Hace un tiempo hablaba yo aquí del español como «una lengua imparable», un idioma que no deja de avanzar y de renovarse pese al talibanismo gramatical de unos pocos y la lentitud tortuguesca de la Real Academia Española. Eso lo decía a cuenta del empleo cada vez más extendido del verbo ‘incautar’ como transitivo: un simple ejemplo del triunfo del uso sobre la norma. Esa victoria del genio de la lengua frente a la ortodoxia se da también en los países americanos, que son los que llevan la voz cantante –por simple cuestión de peso– en cuanto al futuro de nuestro idioma. Por eso no es gratuito afirmar que, en lo que tiene que ver con el español, América se para. Y al decir que se para no estoy queriendo decir que se detiene, sino todo lo contrario: que se pone en pie. Para avanzar, por supuesto.

El gran filólogo venezolano Ángel Rosenblat decía en 1971 que «el habla culta de Hispanoamérica presenta una asombrosa unidad con la de España, una unidad sin duda mayor que la del inglés de los Estados Unidos o el portugués de Brasil con respecto a la antigua metrópoli». Esa es una gran verdad, pero no es menos cierto el inquietante desconocimiento que tienen algunos españoles sobre determinados usos que están extendidísimos en los países hispanohablantes de América. Y lo peor es que, ante esta ignorancia, algunos de esos españoles –pocos, afortunadamente– reaccionan con una altanería que los hace merecedores de ese adjetivo que tanto empleamos los canarios para referirnos a ese tipo concreto de habitantes de la España peninsular: ‘godo’.

Otros, por el contrario, son conscientes de que el español que se habla en España es patrimonio de apenas una décima parte del total de personas que compartimos tan hermoso idioma. Hoy tengo que hablar de uno de esos españoles, cuyo conocimiento de la lengua (al menos en lo que respecta al asunto que vamos a abordar) descubrí en Twitter, donde el caballero en cuestión sacó de su ignorancia a una joven compatriota que nunca había reparado en uno de esos maravillosos usos del español de América.

El señor del que les hablo aparece (menos de lo que se merece) en el programa En el aire, del canal de televisión español La Sexta, y se llama Roberto Enríquez, aunque se hace llamar Bob Pop. Este presentador me fascina por su elegante sentido del humor –entre británico y friqui– y por su cultura, entendida esta como el ‘conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico’, según la definición del diccionario de la Academia. Su función en este espacio es conectar con el mundo virtual y dar a conocer noticias curiosas, y recientemente ha puesto en marcha a través de Twitter una especie de juego al que ha llamado «Erratas en el aire», consistente en detectar errores –no siempre erratas– en textos de toda índole.

Aunque el invento no es nuevo –la asociación de correctores UniCo también hace su cacería anual de erratas y nosotros hemos organizado en Tenerife varios safaris ortográficos callejeros–, el juego resulta de lo más divertido porque nos hace ver la cantidad de barbaridades con las que se pueden tropezar a diario nuestros sufridos ojos. Y aquí es donde toca enlazar la historia de Bob Pop con todo lo dicho anteriormente. Hace unos días una chica de Salamanca envió a Bob un texto con un supuesto error: en él se leía que hay elefantes que siguen «parados» después de muertos. La respuesta de Roberto Enríquez no se hizo esperar: «Ojo, que en muchos países americanos ‘pararse’ también significa quedarse o ponerse de pie», le contestaba Bob a su seguidora de Twitter.

Para los que nos leímos hace una eternidad las tiras de Mafalda de pe a pa y además conocemos parte del repertorio de aquel grupo de rock llamado Tequila, no es ninguna sorpresa ese uso del verbo ‘parar’, pues ya escuchamos en su día a la niña argentina decir que su hermano Guille se paraba solito y también oímos al líder de la banda setentera –argentino, como Mafalda– cantar aquello de «Hagámoslo de parado, hagámoslo de pie» en su libidinoso Rock del ascensor.

Efectivamente, no solo el diccionario de la Academia recoge este americanismo (lo define como ‘estar o poner de pie’, y de él dice que también es murcianismo), sino que el Diccionario de americanismos (Santillana), de la Asociación de Academias de la Lengua Española, registra varios usos que se extienden por todo el continente: ‘ponerse alguien de pie’, ‘poner algo en posición vertical’, ‘poner de pie a alguien’, ‘dejar la cama alguien que está acostado’, ‘ponérsele erecto el pene a un hombre’, ‘dejar un enfermo de guardar cama’… Como verán, todas estas definiciones nos sirven en España para el verbo ‘levantar’.

Hay que decir que la tuitera reconoció su ignorancia (ella misma utilizó esta palabra) y le dio las gracias a Bob Pop por la aclaración. Su actitud, nada godesca, la honra y nos permite imaginar un camino de vuelta del español, de América a España: el mismo idioma que los castellanos emplearon para arrasar el Nuevo Mundo regresa ahora, más rico, fresco y veloz que nunca, para descubrirle a una muchacha de Salamanca un malabarismo verbal que tal vez llegó a América en boca de un salmantino, o de un murciano, hace quinientos años.

Ramón Alemán

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