En español hay casi tantas frases hechas como comentarios sobre ellas, sobre su origen y sobre lo correcto o incorrecto de usarlas. Hay guardianes de nuestro idioma que se muestran inflexibles a la hora de condenar por absurdas ciertas locuciones y, sin dar su brazo a torcer, ven como la lengua salta sobre ellos a paso vertiginoso mientras se dicen, melancólicos, aquello de «¡Dónde iremos a parar!». Otros, por el contrario, caminan con los tiempos y, con naturalidad y argumentos, consideran totalmente aceptables las mismas frases que otros no toleran. Víctima y protegida de unos y de otros es la expresión ‘a punta de pistola’, que los puristas rechazan porque, dicen, una pistola no tiene punta. ¿Y qué? Tampoco le damos un pie a nadie cuando decimos ‘dar pie’.

‘A punta de pistola’ es una locución maldita. Fernando Lázaro Carreter ya dio buena cuenta de ella en su colección de artículos El dardo en la palabra (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores) y dijo que lo correcto es ‘pistola en mano’. En su línea un tanto intransigente y altiva, el filólogo aragonés afirmaba: «Así se dijo siempre, hasta que la reciente parla informativa ha impuesto la innoble sandez de a punta de pistola, tan seductora para muchos». Yo mismo, que en mis tiempos de corrector de prensa era mucho más talibán que en la actualidad, me permití la ligereza de condenar este uso cuando mis compañeros de sucesos recurrían a él en sus noticias.

Mi razonamiento, asumido de tanto escucharlo, era el mismo que el de Lázaro Carreter: las pistolas no tienen punta; por lo tanto, queda prohibido emplear esa expresión. Pero como resulta que una cosa son las prohibiciones y otra muy distinta son las voces de la calle, nos encontramos con que actualmente –veintiún años después del dardo de Carreter– esta locución aparece casi diez millones de veces si la buscamos en Google. ¿Es Google un buen espía de los usos de nuestro idioma? Sin duda, sí. También la vemos en el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA), de la Real Academia Española, un banco de datos con millones de textos que pretende ser «representativo del estado actual de la lengua», según la propia RAE.

Por otra parte, ¿cómo es eso de que no podamos decir ‘a punta de pistola’ pero sí ‘apuntar con una pistola’? Bueno, el diccionario de la RAE señala que ‘apuntar’ es –entre otras cosas– ‘asestar’, y ‘asestar’ es ‘dirigir un arma hacia el objeto que se quiere amenazar u ofender con ella’, así que no tengo demasiados argumentos en este caso. Pero no es menos cierto que el mismo diccionario dice que ‘punta’ puede ser el ‘extremo de algo’ («En una punta de la ciudad enfrenta a la policía y salva del desalojo a unos muertos de hambre; en la otra punta, al mismo tiempo, encabeza una manifestación por los derechos de la mujer…», Eduardo Galeano en El libro de los abrazos). Y es precisamente con el extremo de una pistola con el que los malos de la película apuntan a sus víctimas. Por lo tanto, cuando amedrentan a los buenos, lo hacen a punta de pistola, aunque esa punta no sea afilada.

No los he convencido, ¿verdad? Bien, pues escuchemos al lexicógrafo José Martínez de Sousa. Vayamos antes que nada a una entrada de su Diccionario de usos y dudas del español actual (Ediciones Trea) que no tiene nada que ver con las pistolas. Sobre la expresión ‘en olor de multitud’ opina Sousa lo siguiente: «Esta expresión ha sido traída y llevada por tirios y troyanos, generalmente para condenarla después de un superficial análisis de sus componentes. Si nos atenemos a lo que expresan las palabras, se trata, en efecto, de un disparate. Si todo el lenguaje se analizara de la misma forma simplista, frases como a tontas y a locas, alma de cántaro, no dar una sed de agua y tantas otras no podrían usarse».

Evidentemente, con todo esto nos quiere decir Sousa que, desde su punto de vista, la expresión ‘en olor de multitud’ es admisible, y lo es por muy absurda que pueda parecer si nos ponemos a diseccionarla con bisturí de gramático. Lo mismo ocurre, como señalaba yo al principio, con la locución ‘dar pie’, y hay muchas más que, leídas con detenimiento, resultan estrambóticas y no por ello dejamos de usarlas: no ser algo ‘del otro jueves’, ‘partirse el pecho’, ‘abrir el corazón’ a alguien, ser algo ‘de aquí te espero’, ‘por ahí te pudras’, ‘robar el corazón’, tener algo ‘en el punto de mira’, estar ‘hasta el culo’, llorar ‘a lágrima viva’, estar algo ‘bajo siete llaves’… Todas estas expresiones las he sacado del Diccionario fraseológico documentado del español actual (Aguilar), del académico Manuel Seco.

Por lo tanto, ¿que no tiene punta una pistola? Bueno, tampoco guardamos las cosas bajo (¿bajo?) siete llaves, sino que las metemos, por ejemplo, en una caja fuerte. Y si en tiempos pasados las cosas de valor se protegían con la llave de un candado o de una puerta, no olvidemos que antes de que los malos apuntaran con pistolas lo hacían con navajas, que sí tienen punta. El propio Lázaro Carreter dice esto en el artículo antes citado: «La convivencia de las armas blancas con las posteriores de fuego, [esta coma, incorrecta, es del ilustre filólogo] determinó que ciertas formaciones lingüísticas anejas a aquellas pasaran a éstas [el sorprendente criterio de tildar el segundo pronombre y no el primero también es cosa de don Fernando]», y recuerda que sí son normales frases como ‘a punta de lanza’ y ‘a punta de navaja’.

Volvamos ahora al Diccionario de usos de Sousa. En la entrada ‘a punta de pistola’, el lexicógrafo acepta en principio que se trata de una impropiedad que podríamos sustituir por ‘pistola en mano’, pero un poco más abajo dice: «Sin embargo, la frase debería considerarse correcta, ya que, en sentido figurado, que es como se usa, el cañón de la pistola tiene punta, ‘extremo de una cosa’».

Mi conclusión de todo lo anterior es que, tenga o no tenga punta la pistola –que parece que sí la tiene–, no debemos condenar una locución que, por muy ilógica que resulte, todo el mundo entiende y es menos disparatada que otras que aceptamos con total naturalidad. Y no soy yo (ni Sousa) el único que pide compasión para esta frase. También lo hace el Diccionario de uso del español (Gredos), de María Moliner, en el que podemos leer que «se aplica a la acción perpetrada apuntando con una pistola». Ay, cuántas Molineres hacen falta en este mundo… Por cierto, algún día hablaremos de los plurales de los apellidos. Pero será cuando tengamos tiempo; no me pongan una pistola en el pecho.

Ramón Alemán

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