La miré fijamente a los ojos y le dije: «¿Es posible que usted siga siendo mi suegrita, a pesar de que ya no salga con su hija?».
Se rió a carcajadas, de esa manera sonora que tanto me gustaba. Decía que yo era la persona que más la divertía en todo el mundo. Nuestra química era innegable.
La pregunta se la hice cuando ya había empezado otra relación y sufría entonces a una nueva suegra, difícil, inconquistable. Creo que ésta no me quería porque pensaba que su hija estaba sobreperfilada para mí: una niña viajada, con tres idiomas y súper ejecutiva.
Ni siquiera la culpo. Yo tampoco dejaría que una de mis hijas saliera con un tipo como yo, con este bachillerato técnico y ese nivel de inglés promedio que todo colombiano dice tener: «Lo entiendo pero no lo hablo». Lo que sí me parecía injusto es que pensara que no soy un tipo viajado. Puedo probar lo contrario. He acumulado un buen número de millas en mis innumerables viajes a Melgar, Girardot, Carmen de Apicalá y Paipa. Hasta tengo tarjeta de viajero frecuente Transmilenio Plus; me faltan unos 100 viajes para tener acceso a las salas VIP de las estaciones.
Es la diferencia entre tener suegrita o suegra. La suegrita vivía fascinada con la pareja que hacía con su hija. Le encantaba pasar tiempo con nosotros, yendo a cine o tomándonos unas copas de vino. Yo también disfrutaba de su compañía e incluso armábamos planes juntos. «Te recojo, para que vayamos a almorzar», le decía. «¿Y mi hija? Es decir, ¿tu novia?», me recordaba. «Ah… sí, también puedes decirle que vaya, si quieres», contestaba yo.
Es el lío de enamorarse de la familia de la novia
Era alcahueta como ninguna. En alguna ocasión, la intensidad de mi trabajo me había impedido visitarlas. La suegrita me dijo que comiéramos algo los tres. Le respondí que iría, pero sólo si podía llevar ropa para quedarme esa noche con su hija y así no sufrir tanto con la trasnochada. «Qué atrevido eres», dijo a carcajadas. Aceptó.
En ocasiones, cuando estábamos todos prendidos con el vino, se iba a dormir y me dejaba a solas con la novia. Al principio pensé que me la ponía en bandeja de plata, pero luego entendí que se trataba de una confabulación de ambas para permitirle a su hija aprovecharse de mí (es decir, el que quedaba en bandeja de plata era yo). Es el sueño de todo hombre: que lo utilicen.
Es extraño cómo algunas relaciones no resultan, a pesar de que todo el mundo conspira para que sí funcionen. Además de la complicidad de la suegrita, mi mamita sentía un profundo cariño por su hija. «Todavía conservo la esperanza de que algún día vuelvas con ella», me dice en ocasiones mi madre.
Esa novia era divina también, a imagen y semejanza de la suegrita. Hermosa, sencilla, tranquila, emprendedora, risueña, cómplice y consentidora; una pareja ideal. Sin embargo -sé que a muchos les ha pasado-, el amor no se dejó ver en medio de tanta perfección y eso fue motivo suficiente para acabar un noviazgo con tan buena energía.
Además de lo difícil que fue terminar esa relación, lo hizo más complicado el hecho de tener que terminar con la suegrita. Es el lío de enamorarse de la familia. Todos quieren saber qué pasó; preguntan suegros, cuñados, abuelos, primos hermanos, amigos y concubinos: «¿Eres gay?», «¿Estás saliendo con otra mujer?», «¿Te hizo algo ella?», «¿Se pelearon?», «¿Te golpeaste la cabeza?», «En serio, ¡¿eres gay o más bien eres un pobre remarica?!».
El reencuentro
Perdí mucho contacto con la suegrita mientras estuve bajo la siguiente administración (con la suegra inconquistable). Sólo algunas veces me servía de confidente y paño de lágrimas, a través de un chat en Messenger o Facebook. Le decía que la extrañaba, al tiempo que me mantenía informado de la ex.
Pasaron cerca de dos años. Una vez más, estaba sólo. Tan pronto la suegrita lo supo me montó cacería para que nos viéramos en plan de ‘amigos’. Tuvimos una tarde fabulosa, bebiendo mojitos, actualizándonos en detalle de lo que había pasado con nuestras vidas, y la de su hija.
Me llevó a su casa para que saludara a la ex novia. Allí estaba, otra vez, esa niña encantadora, seductora, bella y divertida. Como en los viejos tiempos, se fue a dormir y nos dejó solos. Sabíamos que la suegrita no asomaría la cabeza para husmear.
Salimos los tres un par de veces más. Cierto día fuimos a cine y pasamos al lado de un cartel que promocionaba la película Enamorándome de mi ex. «Qué oportuno», pensé en voz alta, creyendo que los astros se alineaban de nuevo. La suegrita, además, conservaba su estrategia: nos dejaba prendidos con vino y desaparecía.
Es muy fácil sentir mariposas de nuevo, cuando hay bastante química y la conversación fluye tan bien. Eso nos alcanzó a pasar, pero nos detuvimos pronto. Ella vivía algunos procesos internos que dificultaban su acercamiento y a mí me asustaron fantasmas del pasado.
Con su madre no me dio miedo volver. Mantenemos contacto, me aconseja y aún se ríe con mis chistes flojos. No deseo tener una nueva suegra; encontré a la ideal; ella es mi media naranja. Quiero hacerle una proposición formal para que sea mi suegrita por siempre. Es como una declaración. Ojalá pudiéramos organizar una ceremonia donde a ella le pregunten: «¿Aceptas a Andrés como yerno, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, hasta que la muerte los separe?». Por favor, suegrita, diga que sí.
*Próximo miércoles, desde las 8 a.m.:
‘Salir con… colombiana vs. extranjera’
*Mi twitter: @agomoso. Todos los posts en bit.ly/agomoso
*Si se lo perdió…
‘Qué miedo empezar una nueva relación’
‘Me salió barriga; ahora sí salgo a trotar’
‘Así se sufre una temporada sin trabajo ni novia ni plata pa’ viajar’
‘Qué difícil ganar una beca cuando no se tiene pasado de ñoño’
‘Mi mamá habla un mal español; mi papá, un pésimo inglés’
‘Sí, soy metrosexual… y usted también, ¡admítalo!’
‘¿Cómo se atreve mi ex novia a casarse?’