“Se metieron con la generación equivocada” es una de las consignas del Paro Nacional desde que empezó el pasado 21 de noviembre. Con los días este mensaje toma más fuerza, las imágenes llenas de jóvenes en las marchas y los incontables chistes gráficos en redes sociales muestran una realidad difícil de negar: hay una generación que parece no tener nada que perder y que quiere seguir en paro.

A los millennials nos han educado tanto que no es difícil encontrar hojas de vida con más títulos y experiencia que el Presidente. Sin embargo, esta educación no ha sido suficiente para garantizar la calidad de vida de nadie, la mayoría de nosotros no tenemos un peso de cesantías, casi ninguno sueña con pensionarse y es difícil coincidir con un contemporáneo que tenga casa propia.

Los antecedentes

Y aunque este panorama suene desolador, lo cierto es que esto no es el resultado de un golpe de mala suerte. Nosotros “los sin nada” somos hijos de una generación que ha confundido la resignación con gratitud y que ante una marcha se escandaliza porque nos enseñaron que exigir derechos es comparable con quererlo todo regalado.

Nosotros crecimos viendo cómo seres queridos perdían sus casas a manos de créditos con el sistema UPAC y pagar carreras universitarias unas dos o tres veces al Icetex. Resignificamos el rol de la familia extensa al ser cuidados por toda suerte de parientes para que papá y mamá trabajaran y después pudieran luchar por su pensión como si fuera un favor y no un derecho adquirido.

Hoy estamos arrastrando con las prácticas neoliberales del Consenso de Washington y que han dejado de ser sostenibles porque no tenemos las condiciones laborales para mantener el sistema. El Consenso, que viene de 1989, planteó una hoja de ruta para sacar de la crisis económica a los países latinoamericanos en vías de desarrollo que incluye componentes vigentes hasta hoy: reformas fiscales, privatización, desregulación y entrega al Estado un rol de facilitador mientras los privados se encargan de las necesidades básicas de la población.

El inconformismo es tal que la solución al paro no se ve cercana, no hay un camino claro, no hay una hoja de ruta y no hay líderes contundentes con quienes sentarse a negociar. El Gobierno tiene un reto en tratar de determinar cómo suplir las necesidades de justicia de una generación que está cansada de estar sin nada.