Hace unos días se puso en contacto conmigo una amiga para ver si le podía echar una mano con una discusión lingüística que mantenía con su jefe. Ella sabía que tenía razón, pero no encontraba un argumento convincente, así que me envió unos cuantos mensajes para exponerme la cuestión. Resulta que el jefe, al que llamaremos Juan, le dijo lo siguiente a mi amiga, a la que llamaremos María: «He llamado a Lucía, debe de estar reunida. La escribo». María advirtió a Juan del laísmo en el que había incurrido en esa oración y este le contestó que ahí no había laísmo, puesto que, según él, «no hay otro complemento directo». ¿Tenía razón Juan? Para nada. Ahí sí hay un complemento directo –que no es ‘Lucía’–, pero está escondido. Absolutamente escondido.

El razonamiento de Juan, que no se sostiene desde el punto de vista gramatical, tiene, no obstante, cierto sentido (muy poco, eso sí): él sabía que el verbo ‘escribir’ es transitivo, así que daba por sentado que por alguna parte tenía que haber un complemento directo. Efectivamente, cuando escribimos, siempre escribimos algo, y ese algo es el complemento directo. Lo mismo ocurre con todos los verbos transitivos: siempre compramos algo, traemos algo, escondemos algo, deseamos algo

Si aceptamos el argumento esgrimido por Juan, tal vez no habría tenido problema alguno si hubiera dicho que le iba a escribir ‘un mensaje’ a la muchacha, pero, al no ser así y no encontrar por ningún lado un complemento directo, supuso que tenía que ser ‘Lucía’, cuando en realidad ese nombre propio es el complemento indirecto y, por lo tanto, le corresponde el pronombre ‘le’, y no ‘la’, que es el que usamos para un complemento directo femenino. Al usar el segundo de esos pronombres para un complemento indirecto, Juan incurrió, como acertadamente le dijo María, en esa incorrección llamada laísmo.

Pero ¿cuál es el complemento directo de ‘escribir’ en la frase que estamos analizando? ¿Es posible que en una oración tengamos un verbo transitivo y no veamos ni por casualidad el complemento directo? Por supuesto, y eso es lo que ocurre en este caso: resulta que en la oración de marras, el verbo ‘escribir’ está funcionando como absoluto. Para entender de qué estamos hablando, vayamos a la Nueva gramática de la lengua española (Espasa), de la Real Academia Española, que nos dice que los verbos «transitivos absolutos o usados de forma absoluta» son aquellos que tienen el complemento directo omitido en ciertas circunstancias; por ejemplo, cuando queda sobrentendido por un fenómeno llamado «recuperación léxica».

¿Y qué quiere decir eso de recuperación léxica? Pues que la información omitida –o sea, el complemento directo– se extrae «del significado mismo del verbo […] y de ciertos factores contextuales o discursivos», señala la Nueva gramática, que pone un ejemplo que nos viene como anillo al dedo, ya que en él aparece precisamente el verbo ‘escribir’. El ejemplo es este: «Deberías escribir más a menudo». Aquí el verbo ‘escribir’ está funcionando como absoluto y por eso el complemento directo está oculto, ya que en el contexto en el que ha sido empleada la oración no es necesario nombrarlo.

Por ejemplo, si yo tengo un amigo que escribe novelas y hace tres años que no publica nada, podría decirle ‘Deberías escribir más a menudo’, o sea, ‘Deberías escribir novelas más a menudo’. El complemento directo, que es ‘novelas’, está escondido, pero estoy seguro de que mi amigo me entendería. Exactamente lo mismo pasa en oraciones como ‘Yo siempre compro por la tarde’, ‘Pedro está leyendo’, ‘Las leonas cazan en grupo’ y ‘Lucía debe de estar reunida. Le escribo’: los cuatro verbos son transitivos y en ninguna de las frases es necesario añadir el complemento directo, porque se sobrentiende. «Estos verbos no dejan de ser transitivos en tales contextos, ni pasan a adquirir en ellos un nuevo significado», aclara la Nueva gramática.

Hay que decir en descargo de Juan que, según me cuenta María, es oriundo de Castilla, una región de España en la que el laísmo lo encontramos hasta en la sopa. María, por suerte para ella, es canaria. ¿Y qué?, dirán ustedes. Bueno, lean lo que dice el Diccionario panhispánico de dudas, de la RAE: «El laísmo […] comienza a fraguarse en la Castilla primitiva durante la Edad Media […], pero no consiguió extenderse a la variedad del castellano andaluz, por lo que no se trasladó al español atlántico (Canarias e Hispanoamérica). El área propiamente laísta se circunscribe básicamente a la zona central y noroccidental de Castilla». Por eso María, aun sin conocer la razón última y secreta de la advertencia que le hizo a Juan, estaba segura de que tenía razón. Absolutamente segura.

Ramón Alemán

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