Hace un par de semanas, cuando empezaron los aislamientos voluntarios y muchas empresas se rindieron a la inminencia del teletrabajo surgieron algunas guías de cuidado emocional útiles e interesantes. Eran infografías cortas y muy claras que le daban a las personas herramientas básicas para sobrellevar el encierro sin riesgo psicosocial: hay que bañarse todos los días, tender la cama, buscar un espacio adecuado de trabajo o estudio y mantener las rutinas. 

Con el pasar de los días y después del decreto presidencial en donde quedamos confinados (salvo las 37 excepciones) estas guías no solo se hicieron más comunes sino complejas. Son hojas interminables con recomendaciones detalladas que sugieren un cambio de vida drástico y no una cuarentena: hay que hacer ejercicio, cardio y también un poquito de yoga o pilates, es importante rezar y meditar. No solo hay que bañarse todos los días, hay que arreglarse y ponerse jeans cada tercer día para monitorear el peso, también es importante utilizar las plataformas virtuales para tomar vino con los amigos y salirse por el balcón a cantar pero no champeta, solo música edificante.

Si bien estos esfuerzos son loables yo dudo mucho que sobreestimular a las personas en medio de una pandemia sea una buena idea. Lo primero es entender que esta coyuntura no nos tomó a todos en las mismas condiciones, hay muchos pacientes con depresión que perdieron su red de apoyo y posibilidad de ayuda y escucha activa con la cuarentena y hay muchas otras personas que cayeron en negativismo o preocupación porque esto es un tema que está alcanzando todas las esferas de la vida.

Estas listas de consejos que parecen no acabar llegan a lo más privado de la vida de la gente y se convierten en unas expectativas sociales que para los más vulnerables, emocionalmente hablando, resultan imposibles de cumplir. No es de ninguna ayuda para una persona que no tiene recursos emocionales, para levantarse de la cama, ver en sus redes sociales una inundación de retos y videos de gente que quedó borracha después del último cumpleaños por Skype.

Y si esto pasa con los adultos, la sobreestimulación de los y las niñas es preocupante. Al envío de materiales por parte de las instituciones educativas, se suman las “ideas creativas” y tutoriales con actividades en casa que pretenden evitar a toda costa que las criaturas se aburran o se acerquen a una pantalla. Al final del día basta una pasada por Instagram para encontrar escolares abatidos después de un día de manualidades y ejercicios.

Ahora mismo las redes sociales son una parte fundamental de la vida de las personas y la responsabilidad de su uso es un tema de todos. Como profesionales de salud mental, debemos evitar la generalización del consejo y la sobreinformación. Sigamos creyendo que vamos un día a la vez y que, como todo en la vida, menos puede ser más.