Alfonso González Jerez, periodista, amigo y malabarista de la palabra, comenzó hace más de veinte años a escribir una columna diaria en la prensa tinerfeña y eligió como epígrafe fijo para esa sección una frase descomunal: «Retiro lo escrito». A decir verdad, y según reconoce el propio Alfonso, la frase no era suya, sino del escritor Juan Antonio Masoliver Ródenas. Hoy yo no tengo más remedio que plagiar a ambos para apropiarme de esa oración y decir aquí que retiro lo escrito. Lo escrito ayer en Facebook y en Twitter, donde afirmé, de manera precipitada, que el adjetivo ‘resiliente’ está de más en nuestra lengua y podemos sustituirlo por ‘resistente’.
Voy a empezar por el principio. Leí ayer en la prensa una noticia que decía que Santa Cruz de Tenerife tiene la intención de pedir a la ONU ser declarada «ciudad resiliente». Si bien el contexto me permitía deducir que se estaba hablando de la capacidad del municipio para hacer frente a situaciones de emergencia, me pareció del todo innecesario recurrir a un término que, de momento, tiene un uso restringido a ciertos ámbitos de carácter más bien técnico. De hecho, hay que decir que la palabreja de marras no aparece en ninguno de los muchos diccionarios que uso a diario.
Sí encontré, en cambio, el adjetivo ‘resilient’ en uno de mis diccionarios de inglés-español, y las traducciones que me dio son ‘resistente’, ‘fuerte’ y ‘elástico’. Fue entonces cuando todo se empezó a torcer: convencido de que había detectado un caso de préstamo (préstamo del inglés, en este caso) de esos que tanto gustan a políticos y técnicos para darles innecesario realce a sus textos, me apresuré –sin encomendarme a Dios ni al diablo– a censurar este uso y a proponer que quien tuviera la tentación de emplearlo lo sustituyera por ‘resistente’.
Por si fuera poco, me tomé la molestia de etiquetar en Twitter al concejal de Seguridad Ciudadana del Ayuntamiento de Santa Cruz, José Alberto Díaz-Estébanez, para que le quedara constancia de mi tirón de orejas, pero, lejos de amilanarse, el edil –que además de político es periodista– me respondió que la ‘resiliencia’ es «no sólo [la tilde no es mía] capacidad de resistencia, sino de recuperación e incluso de salir fortalecido». Otros tuiteros también intervinieron en el debate para advertirme, entre otras cosas, que «a veces, ‘resilience’ se refiere a la capacidad para reconstruir lo destruido, aunque no quede nada». De tal manera que quienes hablan de algo ‘resiliente’ no están hablando exactamente de algo que es resistente, sino que añaden otras ideas…
Efectivamente, una cosa es resistir a algo y otra muy distinta es ser vencido por ese algo y, a pesar de ello, tener fuerzas para volver a levantarse. ¿Es eso lo que hacen los resilientes? Parece que sí. Además, he de decir que, aunque no encontré la palabra ‘resiliente’ en ningún diccionario, sí que me tropecé, en una segunda búsqueda y cuando mi error empezaba a atormentarme, con la voz ‘resiliencia’: el diccionario en línea de la Real Academia Española (www.rae.es) lo recoge como sustantivo que será incluido en la vigésima tercera edición de esta obra, que será publicada el próximo mes de octubre.
¿Cómo define la Academia este sustantivo? Pues dice que en el ámbito de la psicología se emplea para hablar de la ‘capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas’ y en el campo de la mecánica sirve para referirnos a la ‘capacidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación’. Como ustedes podrán comprobar, ninguna de las dos acepciones se puede aplicar en sentido estricto a una ciudad, pues ni es un ser humano ni es material elástico, pero no es menos cierto que en más de una ocasión hemos hablado aquí del gran poder que tienen en nuestro idioma los sentidos figurados, esos con los que podemos entendernos aunque saquemos una palabra de su significado literal para llevarla a otro plano.
Dicho esto, podemos preguntarnos lo siguiente: si una ciudad tiene capacidad para asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas, si una ciudad es –figuradamente– elástica hasta el punto de que puede volver a su estado original después de haber recibido un fuerte golpe con forma de incendio devastador, inclemente huracán o catástrofe química, ¿esa ciudad dispone de resiliencia? Sí. Por lo tanto, ¿es una ciudad resiliente? Por supuesto. Casualmente, ayer tuve una conversación telefónica con un lexicógrafo ilustrísimo y de contrastada pericia –no diré su nombre porque la charla fue totalmente informal– y el hombre estuvo de acuerdo con los términos de mi humilde retractación.
De esta manera, no me duelen prendas en retirar lo escrito ayer para afirmar rotundamente que no es lo mismo ‘resistente’ que ‘resiliente’, un préstamo que, en honor a la verdad, enriquece nuestro idioma al convertir en letras una idea para la que no teníamos hasta ahora nada a lo que agarrarnos.