No recuerdo si lo he dicho con anterioridad, pero, por si no lo sabían, la ortografía de la lengua española es una de las que más se acercan a ese ideal según el cual a cada letra le debe corresponder un sonido y a cada sonido una letra. Ese ideal –imposible de alcanzar plenamente– ya lo expresó el gramático español Gonzalo Correas (o Korreas, según su propia manera de escribir) cuando, hace casi cuatrocientos años, puso sobre un papel lo siguiente: «… se á de eskrivir, komo se pronunzia, i pronunziar, komo se eskrive…». Esta idea la encontramos en una obrita rarísima que se titula Ortografia kastellana, nueva i perfeta, publicada por este autor en 1630.
Efectivamente, en español «el ideal de correspondencia biunívoca entre grafemas y fonemas se satisface en mucho mayor grado que en otras lenguas de nuestro entorno», dice la Ortografía de la lengua española (Espasa), de la Real Academia Española. Aun así, no todo es perfecto, y por eso tenemos las letras be y uve, que representan el mismo sonido; la hache, que no representa ninguno; la i griega, que sirve para dos; o la equis, tal vez la más versátil de nuestro idioma, aunque su versatilidad no siempre la percibimos en la escritura cotidiana.
La letra equis es seguramente la que más nos aleja de ese ideal ortográfico, pues esconde una peculiaridad que la convierte en una auténtica rareza. Tal singularidad consiste en que puede representar cuatro sonidos diferentes –en el alfabeto hay otras letras similares, pero solo llegan a la cifra de dos sonidos diferentes: la ‘y’ (‘raya’, ‘rey’), la ‘g’ (‘gato’, gerente’), la ‘c’ (‘casa’, ‘cereal’, aunque para los seseantes, que somos mayoría, representa tres fonemas: [sereál]) y la ‘r’ (‘ratón, ‘parada’)–, pero es que, además, resulta que uno de esos cuatro fonemas es en realidad un doble fonema.
Resumiendo muchísimo y sin entrar en el fondo de la cuestión, los cuatro fonemas de los que hablamos son los siguientes: /s/, cuando la equis está al principio de una palabra (‘xilófono’); /j/, en posición intervocálica en algunos topónimos y sus derivados (‘México’ –¡ojo!, se pronuncia con /j/: [Méjiko]–); /sh/, en unos pocos términos procedentes de lenguas amerindias y empleados en español; y /k + s/, en posición intervocálica o al final de una palabra (‘examen’, ‘relax’). Este último caso es la suma de dos sonidos de la que hablaba más arriba.
Efectivamente, cuando leemos la palabra ‘examen’, la pronunciamos así: [eksámen]. Esta peculiaridad –la de servir para representar la suma de dos fonemas– es exclusiva de la letra equis, y los expertos en asuntos del lenguaje coinciden en que a veces esa suma no es la del fonema /k/ más el fonema /s/, sino la de /g/ más /s/. Según el Diccionario panhispánico de dudas, de la Real Academia Española, esta combinación se da solamente «en pronunciación relajada»: [egsámen], mientras que la primera es propia de una «pronunciación enfática».
El Panhispánico da por buenas ambas, pero recomienda evitar el uso del fonema /s/ en esta posición intermedia y nos pide que no digamos cosas como [esámen]. También puede ocurrir que la letra equis esté al final de una sílaba y antes de una consonante, como en ‘expulsar’. Sobre este caso, dice la Ortografía de la RAE que «en el español de América y en la pronunciación culta enfática de España representa asimismo la secuencia /k + s/», pero «en la pronunciación relajada, especialmente en España, es frecuente que […] se pronuncie como simple /s/». Esto quiere decir que es igual de correcto pronunciar [espulsár] que [ekspulsár].
A la equis, letra sensual como pocas –con esas piernas entrecruzadas–, le hemos sacado el jugo hasta límites insospechados: en mayúscula nos sirve para escribir el número diez como lo hacían los romanos, pero también para hablar de cine pornográfico y de los locales donde se exhibe (o se exhibía…), o para señalar el miércoles en un calendario, o para referirnos a esos rayos que nos desnudan hasta los huesos; con minúscula la empleamos para expresar la incógnita o la primera de las incógnitas de una ecuación matemática; y si lo que usamos es su nombre (‘equis’), podemos estar hablando de un número desconocido o indiferente, según el diccionario académico: ‘Había equis personas’.
El Diccionario de uso del español (Gredos), de María Moliner, va más allá y añade que lo desconocido no tiene que ser necesariamente un número, sino cualquier otra cosa e incluso una persona. Para estos casos, como hemos dicho, el diccionario de la Academia propone escribir el nombre de la letra: ‘Necesito una cantidad equis’, mientras que el María Moliner se conforma con la letra propiamente dicha: ‘Supongamos que uno tiene x euros…’ (ambos ejemplos los he extraído de los dos diccionarios citados).
En relación con esto último, me quedo con lo que dice la RAE, así que en el ejemplo que puso Moliner yo habría escrito ‘Supongamos que uno tiene equis euros…’. En realidad, hay que decir que el ejemplo no lo escribió Moliner, sino los responsables de la última edición de su diccionario, pues es evidente que doña María, fallecida en 1981, jamás conoció la maldita moneda europea ni sus inquietantes incógnitas. Mejor para ella.
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