A muchos de ustedes les podrá sorprender que le dediquemos tiempo y espacio en este blog a tratar el asunto que se plantea en el título del artículo que leen, pues para una cantidad considerable de hispanohablantes es una obviedad el hecho de que el pronombre ‘ti’ no lleva tilde. Sin embargo, tampoco es pequeño el número de personas que suelen cometer el error de añadirle a esta palabra una tilde totalmente innecesaria; por lo tanto, no está de más explicar aquí –aunque ya lo han hecho con anterioridad mejores plumas que la mía– por qué esta breve voz nunca lleva acento gráfico y, de paso, por qué tanta gente se lo pone.

Para empezar, digamos que en la lengua española no se atildan las palabras monosílabas, pues la función principal de las tildes es indicar en qué sílaba recae el acento prosódico –o sea, qué sílaba pronunciamos con más fuerza–, y es evidente que en una palabra monosílaba nunca tendremos esa duda. Pero… ¿de verdad nunca se escriben con tilde los monosílabos? Yo no sería tan categórico. Por supuesto que hay voces de una sola sílaba que llevan tilde; sin ir más lejos, se la ponemos a una de las más hermosas que ha parido nuestro idioma: el maravilloso adverbio ‘sí’.

Decía más arriba que el papel principal de las tildes es el prosódico, pero no es el único. Estos minúsculos trazos también cumplen una función diacrítica, o sea, sirven para diferenciar parejas de palabras (por lo general monosílabas) que, aunque idénticas, se pronuncian de manera diferente y pertenecen casi siempre a categorías gramaticales distintas. Así, cuando yo escribo ‘mi’ estoy ante un adjetivo posesivo, mientras que cuando escribo ‘mí’ lo que tengo delante es un pronombre personal. A la hora de pronunciarlos, el primero es átono y el segundo es tónico, y es precisamente la palabra tónica –en esa pareja y en cualquier otra en la que entre en juego la tilde diacrítica– la que se escribe con tilde. Si no les queda clara la diferencia entre el sonido tónico y el átono, prueben a leer en alto esta frase: ‘A me gusta mi casa’. Fíjense en que pronunciamos con más fuerza en la entonación (o sea, con acento prosódico) el pronombre ‘mí’ que el posesivo ‘mi’.

Hay que tener en cuenta que a la tilde diacrítica le traen sin cuidado las reglas generales de acentuación gráfica, de tal manera que, del mismo modo que se posa sobre el pronombre ‘mí’ para llevarle la contraria a esa ley que dice que «las palabras de una sola sílaba no se acentúan nunca gráficamente» (Ortografía de la lengua española, de la Real Academia Española [Espasa]), también aterriza en el adverbio interrogativo tónico ‘cuándo’, a pesar de que la ortografía, por lo general, no contempla tilde para las palabras llanas que terminan en vocal. Esto se hace para diferenciarlo del adverbio relativo ‘cuando’, que es átono: ‘¿Que cuándo saldré? Pues cuando termine de trabajar’ (aunque el relativo ‘cuando’ tenga una sílaba tónica, al pronunciarlo dentro de una oración pierde fuerza y queda como palabra átona, cosa que no ocurre con el interrogativo ‘cuándo’). Aclaremos que estas aparentes infracciones de las reglas generales han sido establecidas como válidas por el mismo legislador que dictó tales reglas: la Academia.

Hecho este inciso, volvamos a lo nuestro. Decía que el pronombre personal tónico ‘mí’ lleva tilde para diferenciarlo del posesivo ‘mi’, y esa es la razón por la que muchas personas –«por analogía», según el Diccionario panhispánico de dudas, de la RAE– suelen ponerle tilde a ‘ti’, ya que también es un pronombre personal y también es tónico. Pero ocurre que ‘ti’ no tiene ninguna pareja átona de la que haya que distinguirlo. Por lo tanto, al no ser necesaria la tilde diacrítica, y al tratarse de una palabra monosílaba, no hay ninguna razón para escribirla con acento gráfico.

Esta es la explicación. Ahora bien, ustedes pueden optar por otro camino para no cometer nunca más este error: la memoria. Igual que de pequeños se aprendieron al dedillo todas las preposiciones y las tablas de multiplicar, repitan en voz alta y hasta la saciedad «La palabra ‘ti’ nunca lleva tilde». Aunque, todo sea dicho, a la hora de recitar una y otra vez un mantra, yo personalmente preferiría saber por qué lo hago. Por eso soy corrector de textos y no monje budista.

Ramón Alemán

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