ellos son también quienes escribieron la historia, como Heródoto en “Viajes con Heródoto“, porque ellos supieron ver más allá de los límites de su ciudad.

Hoy en día nos mudamos a causa de la curiosidad, de perseguir un mejor futuro, por trabajo u educación, entre otras razones, y algunas veces esos cambios vienen con impactantes shocks culturales los cuales usualmente se superan porque, no importa el lugar, estamos rodeados por humanos.

Viajar nos ayuda a entender cosas que están fuera de nuestro control y pone en perspectiva aquello que solíamos considerar como verdad absoluta. Qué tan insignificante se ve nuestra ciudad cuando la vemos desde el aire a más de treinta mil pies de altura? Cómo podemos pensar que las reglas en ese minúsculo lugar son las mismas para todo el mundo? La tecnología sirve supuestamente para ampliar nuestras mentes, pero al final, una persona puede utilizar todas las herrmientas disponibles para comunicarse solamente con aquellos a quienes ya conoce. Sus pequeños mundos son traídos a lo virtual, pero permanecen pequeños, ignorantes.

Cuando visitas lugares diferentes no puedes ignorar aquello que está a tu alrededor. Puedes comportarte de la misma forma que en casa y pretender que nada ha cambiado, pero la verdad es que todo ha cambiado, incluyéndote a ti. Dentro de ti hay algo que ya no es lo mismo que solía ser, algo que va a vivir en tu mente para siempre: un olor, un sonido, un color, una foto. Lo que sea que ha sido capturado por tus sentidos dirigirá a tu futuro ser.

Viajamos para encontrar esas pequeñas cosas que nos definen, para entender y encontrarnos a nosotros mismos a través del acto de entender a otros. Es el reconocimiento de uno mismo a través de los demás lo que nos ayuda a dar sentido a lo que somos.

Viajar importa porque es difícil evolucionar cuando tu entorno no cambia y si estás buscando ser un mejor ser humano, tienes que perderte en nuevos entornos para volver a encontrarte a ti mismo.

Tal como Pico Iyer escribió en su ensayo Porqué Viajamos: “Viajar es la mejor manera que tenemos para rescatar la humanidad y salvarlos de la abstracción y de la ideología.”

Es muy fácil ejercer juicios sobre las cosas que nos parecen distantes y equivocadas, pero una vez miras de cerca y experimentas de primara mano aquello que una vez parecía lejano, puedes estar seguro de que tu visión cambiará. Al final, viajar solo importa a quienes están interesados en aprender el porqué para algunos el sol es de color rojo.