Tienen una diferencia básica: su nivel de intensidad -o capacidad de joder, joder y joder-. Las primeras llaman cinco veces por día; las segundas nos ofrecen una sospechosa libertad.
A la colombiana que le caiga el guante, que se lo ponga… Admito que es una generalización y hay excepciones. Aclaro en mi favor que este texto resulta de escuchar a muchos congéneres. Es decir, estoy diciendo en voz alta lo que todos murmuramos de manera cobarde.
Mi propia madre ilustra a nuestras connacionales con el siguiente chiste: «¿En qué se parecen los zancudos a las mujeres?… en que se despiertan, estiran sus extremidades, se frotan los ojitos… ¡y a joder todo el berraco día!».
He padecido una situación que bauticé como el síndrome «Plan ilimitado – Mi preferido de Molestar». Les expongo el tema de manera cronológica, a ver si comprenden mi punto:
7:00 a.m. Ella (colombiana, por supuesto) llamaba a preguntarme cómo había dormido, qué había desayunado, cuáles eran mis expectativas del día y cuánto la había pensado.
11 a.m. Pedía una actualización de la jornada, averiguaba si había tomado onces y, por segunda vez, indagaba si la había pensado.
3 p.m. «Qué almorzaste», preguntaba. «¿Qué diablos tiene eso de importante?», pensaba para mis adentros. Ella repetía: «¿Y me has pensado?».
7 p.m. Cuando acababa su jornada laboral, yo aún estaba en el clímax del día, en medio de mis labores de periodista. Eso no le impedía contarme detallados chismes de personas que yo no conocía o hablarme de temas de oficina que tampoco entendía.
11 p.m. Hora del innegable besito telefónico de las buenas noches. «¿Vas a soñar conmigo?». Mientras le decía que sí, pensaba: «Hummmm, a menos que ella sea pariente de Freddy Krueger, no va a poder atraparme en mis sueños». El ciclo se repite a las 7 a.m. del día siguiente.
En una ocasión estallé cuando me preguntó: «¿Y qué más?». Fui franco: «Desde las 11 de la noche que hablé contigo no ha pasado nada (suspiro); te lo juro, por Dios, que se muera mi mamá si miento (suspiro); claro…, han acontecido ciertas cosas (suspiro), como que me levanté 15 minutos tarde, me demoré graduando el agua para que quedara tibia, había un pelo en el jabón (suspiro); desayuné pan y huevos; y al fin conseguí una silla en el Transmilenio (suspiro)… pero… créeme (suspiro), nada de eso es importante; cuando pase algo trascendental te lo haré saber, lo prometo, te doy mi palabra».
No se confundan, así las amamos, hay millones de cosas que adoramos de ustedes; nos encanta su picardía tropical. Pero este es un grito de desahogo para exponerles los que nos hace perder la paciencia. Habrá otro momento para decirles los especiales que son.
Debo echarles en cara ese jueguito que tienen de ponernos contra la pared, con el cuestionario femenino-latino llamado ‘Test – Pierdes porque Pierdes’. A mí me lo han aplicado y ningún coeficiente intelectual está capacitado para dar la respuesta correcta. Ejemplo: «¿Cuál vestido te gusta más? ¿Este que tengo hoy, o el que usé en el matrimonio pasado?», me preguntó alguna vez una novia. Imploré piedad, rogué para ser eximido de la prueba. «Relájate, dime cuál, no te voy a hacer show». «Está bien -respondí con ingenuidad-. Me gusta más este de hoy». Un tenebroso silencio se apoderó del momento. «Ok», dijo pensativa, ampliando el tortuoso silencio… «Ay Andrés, el otro también es bonitooooo…». No volvió a usar el vestido que supuestamente no me gustaba. ¡Uff!
Algunos amigos casados con colombianas me contaron sus experiencias en una reciente reunión. Parecía una terapia de grupo. Uno se quejaba de que su mujer lo obligó a remover de su casa cada artículo adquirido durante su convivencia con una novia anterior; tuvo que deshacerse desde la cama hasta las cortinas. Otro admitió que su esposa lo corregía como a un niño: «No te comas eso… abre la puerta… arréglate la camisa… no te expreses así cuando haya visitas… esa amiga tuya no me gusta… ¡Nos vamos ya!».
