Efectivamente, si el gerundio existe, será porque quienes lo inventaron (y lo hicieron sin darse cuenta) le encontraron alguna utilidad –así de funcionales son las lenguas–, pero también es verdad otra cosa que dice Moliner en el texto citado antes: «El manejo del gerundio es uno de los puntos delicados del uso del español; el abuso de él revela siempre pobreza de recursos y su uso en algunos casos es francamente incorrecto». ¿Cuáles son esos usos incorrectos? Bueno, comencemos por los correctos, que son unos cuantos, aunque aquí solo citaremos los más habituales.
La Nueva gramática de la lengua española (Espasa), de la Real Academia Española, ofrece una larga lista de usos correctos del gerundio. Veamos algunos: tenemos el perifrástico (‘Estoy trabajando’), el predicativo (‘Me lo dijo sonriendo’), el adjunto (‘Esto se arregla comprando un coche nuevo’), el absoluto (‘Viendo que era sincero, Juan se reconcilió con su hijo’), el ilocutivo (‘Hablando de la hora, ¿no crees que deberías marcharte ya?’)… No existe razón alguna para censurar estos gerundios y, de hecho, quien pretenda sustituirlos por otras fórmulas lo va a tener muy complicado.
En cuanto a los usos incorrectos, las cacerías gramaticales han tenido casi siempre como presas dos tipos de gerundio, denominados especificativo y de posterioridad. Sobre el primero, señala Manuel Seco en su Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española (Espasa) que «no es normal» su uso en nuestro idioma. Por ejemplo, en lugar de decir ‘En la clase hay tres alumnos llamándose igual’ debemos decir ‘En la clase hay tres alumnos que se llaman igual’.
Y ahora vamos con el de posterioridad. Este es, sin duda, el gerundio de la discordia, y no solo en la actualidad: gramáticos de renombre ya lo analizaron con lupa hace muchísimos años y, aunque por lo general ha sido humillado, maltratado y denostado, también ha tenido defensores, como el filólogo venezolano Ángel Rosenblat, quien, en un artículo publicado en 1975 y titulado «Curanderismo lingüístico. El terror al gerundio», lo elogiaba por su expresividad, y eso a pesar de que otro ilustre venezolano, el genial Andrés Bello, lo rechazaba, como recordaba el propio Rosenblat en este texto.
¿Qué es el gerundio de posterioridad? Es «la construcción en la que el gerundio indica una acción posterior a la del verbo principal del cual depende», según la definición que da José Martínez de Sousa en su Manual de estilo de la lengua española (Ediciones Trea). Por ejemplo, si yo digo ‘Carlos se enfadó durante el almuerzo, marchándose en cuanto se tomó el café’, me puede caer una bronca de agárrate y no te menees por parte de algún purista del lenguaje, puesto que el gerundio, por su naturaleza, no debería indicar una acción posterior a la del verbo principal, sino simultánea o, en algunos casos, inmediatamente anterior. Lo correcto, por tanto, sería decir ‘Carlos se enfadó durante el almuerzo y se marchó en cuanto se tomó el café’. ¿O no? Ahora lo veremos.
Rosenblat no es el único defensor del gerundio de posterioridad: Manuel Seco dice en su Diccionario de dudas que «contra el parecer de muchos gramáticos, […] no es incorrecto, siempre que esa posterioridad sea inmediata». Ahí parece coincidir con Rosenblat, que indica que en la oración ‘Salió de puntillas, cerrando la puerta sin hacer el menor ruido’ el gerundio «asocia las dos acciones, les da inmediatez, con lo que la frase adquiere más valor expresivo». Ahora bien, si la acción posterior no es inmediata, el gerundio no es admisible, según Seco. Por ejemplo, es mejor decir ‘Juan llegó a Madrid en 1990 y se trasladó a Barcelona diez años después’ que ‘Juan llegó a Madrid en 1990, trasladándose a Barcelona diez años después’.
Sin llegar a defenderlo vehementemente, María Moliner también justifica el uso del gerundio de posterioridad. Según esta autora, entre las dos acciones que quedan enlazadas en este tipo de oraciones existe «una interdependencia […] de naturaleza imprecisa y recíproca», razón por la cual «no parece justo condenar a rajatabla tales construcciones», aunque no se debe abusar de ellas. Por último, la Nueva gramática dice que «la anomalía de estas construcciones, documentadas ya en la lengua clásica, se atenúa cuando la posterioridad que se expresa es tan inmediata que casi se percibe como simultaneidad, y también cuando cabe pensar que el gerundio denota una relación causal, consecutiva o concesiva».
Dicho todo esto, concluyo con un mea culpa: ya señalé al principio de este artículo que desde hace años defiendo los usos correctos del gerundio, pero no es menos cierto que durante todo este tiempo también he formado parte de ese ejército de inquisidores que ha tachado sin piedad cientos y cientos de gerundios de posterioridad que expresaban claramente esa inmediatez o esa dependencia de la que se ha hablado más arriba. Hoy, y tras este enriquecedor recorrido por las palabras de Rosenblat, Seco, Moliner y la Academia, he decidido desertar de ese ejército –en el que, a decir verdad, me alisté sin mucho entusiasmo– y pido perdón a todos los gerundios agredidos y a sus autores.