Un siglo y tres años tuvieron que andar en el tiempo para que Inglaterra, por fin, hiciera honor al legado que 12 hombres dejaron en una cantina de Londres cuando crearon el popular “football” en 1863.

Inglaterra, la cuna del deporte rey. Se pavonea de tener los clubes más antiguos, los estadios más deslumbrantes con sus inmensos secretos, las fanaticadas más longevas, y los hitos y mitos más admirables del fútbol. La historia les pertenece. Sin embargo, una cosa es cierta: su selección de fútbol nacional ha estado sometida por largo tiempo al fracaso, mostrando más inferioridad que cualquier otro aspecto de predominio. Tanto así, que tuvo que esperar hasta 1966 para festejar. Después de tener que haber visto con impotencia, como Uruguay, Italia, Alemania Y Brasil, gozaban y celebraban de su invento.

Y bien, llegó el verano del 66, y como se anticipó: Inglaterra fue el campeón de aquella edición. Se espantaban los años de sequía, y Bobby Moore, capitán de los ingleses, además de mejor defensa del mundo en ese entonces –según palabras de Pelé- recibió de la mismísima reina Elizabeth II la Copa Jules Rimet. El destacado defensor se alzaba entre sus compañeros que le hacían de séquito y lo vitoreaban. Con sus manos abrazaba el trofeo de plata esterlina con enchape de oro. Lo consentía, lo besaba, lo exhibía y bastante le costaba desprenderse de él. El capitán y su galardón de vencedor reflejaban una imagen sempiterna en la retina de los ingleses.

El mundo del fútbol con dificultad olvida las grandes gestas y a sus figuras, pero con mayor puntualidad y cabalidad, recuerda las calamidades, vergüenzas y bochornos que este deporte deja.

En vísperas de la siguiente Copa del Mundo en México 1970, Inglaterra se trasladó a Bogotá para iniciar su preparación. Dicho lugar se escogió estratégicamente, teniendo en cuenta la similitud entre la capital colombiana y varias ciudades de México con respecto a las condiciones de altura. Bajo las ordenes del director técnico, Sir Alf Ramsey, la camada de leones ingleses donde relucían Bobby Moore y Bobby Charlton se ubicaron en un lujoso hotel de la ciudad, donde acudían cientos de fanáticos colombianos con ánimo de ver a las estrellas.

Los inquietos Moore y Charlton andaban siempre por los pasillos y corredores del hotel buscando quehacer. Fue entonces cuando se acercaron a la joyería del lugar con aparente deseo de curiosear las piedras preciosas. Permanecieron allí un breve tiempo y al cabo de un rato, con una media vuelta, se marcharon por donde entraron.

– ¡Fue Moore! Vi su expresión colorada y su mano entrar en uno de sus bolsillos- se oyó en forma de grito.

Un brazalete de cincuenta gramos de oro, engastado con doce esmeraldas y un mismo número de diamantes, desapareció de una de las estanterías. La vendedora con voz certera, acusó al futbolista de haber saqueado una de las vitrinas. Pronto, el dueño de la joyería y la policía, llegaron al lugar para resolver el drama. En mayor brevedad, el hotel se posó patas arriba. El escándalo era mayúsculo.

En la mañana del día siguiente Moore se levantó de su cama en Bogotá con una demanda penal. No obstante, se entrenó sereno en las canchas de la ciudad sin mayor preocupación.  La comitiva inglesa tenía previsto un viaje a Quito para continuar la gira de preparación, y bajo el mismo orden, así lo hicieron. Con un campante Moore incluido abordo, se despidieron de Colombia.

Inglaterra culminó su preparación en Quito y llegó el momento para los de Alf Ramsey de salir rumbo a México en busca de su segunda Copa del Mundo. Pero antes, quedaba un asunto pendiente. El vuelo que los transportaba de Quito a Ciudad de México se detuvo por escala en Bogotá. Y como si de uno de los mejores operativos ejecutados por la policía colombiana se tratase; Moore fue detenido y arrestado por la justicia colombiana y llevado a declarar por el delito de hurto. El resto de sus compañeros y cuerpo técnico, sin poder impedirlo, continuaron su derrotero.

El hecho alcanzó el limite de lo penoso. El entonces Primer Ministro de Inglaterra, Harold Wilson, tuvo que intervenir y clamar a las autoridades colombianas ubicar el caso en la situación “menos incomoda”. Mientras que en la embajada de Colombia ubicada en Londres, una turba de ingleses rabiosos hacían sentir su desagrado con revueltas y manifestaciones.

Bajo la insistencia y manipulación de los mandatarios británicos, Moore fue liberado después de cumplir cinco días bajo arresto y viajó de inmediato a México, donde se reencontró con sus compañeros.

Inglaterra participó en México sin pena ni gloria. Logrando en aquella Copa del Mundo una única victoria. La cual les alcanzó para llegar hasta cuartos de final donde quedaron eliminados después de enfrentarse a Alemania. Para muchos fanáticos, la presentación de los vigentes campeones fue pobre y decepcionante, dejando como mayor punto de agitación, la odisea de Moore por Bogotá.

Finalmente, el paradero del valioso brazalete nunca se dio a conocer. Unos acusaron a la vendedora de robarse la joya, señalándola de haberse ingeniando un plan maestro donde culpaba al inglés. Otros, defendieron que el propietario de la joyería disfrazó un crimen falso para darle publicidad a su local. Existían quienes aseguraban que todo fue orquestado por selecciones rivales que buscaban desmoronar el vestuario británico. Y sin duda, muchos otros no dudan hasta el día de hoy, en la culpabilidad del capitán, Bobby Moore.

 

Diego Hernández Losada.

@diegoh94