Usted ha amanecido hoy con resaca y eso poco o nada ha entorpecido la sonrisa que lleva pintada desde hace casi 24 horas. Colombia es causa y consecuencia.

Quirúrgico. Permítame hacer uso de este término. El más correcto, el más oportuno para resumir lo de Colombia contra Polonia. Domingo al mediodía, la Selección Colombia agarró el bisturí y empezó a coser la herida que nos dejaron los japoneses hace una semana. José Néstor Pekerman, el cirujano retirado, desempolvó sus libros de estudio y recordó la mejor manera de parar a sus enfermeros para empezar a tejer los puntos sobre la cortada.

¡Tres puntos, muchachos. Necesitamos tres puntos!

Eran los once en cancha que todos queríamos ver y pocos se atrevían a pedir. La dupla de Davinson y Mina en la zaga defensiva; el viejo zorro de Abel Aguilar en la mitad como en Brasil; a James de entrada acompañado de su amigo Juanfer; y al bueno de Falcao. Siempre Falcao.

Fue uno de esos días en los que todo te sale bien. De esos en los que pisas mal y resulta aún mejor. Donde se encuentra fortuna en un infortunio. Donde Aguilar después de quedar tendido en el piso y dirigirse al banco con un: «me rompí, no puedo más», resulta siendo solución antes que problema. Porque ahí, justo ahí cuando entra Mateus Uribe, se termina de oir el click al engranarse el esquema perfecto para llegar al cometido.

Después de esto, llega lo que ya todos vimos y hemos revivido en los resúmenes deportivos, en los diarios y en los ecos de las conversaciones triviales de un Domingo de Padres redondo.

Colombia se corrigió en todas sus líneas. La defensa además de cumplir con su premisa de amparar el arco de David Ospina, pasó al ataque y se le premió con gol. El medio campo fue eficaz recuperando y excelso generando. Cuadrado, el negrito de Necoclí, el de los pelos crespos y los pies danzarines. Un Juan Guillermo Cuadrado como el de ayer, dámelo siempre en la Selección. Con las gambetas justas, ni una más ni una menos. Con la zancada perfecta, no muy corta ni muy larga. Con los pases sin mirar y rematando a gol.

Por último, en la delantera se encontró el desenlace de un guión de cine perfecto con Falcao haciendo pedazos los cuatro años en vilo. Los partidarios del Tigre, los opositores, el árbitro, el recoge bolas, los del staff y, habría que imaginarse también Lewandowski, descargando un suspiro de: ¡Por fin, Dios mío. Por fin!

Al final, tres goles, tres puntos. Herida cerrada, pero no sanada. La pomadita ha servido para aliviar. Pero el jueves, recordemos, tenemos de nuevo intervención. Hasta entonces.

 

Diego Hernández Losada

Tw: @diegoh94