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HubieraUna concejala del Ayuntamiento de Madrid cometió el otro día dos faltas de ortografía al escribir un pequeño texto en la red social Twitter. Y, como es habitual en estos casos, el personal se lanzó al cuello de la mujer para tomarle un poco el pelo. Un tuitero decía: «Dos faltas de ortografía en 140 caracteres tampoco es para que te llamen ignorante, pero repasa un poco…». A este tuit, otro individuo contestaba así: «Posiblemente si lo hubiese escrito ella misma hubiese tenido 139». Y un tercer tuitero le respondió al segundo en estos términos: «Se escribe: “Si lo hubiese escrito… habría tenido”». Este tercer tuit tenía por objeto señalarle al autor del segundo un supuesto error gramatical, pues empleó el subjuntivo donde debería haber usado el condicional. Eso al menos es lo que pensaba el autor de la reprensión, pero se equivocaba: el texto del segundo tuitero, con ese subjuntivo repetido (hubiese escrito/hubiese tenido), es absolutamente correcto.

Yo, que pasaba por allí, le respondí al tuitero número tres que su afirmación no era del todo cierta y le recomendé que consultara la Nueva gramática de la lengua española (Espasa), de la Real Academia Española, pero el hombre (o mujer, no tengo la menor idea) seguía en sus trece y me contestó que su punto de vista era «totalmente cierto», a lo que añadió: «Solo caben ‘tendría’ o ‘habría tenido’. No hay más». A eso lo llamo yo ser categórico. En defensa de su argumento, el tuitero número tres me facilitó el acceso a un blog en el que venían a afirmar más o menos que si decimos ‘Yo dormiría mejor en mi casa’ pero no decimos ‘Yo durmiese mejor en mi casa’, podemos decir ‘Yo habría dormido mejor en mi casa’ pero no ‘Yo hubiese dormido mejor en mi casa’.

Pues bien, tanto el autor de ese blog como el tuitero número tres cometieron el error de creer que la lengua es algo así como las matemáticas, en las que una regla de tres va a misa y todo se rige por la lógica más absoluta. Si fuera así, me gustaría que alguien me explicara por qué usamos a veces el futuro de indicativo cuando lo lógico sería emplear el presente (por ejemplo, cuando decimos ‘¿Qué querrá ahora?’) o el pretérito de subjuntivo cuando aparentemente deberíamos usar el de indicativo (por ejemplo, cuando decimos ‘El que fuera alcalde de Nueva York…’). Sí, amigos, el señor número tres se equivocó de cabo a rabo, pero como Twitter es un foro demasiado estrecho para explicarle las razones, yo le prometí que abordaría el asunto en este blog.

Frente a la lógica matemática que aplicó aquí el tuitero número tres –un razonamiento que, visto aisladamente, es demoledor–, en asuntos lingüísticos hay que ir por otros caminos, y estos caminos son los de las mayorías abrumadoras, los de los encantadores caprichos del idioma y los de la consolidación de determinados usos, por absurdos que parezcan. La inamovible precisión de una regla de tres es un sendero que no debemos transitar cuando se trata de algunas cuestiones relacionadas con el buen uso del español.

En nuestra lengua tenemos fenómenos que no precisan explicación; basta con describirlos y aceptarlos, porque son tan naturales y espontáneos como respirar. A la extraña y maravillosa voltereta idiomática que citaba más arriba, esa que consiste en usar el futuro de indicativo cuando lo lógico sería emplear el presente, le pone la Academia tres nombres: futuro de conjetura, futuro de probabilidad y futuro epistémico. Yo hablaba tiempo atrás en este blog de estos futuros que son presentes y decía de ellos que son legítimos y que no hay motivo alguno para censurarlos, pues se dan en ellos dos condiciones: los interlocutores se entienden y ese uso es algo propio de una ingente mayoría de hispanohablantes y no solo de unos pocos.

Bien, pues lo mismo cabe decir del capricho por el cual a veces empleamos el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo en lugar del condicional compuesto en las apódosis (o sea, en las oraciones principales) de construcciones condicionales. Todos los buenos manuales de gramática recogen este fenómeno, pero no lo critican, pues forma parte de la naturaleza de nuestro idioma a pesar de que si lo analizamos desde una perspectiva matemática puede resultar ilógico.

