Un amigo me preguntó hace un tiempo por qué tengo tantos diccionarios en mi casa. «¿No te sirve Internet?», se atrevió a decirme el muy condenado. Traté de explicarle lo necesarios que son esos libros para un corrector de textos y le hice saber que hay dudas lingüísticas cuyas soluciones están infinitamente mejor expuestas en un manual que en la Red. Yo sé, por ejemplo, que las preposiciones que hacen buenas migas con el adjetivo ‘feliz’ son ‘con’ (‘Soy feliz con mi nueva bicicleta’), ‘de’ (‘Se siente feliz de que la quieran’) y ‘por’ (‘Juan está feliz por haberlo logrado’). Y lo sé porque lo leí en el Diccionario de uso de las preposiciones españolas (Espasa), de Emile Slager. ¿Podría haber encontrado en una página web una respuesta tan completa como la que me dio este españolísimo neerlandés? No lo creo. Y aunque así fuera, Internet es incapaz de ofrecerme dos de los regalos que siempre recibo de cualquier libro: tacto y olor. Bendita sea, pues, mi colección de diccionarios.
No deja de ser cierto que un manual de consulta como el que acabo de citar no es imprescindible en cualquier casa, pero sí es una herramienta tremendamente eficaz para correctores, periodistas, escritores, traductores y todo aquel que presuma sin rubor de ser un friqui del buen uso de nuestro idioma. Y hablando de traductores, antes de empezar a escribir este artículo me di un paseo por Internet para saber qué se dice por ahí de la estupenda obra de Emile Slager y me encontré con un mandamiento que reza así: «Amarás a los diccionarios sobre todos los libros». Lo leí en la página web La Linterna del Traductor y me dio por pensar que esa habría sido una buena respuesta para la temeraria pregunta de mi amigo.
A ustedes les puede resultar chocante que un diccionario como este haya sido escrito por un neerlandés, y por eso no está de más que les copie aquí lo que dice el gramático Manuel Seco, de la Real Academia Española, acerca de su autor, al que retrata como «un hispanista de solera». Esto es lo que escribe Seco, a modo de presentación, en las primeras páginas de tan fantástica obra: «La ha escrito desde una experiencia particularmente valiosa: procede de una lengua distinta del español y conoce, por haberlos vivido en su momento, los escollos que hay que esquivar para no perderse en los recovecos sintácticos de nuestro idioma».
Efectivamente, el autor -licenciado en filología hispánica y experto traductor del español al neerlandés- seguramente tropezó con los desconcertantes misterios de nuestra lengua desde el mismo momento en que se enamoró de ella, y quién mejor que un neófito para desentrañarlos… y explicarlos. Fue tal vez su condición de asombrado visitante de la lengua española lo que lo llevó a dedicar años y años a anotar, con constancia de obrera hormiguita, su sorpresa ante fenómenos tan normales para nosotros como el hecho de que la palabra ‘miedo’ puede ir seguida de las preposiciones ‘a’, ‘ante’, ‘de’ y ‘hacia’.
Esas anotaciones se convirtieron en el Diccionario de uso de las preposiciones españolas, un trabajo minucioso y práctico en el que el autor se tomó la molestia de ilustrar cada entrada con ejemplos de uso extraídos de la prensa y de obras literarias. Gracias a él, hoy tenemos un informe monumental, detectivesco y apasionado sobre las preposiciones, de las que mi colega Amelia Padilla, correctora de textos, dice que «son muy suyas».
¿Y qué es eso de ser muy suyas? Si no me equivoco, al decir tal cosa Amelia está opinando lo mismo que Manuel Seco: en la presentación del diccionario de Slager, el académico nos recuerda que estas modestas palabritas simulan ser insignificantes en medio de tanto adjetivo, sustantivo, verbo y adverbio, pero en realidad saben que son esenciales para la eficacia de nuestra lengua. Por eso a veces nos desconciertan. Y por eso yo, que ya llevo unos cuantos años enganchado al raciocinio magistral de Manuel Seco, no tengo otro remedio que elogiar, como hace él, este bendito diccionario tocable y odorable.
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