Una lectora que se define a sí misma como «adicta a ver las faltas de ortografía» me dio el otro día un tirón de orejas porque leyó el pronombre ‘aquellos’ sin tilde en la página que Lavadora de textos tiene en Facebook. Con toda su buena intención, esta mujer me regañó amablemente, pues, según sus propias palabras, pensaba que en nuestra Lavadora «cuidaban esto» (o sea, la escritura sin faltas de ortografía). Lo cierto es que sí que cuidamos esto. Tanto lo cuidamos que, guiados por el sentido común y por las recomendaciones ortográficas de los gramáticos, escribimos sin tilde los pronombres ‘este’, ‘ese’ y ‘aquel’ y también sus femeninos y sus plurales. Hay que tener cuidado con las adicciones -aunque sean figuradas-, porque el síndrome de abstinencia puede llevar a más de uno a buscar la dosis en el sitio equivocado.

Tengo que decir que agradezco a la lectora su tirón de orejas, por injustificado que fuera, pues el fin de este blog y de su correspondiente página en Facebook es precisamente sumar adictos a la buena escritura y tratar de ayudar a quienes, como ella, aman la lengua española a pesar de no conocer todas sus reglas (en realidad nadie las conoce en su totalidad). Por otra parte, también debo aclarar que el texto en el que aparece la supuesta falta de ortografía no es mío, sino de Antonio Muñoz Molina. Se trata de un artículo en el que el andaluz alaba la función de los correctores, y esa fue la razón por la que lo enlacé a la página de Facebook.

Esto es lo que decía el escritor: «Siempre me asombra la fuerza de la mala fe española: la decisión de creer lo peor acerca de aquellos a los que se detesta…». ¿Hizo lo correcto Muñoz Molina (que, por cierto, es académico de la lengua) al escribir la palabra ‘aquellos’ sin tilde? Por supuesto.

La tilde diacrítica se emplea para dar a una palabra un «valor distintivo», según el diccionario de la Real Academia Española. O sea, se trata de una tilde que no sigue las reglas de acentuación y que sirve para que un vocablo signifique algo diferente a lo que significaría si no la tuviera. Por ejemplo, el pronombre personal ‘te’ no lleva acento gráfico, pero el nombre ‘té’, con el que designamos esa planta que tanto gusta a los ingleses, sí lo lleva. Esa tilde se salta a la torera las normas ortográficas, pero nos viene bien porque con ella podemos distinguir (de ahí el término ‘diacrítico’).

Lo mismo ocurría hasta hace un tiempo con los demostrativos ‘este’, ‘ese’ y ‘aquel’ (y con sus femeninos y sus plurales): cuando funcionaban como pronombres se les ponía tilde para diferenciarlos de los determinantes. Por eso a todos nos parecía bien escribir cosas como ‘Esta casa me gusta’ y ‘Ésta me gusta’.

Pero ahí fallaba algo: las parejas de palabras que se diferencian entre sí por una tilde diacrítica tienen la característica de que la que lleva tilde se pronuncia como tónica y la que no la lleva es átona (en la frase ‘Siempre te ha gustado el té’, la palabra ‘te’ es átona y la palabra ‘té’ es tónica). Y esa regla no se cumple en el caso que nos ocupa, pues tanto los pronombres como los determinantes son tónicos. Dicho de otra forma, al hablar pronunciamos ambas voces de manera idéntica: ‘ÉSta me gusta’, ‘ESta casa me gusta’. Eso llevó en su día a los gramáticos a concluir que no resultaba apropiado emplear tildes diacríticas en los pronombres demostrativos.

A pesar de ello, «las reglas ortográficas venían prescribiendo el uso diacrítico de la tilde […] cuando en un mismo enunciado eran posibles ambas interpretaciones [o sea, cuando no quedaba claro si la palabra era un determinante o un pronombre]», indica la RAE en su Ortografía de la lengua española de 2010 (Espasa), que pone estos dos ejemplos: ‘¿Por qué compraron aquellos libros usados?’, ‘¿Por qué compraron aquéllos libros usados?’. En la segunda oración, la palabra ‘aquéllos’ hace referencia a unas personas, las personas que compraron los libros.

Queda claro, pues, que la tilde diacrítica solo se empleaba últimamente en aquellos contextos en los que su ausencia podía llevar a confusión, que son muy pocos. Pero en 2010 la RAE y el resto de las academias de la lengua española dieron un paso más en su intención de acabar con estos acentos: basándose en lo que hemos contado de la ausencia de contraposición entre pronunciación tónica y átona, la nueva Ortografía dice que «a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde […] incluso en casos de doble interpretación».

Este uso irregular de la tilde diacrítica ya lo había comentado hace años Manuel Seco en su Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española (Espasa). Decía el gramático: «… esta acentuación, que no tiene ninguna justificación fonética ni semántica como diferenciación respecto al adjetivo, y sí estrictamente gramatical, es innecesaria y ha dejado de ser obligatoria».

En todo caso, y como hemos visto, ni la Ortografía académica ni Manuel Seco dicen que haya que eliminar las tildes cuando los demostrativos funcionan como pronombres (eso sí, jamás han llevado acento las formas neutras ‘esto’, ‘eso’ y ‘aquello’, pues siempre son pronombres). Simplemente nos explican que no tienen sentido y nos recomiendan no escribirlas nunca. Y Antonio Muñoz Molina, muy sabiamente, les ha hecho caso. Espero que a partir de hoy también lo haga la estimada lectora cuya adicción me ha llevado a redactar este artículo.

Ramón Alemán
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