Transcurría el inicio del siglo XX y el Club Nacional de Football situado en Montevideo empezaba a dar de qué hablar en la capital uruguaya. Era considerado el primer equipo de fútbol criollo en el continente debido a su divorcio con los ingleses, quienes eran en aquella época los dueños del balón, y por ende, armaban los equipos en la región sudamericana.
Nacional empezó a crecer y ya defendía su escudo en el mítico estadio Parque Central, construido en 1900. En aquel entonces, a las afueras de la ciudad.
En 1901, el Bolso, como se conoce hoy al club uruguayo, jugó su primer campeonato quedando en segundo lugar, tan sólo un torneo después, supieron mejorar la actuación pasada, y fue así como en 1902, lograron ganar su primer campeonato.
La voz de que un equipo criollo era capaz de derrotar a los ingleses empezó a correr y pronto, a reproducirse por las calles entre jóvenes y viejos. Al cabo de poco tiempo, cuando Nacional entraba a su cancha entre tierra, lodo y un tímido césped, ya era observado por centenares de lugareños que se acomodaban en los incómodos puestos de cemento. Aquellos espectadores, aburridos de la monotonía de la ciudad, llegaban al espectáculo semanal con sus meriendas y sus termos para armar el mate. Allí sentados y en silencio, contemplaban e intentaban entender esa nueva práctica, que para muchos seguía resultando anormal y excéntrica, pero que sin duda alguna, generaba gusto en quienes poco a poco lograban descifrar su funcionamiento.
Pasaban los días y con ellos las semanas, que luego encontraba los años, y al final de estos, Nacional se hacía cada vez más popular. A la hora de sus juegos, no sólo recibía visita de los capitalinos, sino que también se exhibía ante aquellos curiosos que viajaban desde los lugares aledaños a Montevideo. Con el fuerte crecimiento del equipo, su funcionamiento y orden, tanto interno como externo, se consideró que el equipo debía corresponder al buen espectáculo que sus simpatizantes esperaban ver domingo a domingo. Fue así como el equipo se preocupó por empezar a encargar labores extra futbolísticas a personajes de la ciudad, esto con el ánimo de que el evento se viviera siempre en mejores condiciones.
Prudencio Miguel Reyes se vinculó a Nacional bajo esta medida de mejorar el equipo. No era un espigado portero, tampoco un musculoso defensa, mucho menos un veloz volante. Se trataba de un viejo talabartero de la ciudad, cuya mayor experiencia en la vida había sido tratar artesanalmente el cuero en su pequeño taller. Miguel había sido llamado para inflar, o como dicen en la región rioplatense: para hinchar las pelotas de aire, antes y durante los partidos.
Miguel no faltó nunca a su labor y siempre presente en los partidos de Nacional, cargaba los balones de un lado a otro llenándolos de aire cuando así lo veía necesario. Mientras cumplía su trabajo, el viejo se dejaba hipnotizar por lo que pasaba dentro de la cancha. Cuando Nacional jugaba bien y lograba anotar, el viejo posaba muecas alegres, gritaba estentóreas arengas y con voz gruesa marchaba palabras de aliento. Sin embargo, cuando las cosas no andaban bien para el Bolso, el señor con impotencia dedicaba improperios a los jugadores contrarios. La fuerte voz de Miguelito resaltaba sobre las timoratas conversaciones de los demás espectadores, que sorprendidos comentaban las actitudes del viejito: “¡Mirá cómo grita el hincha!”.
Miguel Reyes, se hizo popular entre los seguidores de club “tricolor”, quienes con cariño empezaron a llamarlo “El Hincha” por su labor de inflar los balones. Al poco tiempo, todo aquel que gritaba en la cancha con el fin de animar a su equipo, era señalado con dicho término: “hincha”.
Como era inminente, un día el viejito Miguel murió.
A su Nacional querido, dejó los balones hinchados y sin saberlo, el rótulo de “La Primera Hinchada del Mundo”. A nosotros, una buena historia y una costumbre difícil de dejar.