Una de las peores consecuencias causadas por la tecnología de las comunicaciones es que se ha apoderado de nuestro tiempo y nos ha obligado a estar siempre disponibles. Uno de los aspectos más importantes de nuestras vidas, uno que era tan privado como público, el manejo del tiempo, ahora es propiedad de WhatsApp, Messenger, Instagram (etc.) y de sus usuarios.
Lo que antes era nuestro tiempo y nuestra libertad ahora es la amargura y el reclamo de los demás. ¿Es decir? Muchas personas se molestan cuando envían un mensaje y no tienen una respuesta inmediata.
Actualmente es una obligación estar siempre allí, siempre disponible, siempre respondiendo como si cada mensaje que nos llegara fuera de vida o muerte. Nuestra comunicación se ha vuelto más banal, inmediata y ligera. Perdimos el ritmo: todo se hace en el mismo tono y a la misma velocidad. Hay pocas cosas más monótonas que la comunicación proporcionada por la tecnología, supuestamente amplia, interconectada y capaz de eliminar cualquier distancia terrenal.
Parece que siempre estamos esperando el mensaje que cambiará nuestra vida»
Es impensable dejar de responder un mensaje durante días. Incluso durante horas. Lo primero que pensamos, si somos nosotros a quienes no nos han respondido, es que se trata de nosotros: que nos están ignorando, que están enojados, que nos ocultan algo, que quieren hacernos sufrir. Muy raramente nos ponemos en el lugar del otro: la persona está ocupada, no tiene el teléfono celular a mano, simplemente no quiere responder.
Esto pone de manifiesto dos aspectos significativos. El primero es sobre nuestra disponibilidad eterna. No solo estamos obligados a estar siempre disponibles, sino que, naturalmente y sin protesta, aceptamos y accedemos a la inmediatez. Parece que siempre estamos esperando el mensaje que cambiará nuestra vida. Pero estos mensajes son pocos y, cuando en realidad los recibimos, la inmediatez es curiosamente infrecuente.
Los mensajes que no solo buscan un receptor, sino que también existen solo en una única forma temporal –el ahora, son más un disparo rabioso que una invitación a la comunicación. La pregunta que surge ahora es, ¿cómo se puede vivir estando siempre disponible para los demás?
Te escribo, y por lo tanto espero una respuesta inmediata. Te busco y te obligo a responder en mis propios términos arrítmicos y recalcitrantes. La comunicación, actualmente, parece más una forma de encarcelamiento. El que nos escribe no es diferente de nuestro verdugo feroz e inhumano, un hombre pequeño y plano, que carece de carácter, que no puede soportar la carga de otros que tienen su propia temporalidad, y cuya única posesión es la angustia de no poseer nada, ni siquiera su propio tiempo.
Sin embargo, es cierto que hay quienes ignoran intencionalmente las llamadas de otros como una forma de manipulación. Si bien hay muchos que nos obligan a estar disponibles directamente, también hay muchos que nos obligan a estar en la puerta del terror y utilizan a su favor nuestra búsqueda, siempre insatisfecha, de una respuesta trepidante.
Una comunicación más honesta y compasiva que pueda existir en diferentes niveles de temporalidad sería la clave para que, al comunicarnos, no nos causemos daños innecesarios.