Dice el dicho que ancha es Castilla, territorio donde nació nuestro idioma, pero lo cierto es que más anchos son Perú, Argentina, Venezuela, Colombia y Bolivia, por ejemplo. Y qué decir de la longitud: la América hispanohablante se estira más allá de México por el norte y le hace cosquillitas a la Antártida por el sur. Resulta sorprendente, por tanto, que algunos españoles todavía crean que su forma de hablar es la que debe marcar la norma. Uno de ellos decía en un foro de Internet que emplear el verbo ‘regalar’ con el sentido de ‘dar’ o ‘traer’, como se hace en Colombia, es un «esperpento» y un síntoma «de baja cultura». Pobre hombre… Yo creía que una muestra de poca cultura es rechazar sin más lo desconocido.

Pero esta persona no es la única que piensa así: una profesora de lengua, ambas españolas –la profesora y la lengua–, a la que le comenté hace un tiempo que en mi condición de canario no uso el pronombre personal ‘vosotros’, sino ‘ustedes’, aunque me esté dirigiendo a mis hermanos, ni soy muy amigo del pretérito perfecto compuesto (no suelo decir ‘Ya ha venido Juan’, sino ‘Ya vino Juan’), me contestó que así estaba «empobreciendo la lengua», a lo que yo repuse que, en tal caso, cientos de millones de hispanohablantes lo hacemos cada día, y la cifra no deja de crecer. En realidad, la riqueza de la que ella me hablaba es actualmente patrimonio de una modesta minoría…

Ya lo dije aquí hace tiempo: pretender poner de acuerdo a más de cuatrocientos millones de personas acerca de cómo usar correctamente nuestra lengua es una empresa imposible, además de un acto de arrogancia por parte de aquel que se atreva a creer que su forma de hablar y de escribir es la única correcta. El español es un idioma tan ancho como Castilla, tan largo como América y tan alto como la diversidad cultural de todos los países en los que se habla, por eso ayer decidí comprar por fin un libro al que le había echado el ojo hace tiempo: el Diccionario de americanismos (Santillana), de la Asociación de Academias de la Lengua Española.

Ahora veremos el diccionario, pero antes quiero cerrar el asunto anterior: si aquel señor del foro de Internet y la profesora de lengua piensan que la variedad de español que debemos adoptar como común es la de Castilla por ser la cuna de nuestro idioma, creo que se van a llevar una decepción cuando escuchen lo que les voy a contar. El lingüista andaluz Luis Carlos Díaz Salgado señala lo siguiente en un artículo titulado «Historia crítica y rosa de la Real Academia Española», publicado en el libro El dardo en la Academia (Editorial Melusina): «… si por común entendemos aquello que es más general en el mundo hispano, el canario, por su cercanía con las variedades americanas, es el más común de los dialectos españoles, mientras que el castellano […] es una verdadera excepción». ¿Cómo se quedaron? (o ¿cómo os quedasteis?). Yo, henchido de orgullo y satisfacción, como diría nuestro campechano monarca.

Hablemos del Diccionario de americanismos. La primera palabra que busqué fue precisamente el verbo ‘regalar’, del que sabía que en Colombia se hace un uso muy particular desde que una amiga de ese país me dijo hace años, en medio de un almuerzo: «¿Me regalas un poco de agua?». A diferencia de aquel señor español, yo no pensé que mi amiga fuera inculta; más bien al contrario: llegué a la conclusión de que nuestro idioma es tan mágico y poderoso que me empequeñece. Muy incorrecto no debe de ser este uso cuando el diccionario que compré ayer le concede el honor de describirlo: no solo en Colombia, sino también en Guatemala, el verbo ‘regalar’ significa, entre otras cosas, ‘servir o traer algo que otra persona pide’.

Este enorme libro también me está permitiendo comprobar nuevamente que mi forma de hablar, la canaria, es tan pero tan americana que muchos términos que son a la vez míos y del continente hermano quedan registrados en el manual como exclusivos del Nuevo Mundo, y este es el único reproche que le puedo hacer hasta el momento a la obra recién adquirida.

Así, me estoy encontrando con voces que en estas islas usamos a diario y que, aunque el diccionario de la Real Academia Española las recoge, no siempre incluye para ellas los significados canarios y trasatlánticos. Son, en todo caso, palabras que les sonarían raras a un madrileño, a un catalán o a un cántabro: ‘gofio’ (el alimento por excelencia de los canarios masacrados por los españoles hace cinco siglos), ‘guagua’ (autobús), ‘novelero’ (persona curiosa e inquieta), ‘pibe’ (muchacho), ‘cachetón’ (bofetada), ‘tibor’ (orinal –esta ya no se usa tanto, igual que el objeto que lleva ese nombre–), ‘guanajo’ (persona tonta), ‘aguachento’ (alimento que tiene demasiada agua), ‘tolete’ (persona torpe), ‘entongar’ (hacer pilas de cosas) ‘godo’ (español o relativo a España)…

Ya me han dicho que el Diccionario de americanismos tiene sus limitaciones. Es normal: ¿cómo registrar en un solo libro –por gordo que sea– la caleidoscópica riqueza de un idioma que encontró en América su particular tierra prometida? También se puede criticar el concepto de ‘americanismo’ entendido como una desviación más o menos pintoresca de la lengua pura, que sería –Dios nos libre de purezas– la hablada en España. Y un conocido de las redes sociales, mexicano y traductor, me recordaba hoy mismo que «el español es mayoritariamente americano». Tiene razón: tal vez sería más apropiado hacer un diccionario de españolismos, y al decir ‘españolismo’ no me refiero al ‘giro o modo de hablar propio y privativo de la lengua española’, que es la definición que tiene la RAE para esta palabra, sino al léxico de los españoles, concretamente los de la península Ibérica y las islas Baleares.

Por muchos fallos que pueda tener este manual, mi Lavadora de textos estaba coja sin un catálogo de más de 2300 páginas que en pocas horas me ha regalado (y aquí estoy usando la acepción más convencional de este verbo, pero también la colombiana) voces tan fantásticas como un adjetivo que se podría aplicar al esperpéntico comentario del español fundamentalista del que hablábamos al principio. El adjetivo es ‘escupible’: feo, ridículo, grotesco.

Ramón Alemán

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