Veamos qué dice sobre este asunto la Nueva gramática de la lengua española, de la Academia. De entrada, aclaremos que esta obra emplea el verbo cantar cuando ilustra con ejemplos las explicaciones que da, y lo mismo haré yo. Señala la Nueva gramática que «hubiera cantado posee en la lengua actual ciertas propiedades modales de las que carece cantara». Dicho de otro modo: no se puede hacer una regla de tres matemática en la que se establezca una relación igualitaria entre el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo (hubiera/hubiese cantado) y el pretérito imperfecto de subjuntivo (cantara), pues, como advierten los gramáticos, el primero tiene ciertos poderes que no posee el segundo, de tal manera que, mientras nos puede parecer rara la oración ‘Si tuviera que opinar sobre eso, yo no fuera tan categórico’, no nos lo parece esta otra: ‘Si hubiera tenido que opinar sobre eso, yo no hubiera sido tan categórico’. Al menos no nos lo parece a cientos de millones de hispanohablantes.

Sigamos con la Nueva gramática. Añade esta obra que tenemos un tipo de subjuntivo –llamado «no inducido»– en el que hubiera/hubiese cantado «admite libremente la alternancia con habría cantado, como en Me {habría ~ hubiera} gustado trabajar con él. Si bien la preferencia de hubiera por habría es mayor en el español americano que en el europeo –continúa el manual académico–, se admiten ambas formas en uno y otro». (Hagamos un inciso para explicar que el otro subjuntivo, el inducido –que no tiene nada que ver con el asunto que tratamos hoy–, «solo aparece si es seleccionado o inducido por algún elemento gramatical», explica la Academia. Por ejemplo, si decimos ‘No sabía que hubieras estado esta mañana en la oficina’, ese hubieras estado es un subjuntivo inducido por no sabía. En estos casos no es posible alternar el subjuntivo con el condicional, por lo que no es correcto decir ‘No sabía que habrías estado esta mañana en la oficina’).

Ahora vayamos con Leonardo Gómez Torrego –uno de los más extraordinarios gramáticos que ha parido nuestro país–, que, en su Gramática didáctica del español (Ediciones SM), dice lo siguiente sobre las construcciones condicionales: «Si la prótasis [o sea, la parte que indica cuál es la condición] lleva el verbo en pretérito pluscuamperfecto [de subjuntivo], el de la apódosis puede aparecer en ese mismo tiempo». Y pone este ejemplo: «Si lo hubiera sabido, hubiera ido». Por lo tanto, si tenemos la prótasis ‘si lo hubiese escrito ella misma’ (ahí tenemos un pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo), su apódosis puede ser ‘hubiese tenido 139’, o sea, puede tener el mismo tiempo verbal que la prótasis.

Para no extendernos más, digamos solamente que en los «Desarrollos gramaticales» del Diccionario de uso del español (Gredos), de María Moliner, también se explica, de manera similar, este fenómeno. En consecuencia, tenemos que tres sobresalientes guardianes de la lengua –la Academia, Gómez Torrego y María Moliner– describen y respetan este uso aparentemente pintoresco del subjuntivo en las apódosis (en realidad lo hace todo gramático que se precie). Por lo tanto, ¿tenía razón el tuitero número tres al lanzar su condena y al defenderla de manera tan categórica? Definitivamente, no.

Hay que decir, por último –y siguiendo con las enseñanzas de la Nueva gramática académica–, que en Venezuela, República Dominicana, Cuba, Costa Rica, Puerto Rico, Honduras y otras áreas de América es normal en algunos ámbitos emplear, en la apódosis, el subjuntivo –en lugar del condicional– también en la forma simple (cantara), y no solo en la compuesta (hubiera cantado), de tal manera que en esos países no les resultaría extraño escuchar ‘Si tuviera que opinar sobre eso, yo no fuera tan categórico’. Esta es una de tantas huellas que dejó aquel español clásico que surcó el Atlántico hace cinco siglos, y a este lado del charco aún la encontramos en expresiones como ‘Si hubieras sido más prudente, otro gallo te cantara’ o ‘Quisiera irme ya’ (aunque en esta última no hay prótasis). En resumidas cuentas, la regla de tres que puso sobre la mesa aquel tuitero no solo era de muy difícil aplicación en el caso que nos ocupa, sino que, por lo que a venezolanos, dominicanos, cubanos, costarricenses, puertorriqueños y hondureños respecta, también estaba mal planteada.

Como hemos podido comprobar, la relatividad no es asunto exclusivo de físicos y matemáticos; también en la lengua las cosas dejan de ser lo que parecen desde el momento en que nos damos cuenta –con tolerancia, modestia y asombro– de que no hay nada inmutable.

Ramón Alemán

www.lavadoradetextos.com

@Lavadoratextos

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