Steve Jobs, Bill Gates, Donald Trump, Nicolás Maduro y hasta Álvaro Uribe. ¿Qué pueden tener en común estos personajes tan aparentemente disímiles? La discusión sobre si han tenido un impacto positivo o negativo en la sociedad no es tema de este artículo, pero partamos del hecho de que todos, sin excepción, han tenido un impacto medible y considerable en la sociedad. A partir de allí, podemos vislumbrar las al menos tres características que todos ellos comparten.

Primero, todos ellos –y los que usted logre anotar a la lista– son hombres blancos -o relativamente blancos. Segundo, su esfuerzo individual y solitario los ha llevado al éxito. Es decir que, a pesar de las adversidades y contra todo pronóstico, han logrado constituir un imperio, modificar un estilo de gobierno o iniciar un avance tecnológico que partió la sociedad en un antes y un después. Tercero, y vuelvo a repetir, no sólo son blancos (relativamente blancos en el caso colombiano o el venezolano) sino que son hombres.

Steve Jobs. Foto: Getty Images

Estos hombres son una imagen idealizada de cómo se vería el éxito, de qué cara tiene y de cuál es la manera de recorrer un camino. Para el lamento de muchos quienes conservan la esperanza de convertirse, algún día, en alguna representación paria de la idea que nos vendieron de ellos; es que ninguno de ellos ha logrado nada solitariamente. Somos seres humanos y trabajamos mejor cuando compartimos ideas, cuando tenemos un espacio para debatir ampliamente.

Voy a jugarme esta mano: digo que tengo la seguridad de que usted conoce cómo Steve Jobs dejó la universidad y a los 26 años ya había puesto en marcha una de las compañías que le darían forma a la revolución tecnológica. Pero lo que usted no sabe, me atrevería a decir, es que Steve Jobs fundó su compañía junto con su compañero Steve Wozniak, quien era, en efecto, el ingeniero genio detrás del intrincado código de Macintosh. Que no es tan atractivo y carismático como lo fue Steve Jobs es una posibilidad. Pero este es el primer pilar para la desintegración del hombre individual, blanco y redentor: Steve Jobs no lo hizo solo, ni cuando fundó Apple ni cuando fundó Pixar. ¿Y el magnate Bill Gates? También tuvo su pareja, a la que adicionalmente ha hecho varias alusiones. Conozca a Paul Allen. ¿Y Bonnie? Clyde, por supuesto. No quiero discutir, sin embargo, las parejas de los gobernantes, pues este es un tema peliagudo. Pero es importante preguntarse qué tan solos pudieron haber estado en realidad como para lograr un impacto social de gran envergadura.

Hay una representación de éxito que ha estado rondando desde hace demasiado tiempo –quizás incluso desde los tiempos de Jesús– que, aunque nos ha brindado esperanza, también está manchada de blanco y de hombría. Pero, sobre todo, de individualidad. Estamos profundamente satisfechos con la idea de que un individuo puede cambiar el mundo. En algunos casos, por supuesto, aquello se acerca a la realidad. No obstante, la próxima vez que cite alguna frase de un hombre exitoso tenga en cuenta que son muchas más las personas que tiene que adicionar a la cuenta para etender con mayor a cómo se cambia una sociedad o cómo se hace la revolución.

Nicolás Maduro. Foto: Reuters

Muchos son quienes miran hacia arriba buscando las caras de esos hombres exitosos pintados en las nubes más altas. Es cierto que todos ellos han tenido en común otras características, aun cuando se separen mucho más de lo que podrían llegar a acercarse, en este planeta y en cualquier otro. Tal vez tengan todos en común alguna capacidad de ver a través de la nebulosa del presente, o de predecir el futuro, o de estrechar la mano más fuertemente y con significados desconocidos para las personas corrientes. Algunos son visionarios. Otros tienen suerte. Sin embargo, aquella idea del individuo solitario, único e ingenioso en el marco del capitalismo existe, sobre todas las cosas posibles, gracias al mercadeo (quizás un poco gracias también a la religión. Los seres humanos, en la perpetua la búsqueda identitaria, son, al fin de cuentas, seres sociales.