Comprendí recientemente el por qué de la cantaleta. Me ofrecí a lavar los baños y me indignó ver el pésimo uso que mi hermano le dio al inodoro. Corrí furioso hacia él y le grité: «¡O apunta bien o aprende a orinar sentado! ¡Cochino!».
«¡No hay derecho! -seguí quejándome en voz alta-. Claro, ¡lo que no nos cuesta, hagámoslo fiesta! ¡Ah! Y ahí está pintada mi hermana: pa’ salir de rumba siempre está aliviada, pero vaya uno y dígale que lave un plato, a ver si anda con la misma velocidad que le corre al ‘petardo’ del novio. Es que a los ‘señoritos’ (aquí hago énfasis de sarcasmo) no les nace mover un dedo porque se les ampollan las manos, pero pa’ pedir sí están de primeritos ¡Qué rogadera para que tiendan la cama! Es que es lo mínimo. ¡Consideren! Y no es que sean unas lumbreras pa’l estudio, porque si así fuera yo no jodería tanto. ¡Pero no! ¡Creen que el resto del mundo vive para servirles de coimas!…».
En este punto me detuve por un segundo, pasmado en medio de la retahíla. Estaba hablando igual que mi madre, usando sus propias palabras, idénticos ademanes y la misma rabia en la voz. Comprendí que muchas veces estuve del otro lado, viendo TV, hablando por teléfono como una quinceañera o durmiendo, mientras mis padres se ponían manos a la obra con las labores del hogar.
Recordé cuando salía a jugar al parque mientras mi mamita se quedaba lavando el piso. Se ponía verde de la piedra al verme de regreso, sucio y sudado, con los pies embarrados, manchando su tacita de plata. «¡Por qué se tienen que volver una nada! (ingeniosa frase: ‘volver una nada’). ¡Parece que lo hicieran de aposta! ¡No toque las paredes con esas manos! ¡Se me va derechito al baño! Ay, Dios (aquí viene mi frase favorita), ¡por qué no me morí chiquita!».
Yo no entendía su malestar: «¿Tanto escándalo por un piso?», pensaba. Al tiempo, me sorprendía su capacidad para quejarse por horas, de manera ininterrumpida, con impecable pronunciación y un potente tono de voz. Admiraba su magistral manejo de la respiración, porque cantaleteaba sin pausa y era imposible percibir en qué momentos inhalaba y exhalaba.
«¿Que lave la loza? ¡Tan avión! ¿Y por qué gracia?»
Lo más impactante era que su exigente monólogo lo desarrollaba mientras voleaba escoba, restregaba pisos, empujaba muebles y sacudía tapetes. Increíble. A mí me da bazo el sólo hecho de caminar y masticar chicle al mismo tiempo. Ella pudo ser atleta. La energía le daba para pelear simultáneamente en cuatro frentes de batalla, como la Armada de E.U.; discutía con mi hermana, con mi hermano, conmigo y, finalmente, con mi papito: «¡¿Usted por qué no les dice nada a esos chinos?! ¡Por eso no me respetan!». Él, que es un almita de Dios, respondía temeroso, sin levantar la voz.: «¿Y por qué pelea conmigo, si yo estoy haciendo oficio juicioso?».
Ahora soy consciente de mi desconsideración. Sencillamente, da piedra que los otros no hagan. Corrijo, da envidia, de la mala. Por eso un hermano siempre reniega cuando lo ponen a ‘mantequear’ mientras dejan quietos a los otros. «¿Y por qué no le dicen a Andrés? ¿Es que él tiene corona?», cuestionaban ellos en la casa. Yo me escondía y decía para mis adentros: «Pues claro, igualados; yo soy el Rey».
En ocasiones, la presión de las masas populares (mis hermanos) afectaba mi reinado y terminábamos todos haciendo oficio. Inevitablemente, peleábamos: «Pero yo aspiré la semana pasada…, usted nunca hace nada… , yo en diciembre del año pasado sacudí el polvo… yo hago de todo menos doblar ropa… ¿Que lave la loza? ¡Tan avión! ¿Y por qué gracia? (también es una frase interesante: ‘por qué gracia’)».
Sólo en una situación empuñaba la aspiradora sin quejarme: cuando iban de visita mis amigos o mi novia. Ahí sí, quién dijo flojera. Me volvía autosuficiente y pulido para limpiar cada esquina, porque no podía permitir que alguno dijera que mi casa era un chiquero. Me transformaba en un anfitrión hacendoso y servicial. «No mamita, cómo se te ocurre, yo llevo las gaseosas y preparo los sándwiches -decía en voz alta-. Tranquila que yo lavo los platos».
Somos egoístas, por eso usamos frases mezquinas como «Virgen del Agarradero…»
Tal vez un signo de la madurez es cuando uno deja de pelear durante el oficio y empieza a regañar para prevenir la generación de mugre. Ejemplo: tengo una amiga, recién emancipada, que es implacable con la orden que le da a cada visitante para que se quite los zapatos; sus ojos se desorbitan cuando alguien pone una bebida fría sobre la madera de la mesa y no encima del portavasos; su novio adquirió una fina puntería frente al inodoro -podría participar en unas olimpiadas- y también aprendió a lavarse los dientes sin manchar el espejo.
Las tareas del hogar son un tema serio. Sé de matrimonios que han pendido de un hilo por una tanda de ropa que no se colgó en el patio o por un papel higiénico que cayó con la cara usada hacia arriba. Son cosas de las que los hombres poco conversamos, pero esos temas hacen parte de las terapias de grupo que tienen las mujeres casadas. Se sorprenderían si supieran todas las intimidades que ellas revelan. Hablan hasta de los calzoncillos cagados.
Varias parejas me han hablado del momento incómodo que viven cuando acaban de comer en casa y sufren al ver la montaña de loza por lavar. Cada uno pide mentalmente un deseo: que el otro, en un acto de bondad, se ofrezca a limpiar. Qué ingenuidad; pocas personas tienen la nobleza necesaria para sacrificarse y permitir que el otro descanse. Repito, es un asunto de envidia, hace parte de nuestra cultura; por eso decimos cosas tan egoístas como «Virgen del Agarradero, agárrame a mí primero»; imagínense la mezquindad, pedirle a la Virgencita que lo salve a uno por encima de los demás.
Presiento que, si no estamos preparados, la cantaleta de nuestras madres se volverá la cantaleta de nuestras esposas; y, más a futuro, será la cantaleta propia hacia nuestros hijos. De verdad, ya entiendo a mi mamá. De sólo pensarlo me da piedra, ya me estoy empezando a poner verde con esos ‘vergajos’ desconsiderados que aún no han nacido. ¿Por qué tienen que volverse ‘una nada’? Parece que lo hicieran de aposta. Ay Dios, por qué no me morí chiquito.
*Próximo miércoles, desde las 8 a.m.:
‘A mí me tocó aprender a bailar con mis primos’
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*Si se lo perdió…
‘Así es, aún vivo con mi mamá’
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