Los humanos nos antojamos del plato servido en la otra mesa
Estoy saliendo con una argentina. No la cuento como latina porque ella se jura europea (y eso que no es de Buenos Aires). Las conversaciones telefónicas no duran más de cinco minutos al día. Hay periodos de 24 horas en los que no hablamos. Los chats por el BlackBerry son concisos y puntuales. Es una relación muy ejecutiva.
Tiene la ventaja adicional de que se mete la mano al dril y ayuda a pagar. No tengo que ir a recogerla ni llevarla a la casa, porque se siente plenamente cómoda cogiendo taxi. Le parece la cosa más extraña del mundo que le abra la puerta del carro; hace cara de «qué le pasa a este pibe», pero lo ve como un plus de mi parte y no como una obligación. Controla su propia agenda y me permite tener una propia, de manera que podemos armar planes por aparte.
Ir a cine con ella es toda una experiencia, entre divertida y vergonzosa. La primera vez que fuimos a ver una película, pidió ‘pochoclos’. Pensé que estaba preguntando por algún tipo de ruana u otro artículo artesanal, hasta que señaló las palomitas de maíz.
Me parece exótica, de la misma manera en que los argentinos resultan interesantes para las colombianas, a pesar de que ellos se peinen como actores porno de los 80’s. Es la tendencia natural de los humanos de antojarse del plato servido en la otra mesa.
Incluso nosotros, con estas facciones chibchas podemos ser un éxito en el exterior. Tengo un amigo muy feo al que le dicen ‘Ramoncito’, en honor al personaje adolescente de la extinta serie de TV ‘Dejémonos de Vainas’. Fue a un país de Europa Oriental y las nativas del lugar decían que era igualito a Lorenzo Lamas (protagonista de ‘El Renegado’). Una amiga, bajita y voluptuosa, viajó recientemente a Pakistán y los medios de comunicación locales la confundieron con Jennifer López.
Los extranjeros se vuelven locos con las latinas; les gusta que les pongan la correa y los saquen a pasear, porque están cansados de la frialdad de sus mujeres. A los colombianos, como ya nos salió costra de tanto andar con correa, sentimos alivio de estar al lado de alguien que no se adueñe de nuestro tiempo.
Disfrutaba de mi flexible experiencia intercultural, hasta que empecé a llenarme de dudas. Estaba acostumbrado a escuchar muy pronto, de parte de las colombianas, palabras como noviazgo, matrimonio e hijos; pero resulta que esta argentina cancela de manera automática cualquier tema relacionado. Dice que no quiere tener nada serio (dándoselas de europea) y argumenta que las cosas funcionan bien así como están.
Sonaba perfecto: «Obtengo todos los beneficios, sin firmar cláusula de permanencia», pensaba yo. Sin embargo, empiezo a sentirme inseguro. Creo que esa libertad que nos ofrecen las extranjeras les sirve de cobija para practicar su libertinaje. Ahora quiero llamarla cinco veces al día y preguntarle qué almorzó. Me muero por saber si me ha pensado. La semana pasada le hice una pregunta del ‘Test – Pierdes porque Pierdes’: «¿Te parece atractivo mi amigo Ricardo?… tranquila, que no te voy a hacer show». Después de dudar su respuesta, me contestó que sí, que el tipo tenía «un no-sé-qué». Me dio física piedra: «O sea que te gusta más que yo… ¡pues quédate con él!».
Ay, Dios mío, ¿me estaré convirtiendo en colombiana? Lo digo porque empiezo a sentir nostalgia por su dominación e incansable intensidad. Sin embargo, no quiero abandonar este plan de flexible libertad argentino-europea. Se trata de sopesar entre una mujer que quiere ser dueña de nosotros y otra que defiende a ultranza ser dueña de ella misma. No creo que una cosa sea mejor que otra; depende del marrano.
*Próximo miércoles, desde las 8 a.m.:
‘Si su nombre es ‘guiso’, usted tiene pasado de pobre: att. Jáiver’
*Mi twitter: @agomoso. Todos los posts en bit.ly/agomoso
*Si se lo perdió…
‘Volví con mi ex… suegra, pero no con mi ex novia’
‘Qué miedo empezar una nueva relación’
‘Me salió barriga; ahora sí salgo a trotar’
‘Así se sufre una temporada sin trabajo ni novia ni plata pa’ viajar’
‘Qué difícil ganar una beca cuando no se tiene pasado de ñoño’
‘Mi mamá habla un mal español; mi papá, un pésimo inglés’
‘Sí, soy metrosexual… y usted también, ¡admítalo!’
‘¿Cómo se atreve mi ex novia a casarse?’